94.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
94.2. La Escritura ha dejado constancia de cómo una parte de los israelitas comprendieron el peligro que entrañaba la monarquía. Especialmente es la boca de Samuel, el profeta, la que se ha levantado para advertir de las tentaciones que acecharían al rey del pueblo de Dios (cf. 1 Sam 8,11-18).
94.3. Si bien lo miras, todas las posibles fallas del rey se resumen en una: suplantar a Dios, es decir, tomar para sí los honores debidos Dios y usurpar los atributos divinos para hacer que sus intereses sean favorecidos por el pueblo destinado a cuidar de los intereses de Dios.
94.4. Idéntico reproche hace el profeta Ezequiel, cuando fustiga a los “pastores” de su pueblo (Ez 34,2-11): han tomado para sí lo que correspondía a Dios, y por lo mismo, no han dado al pueblo, de parte de Dios, lo que Dios quería darles. Han robado al pueblo las bendiciones que Dios les quería dar, es decir, una multitud de bienes celestiales, y han robado a Dios las bendiciones que el pueblo le quería dar, es decir, una multitud de alabanzas y acciones de gracias que redundaban en honor de su Santo Nombre.
94.5. Así que un falso rey, o un falso pastor es un ladrón de Dios y del pueblo, de las bendiciones que ofrece Dios y de las bendiciones que ofrece el pueblo. Pero una bendición así sustraída a Dios ya no es una bendición, sino un motivo de lamento y en realidad de una maldición. Los maldice la gente, cuando los pisotea, porque son sal que no sala (Mt 5,13), y los maldice Dios cuando por la boca autorizada de su Divino Hijo dice que para estos hacedores de escándalos están reservadas las piedras de molino, como collar que les hunda en los mares (Mt 18,6). Por esto advierte el Apóstol Santiago: «No os hagáis maestros muchos de vosotros, hermanos míos, sabiendo que nosotros tendremos un juicio más severo» (St 3,1).
94.6. Alguien puede replicar que, Pablo, por su parte dijo aquellas conocidas palabras: «Es cierta esta afirmación: Si alguno aspira al cargo de epíscopo, desea una noble función» (1 Tim 3,1). Y desde luego que es así: es una cosa “noble” en sí misma, pero ¡ay de ti si la pretendes sin ser para ti! Por lo cual, aunque tengas casi la absoluta certeza del llamado divino y de que es Él mismo quien te llama a presidir sus Asambleas, es más seguro para tu alma obrar siempre según aquella consigna de Pablo: «Que nos tengan los hombres por servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios» (1 Cor 4,1). ¡Administrador, y no dueño! No es tuya la palabra que debes anunciar, ni tuyas las almas que has de buscar, ni tuya la Sangre con que fueron redimidas, ni tuya la Iglesia que las congrega.
94.7. Mas he aquí la paradoja de los pastores en la Santa Iglesia: aunque tu palabra no es “tuya,” en el sentido de aquellas palabras que tú dices porque se te ocurrieron o te gustaron, sí debe ser “tuya” la palabra que predicas, en el sentido de que has de pronunciarla salida desde lo hondo de tu vida y de la experiencia de gracia en ti. Hay un modo hermoso de decir esto: no es de ti la Palabra, sino que tú eres de Ella. No eres su dueño, sino su siervo, porque “te ha seducido” (Jer 20,7). Y di otro tanto de los demás términos de comparación que te he dicho: las almas no son tuyas; tú eres de ellas, precisamente porque te debes a ellas y porque su utilidad y salud es “señora” de tu tiempo y de tus afectos. La Sangre de Cristo no es tuya, sino tú de Ella; la Iglesia no es tuya; tú le perteneces.
94.8. Así tienes el rostro de un verdadero pastor: nada tiene y a todos se debe; tiene el poder de la misericordia y no el poder de la presunción o de la soberbia; goza de la ciencia de la Cruz pero es ignorante para hacer el mal; reúne a todos pero no para sí, sino para su Señor, y así, en el momento fundamental, que es siempre el de la Eucaristía, verdaderamente desaparece, como disolviendo el misterio de su amor extremo en el misterio del amor excelso de Jesucristo.
94.9. ¡Obras benditas del Espíritu Santo, vasos de honor en el Templo de Dios, altares de incienso aromático, verdaderos amigos de Jesucristo, imágenes vivas de la Providencia, la paciencia y el poder del Padre Celestial, Pastores Santos! Sin vosotros, fallecería la Iglesia; mas como es bien sabido que no habrá de fallecer, también es cierto, y por sobre toda duda que no faltarán estos ministros, prez y gala de la Asamblea de los Santos.
94.10. Tú, mi hermano, admira esta santidad y que el fulgor de su hermosura se apodere de tu alma generosa. A ti Dios te ama; su amor es eterno.