El ejemplo de aquel leproso que tuvo la audacia de pedir la curación a Jesús nos invita por una parte a reconocer nuestras lepras, y por otra, a reconocer las actitudes de amor y de gracia con que el mismo Cristo responde a nuestras súplicas.
Elogio de San Alberto, el Grande
1. Predicador y Obispo
1.1 Una figura rica y compleja como la de Alberto, que por tantas razones ha sido llamado “el Grande” (Magno), nos presenta el tremendo reto de hallar qué unifica a una personalidad tan fascinante. La repuesta, creo yo, debemos encontrarla en su propia vocación, que fue ante todo un llamado a predicar el Evangelio. Alberto es, primero que todo, un “hermano (fraile) predicador,” y esto es bueno recordarlo entre otras cosas para percibir en él las riquezas del carisma de santo Domingo de Guzmán.
1.2 Es bueno recordar que el término “Ordo Praedicatorum,” que santo Domingo quiso para su comunidad, era el uso común para referirse a los obispos. En cuanto sucesores de los apóstoles, son ellos los primeros testigos de la fe y maestros en el conocimiento del Evangelio de Cristo. Y tales fueron los rasgos que Domingo quiso para sus frailes. En este sentido, hay una cierta lógica en que la Iglesia muchas veces haya escogido a frailes predicadores para al alto ministerio del episcopado. Tal fue el caso con san Alberto.