88.1. La luz aparece como la primera de las creaturas de Dios (Gén 1,3). No se trata, desde luego, de aquella luz que conocen tus ojos, sino más bien de aquella que, significada por la que ven tus ojos, está tan próxima a la Palabra Divina que penetra, como ella, las obras todas de la creación.
88.2. Esa luz inicial indica que nada en la obra divina es en sí mismo impenetrable o completamente denso. Es la luz que está antes y más allá de los días y las noches; antes y más allá de los actos morales de los Ángeles y de los hombres. Semejante luz es “separada” de la oscuridad. A pesar de lo que parece indicar el texto bíblico (Gén 1,5), no debes pensar que este nombre de “noche” que recibe lo que no es o no pertenece a la luz se corresponde con una parte de la creación, es decir, de lo creado.
88.3. Observa que el acto positivo y “real” de Dios es, primero, crear la luz, y segundo, separarla de la oscuridad. Puesto que en ninguna parte se dice que Dios haya creado la oscuridad, quedan tres posibilidades: o que hay una oscuridad increada, o que alguien distinto de Dios introdujo la oscuridad en la obra de Dios, o que el texto esté pretendiendo enseñarte algo distinto. Y esto último debe ser el caso, pues no caben las dos primeras opciones.
88.4. ¿Qué quiere enseñarte el texto? Dice: «Y apartó Dios la oscuridad de la luz» (Gén 1,4). Este acto, como “exterior” a Dios, va precedido por otro que es como “interior” a Él: «Vio Dios que la luz estaba bien» (Gén 1,4). El relato te presenta a Dios contemplando su obra y luego apartándola de las tinieblas. En cierto sentido puedes entender y enseñar que el acto exterior de “separación” se corresponde con el acto interior de percepción de la bondad de su propia obra.
88.5. Ahora bien, ¿qué quiere decir que “vio que estaba bien”? Esta expresión tiene la estructura de un juicio moral. Cuando examinas tu conciencia por las noches ves que algunos de tus actos estuvieron “bien” y que algunos otros estuvieron “mal.” ¿Cómo llegas a saber estas calificaciones? Evidentemente por la comparación de tus acciones con un cierto criterio que tú no has creado. Antes de ti y por encima de ti es malo mentir, y la conciencia de que esto es así te permite descubrir, a la luz de ese criterio que una mentira tuya es algo malo.
88.6. Es claro que no podemos seguir este esquema de comparación cuando se trata de lo que te dice la Escritura. Dios no “vio” que había un criterio exterior a Él que le dictaba cómo tenía que crear, ni qué debía crear, ni siquiera si había que crear algo o no. Es evidente que la calificación de “bondad” sólo puede venir por una comparación con Dios mismo. Aquella luz es “buena” no porque responda a un “deber ser” sino porque participa de algún modo de aquello que Dios es. Creando la luz Dios ha participado de su ser, por vía de creación.
88.7. Según esto, ¿qué es aquella “oscuridad”? No es una creatura; no es algo creado. Es la manera que usa la Escritura para indicar que así como Dios se conoce, y puedes decir que su conocimiento es su Palabra, así también sus creaturas tienen la huella de su Creador en aquello que son, y la huella del conocimiento que el Creador tiene de sí mismo en aquello que es posible saber que no son. Esto es profundo e importante: ante la mirada atenta de quien sepa contemplar la creación, los confines de las cosas creadas van retratando la sapiencia increada de su Autor.
88.8. Por otra parte, nota que en cierto modo es artificial, o si digo mejor: didáctica la distinción de los actos divinos que se da en los versículos que estamos meditando. Dice que Dios creó la luz, que luego vio que era buena, y que luego la separó de las tinieblas. ¿Era que no sabía lo que iba a hacer, o no podía saber si le iba a salir bien, o si su obra iba a ser “buena”? ¿Es que acaso hubo un tiempo, por breve que fuera, en el que la luz ya creada era indistinguible o inseparable de la oscuridad? ¡En modo alguno! Estos distintos verbos, y estas como “fases” en el obrar divino simplemente sirven para indicar la riqueza del acto creador, en el que intervienen el poder divino, su bondad y su sabiduría. Quiso así el Espíritu Santo que al meditar en las creaturas tuvieras razón para admirar lo que Dios hizo en ellas sin encadenarte a lo que ellas son porque Dios las hizo.
88.9. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno. Y al ver a las creaturas, gózate en decir, en voz baja: En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Cada cosa es una pequeña liturgia, ¡créeme!