La Misericordia
(Ex 32, 7-11. 13-14; Lc 10, 29-37; 1Tim 1,12-17; Lc 15,1-32)
Les invito a una reflexión sobre el corazón misericordioso del Padre. En tres maravillosas parábolas Jesús nos regala una extraordinaria descripción del corazón del Padre celestial, al tiempo que nos muestra también su propio corazón. La misericordia es la característica primordial del Señor. El tercer evangelista, escritor de una sensibilidad exquisita, nos ofrece tres retratos extraordinarios realizados por Jesús describiéndonos el modo de ser del Padre celestial. Son de tanta finura esas narraciones que Ernesto Renán llamó al evangelio de san Lucas: “El libro más bello que se ha escrito en toda la historia de la humanidad”. A través de este Evangelio y de toda la Escritura se escucha permanentemente como música de fondo la misericordia de Dios para con el hombre, para con su pueblo. En el NT sentimos una cierta conmoción al escuchar el testimonio de la misericordia de Jesucristo con los pecadores. Son preciosas y tiernas esas parábolas que nos pintan la misericordia de nuestro Dios y Señor. Entre otras, además de las tres del capítulo 15 de Lucas, las parábolas del Buen Samaritano, de la adúltera, la pecadora perdonada, Zaqueo.
Los rostros de la misericordia: Los capítulos 15 a 19 de Lucas son como el corazón del tercer evangelio. El 15 inicia con una introducción donde Jesús, invitando a los escribas y fariseos a entender su manera de ser al acoger a los pecadores y comer con ellos, nos entrega vibrante la más extraordinaria pintura del Padre y nos pone en contacto con ese corazón desbordante de ternura y misericordia. En un crescendo amoroso va comparando al Padre con una mujer (8-10), con un pastor (3-7), con un padre que nos quiere con entrañable ternura de madre (11-32). Este amor misericordioso del Padre es para todos sus hijos, especialmente los marginados, las gentes de conducta desviada, los rechazados por la sociedad, los desechables. Dios ama a sus hijos y no puede hacer otra cosa que mostrar su amor para con ellos, perdonando, comunicando amor. El retrato del Padre pintado por Jesucristo nos conmueve y nos infunde ánimos para vivir como hijos, aunque nos hayamos distanciado de nuestro Padre. En su misericordia casi es el quien nos pide perdón por no habernos dejado amar de Él.
Características de la misericordia divina: La misericordia divina, exceso de amor, no está sometida a las leyes de los hombres, del tiempo. En efecto, cualquier momento es bueno para que Él busque a la oveja que se le ha perdido, y para que el hijo se ponga en camino hacia su Padre a quien ha abandonado. Además, la puerta del corazón del Padre está abierta las 24 horas del día, nunca se cierra, no tiene horarios para sus hijos, nadie puede decirle: “cuando te busqué no te encontré”. El está siempre a las puertas de mi corazón llamando: “Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre su puerta, entrare en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3,20).
La misericordia divina no se agota jamás, porque el Señor es amor, está lleno de amor. Mientras exista la vida, siempre hay posibilidad de acudir a El y de ser acogido en sus brazos de Padre, nuestro sitio amoroso. Nuestro Padre no se queda recordando nuestra conducta indigna, ni el número de veces que le hayamos abandonado y despreciado; espera únicamente el momento en que su hijo anhela el perdón y el abrazo del Padre, mira los ojos húmedos y brillantes como una esmeralda en la que brilla el arrepentimiento, escucha los pasos indecisos de quien se acerca Él para decirle: “he pecado contra ti”. La misericordia del Padre transforma la vida del hombre, la revoluciona, hace que en el futuro se comporte como fiel y cariñoso.
La ciencia del perdón cristiano: El Señor perdona y perdona tanto, siempre, porque ama mucho, porque es amor. Un gran amor puede perdonar un gran pecado, miles pecados, porque el amor impulsa siempre a perdonar, a no fijarse en el pecado sino en el amor. Por eso, el Señor no se queda recordando los pecados sino que desde su amor entrega su perdón total, olvidando el pecado del hombre que se arrepiente: “de sus pecados e iniquidades no me acordaré ya” (Hebr 10, 17).
Por lo tanto, si queremos perdonar, debemos verdaderamente amar. Y el amor olvida las ofensas. Pero para olvidar hace falta la humildad. Sí, se necesita una humildad profunda para poder olvidar la herida, como hace falta un amor profundo para poder perdonar. Humildad y amor generan el perdón. Y es que el fruto de todo perdón es olvidar la herida que se nos inflingió con la ofensa. Si acudimos a la escuela de Jesús aprenderemos a dar un perdón siempre completo, pues recibimos de Jesús el amor que siempre perdona.
La Escritura es la cátedra desde la que el Señor enseña a todos los hombres la ciencia de la misericordia, del perdón. El aprendizaje de esta ciencia dura toda la vida, pues en cualquier momento nos acecha la garra del odio, de la desesperación, de la violencia.
Cómo amar a quien me ha difamado o calumniado? ¿Cómo perdonar a quien, en mi ausencia, ha entrado a mi casa y la ha saqueado? ¿Cómo amar a un pedófilo, que ha querido abusar de un hijo tuyo? ¿Cómo perdonar a quien ha metido a tu hija por el negro túnel de la drogadicción, destruyéndola así junto con su familia? Estas y otras preguntas semejantes, muestran cuán difícil es la ciencia del perdón cristiano. Pero este es el ideal cristiano.
No podemos desanimarnos si todavía estamos lejos. Mantengamos la decisión y la voluntad de aprender esta misteriosas ciencia, a pesar de los obstáculos que encontremos en nuestro camino. Ejercitémonos en perdonar a los otros las pequeñas faltas de respeto o de atención que tengan contra nosotros, las bromas pesadas que alguien nos pueda hacer, para ir creciendo y ensanchando nuestra capacidad mediante el ejercicio.
Levantemos nuestra mirada hacia Jesucristo, desde su encarnación hasta su muerte en cruz y su resurrección, para que con el contacto orante con su vida vayamos asimilando poco a poco la maravillosa ciencia del perdón cristiano. Todo nuestro ser se revela ante ciertos casos y situaciones. Pero el Señor puede decir, también, solo por el perdón vale la pena de haber creado al hombre.
El carisma de la misericordia: En un mundo donde reinan la crueldad y la injusticia, los más vulnerables en todo sentido, son los explotados y rechazados. Y el corazón del Padre quiere llegar a estos hijos suyos, reinar en ellos. Y lo hace a través de quienes poseen el carisma de la misericordia. Con las parábolas de la misericordia, Jesús nos invita a descubrir los caminos de la misericordia y el papel único que Jesús desempeña en la realización del proyecto salvador del Padre. Que es una actitud especial lo da a entender Jesús al emplear tres parábolas para describirnos la misericordia y el gozo del Padre al hallar a sus hijos perdidos. Abrámonos a Jesús, Buen Pastor, y entreguémosle nuestro corazón para que lo llene cada día más de su misericordia, que siempre perdona.
Ejercitar la misericordia: Traer el ejemplo de Jesús lavando los pies a sus discípulos.