Represión de los Sentimientos
Les invito a emprender una reflexión sobre el fenómeno de la represión o no expresión de nuestros sentimientos, por el mal que esto significa para nuestra salud psicológica, espiritual y hasta biológica. Por el contrario cómo se vive bien de salud cuando se comparte toda la verdad acerca de sí mismo y de los propios sentimientos. No expresar los sentimientos enferma hasta orgánicamente a la persona. Ocultando o negando nuestros sentimientos y emociones estamos perjudicando nuestra capacidad de ser felices, de tener relaciones saludables y satisfactorias. Esto parece evidente, pero en la vida diaria no es tan fácil de realizar. Hay muchos sentimientos que no expresamos porque nos avergonzamos, porque las normas de educación no lo permiten, etc. Pero es muy importante que expresemos la verdad sobre nosotros mismos al menos a una sola persona, pero que nos expresemos. Nadie nos pide que pongamos nuestra vida de par en par a todo el mundo. Normalmente vamos enmascarando la verdad para ocultarnos a nosotros mismos y a los demás. Pero, cuando expresamos lo que sentimos estamos disolviendo la tensión emocional y enriqueciéndonos en nuestra relación con los demás.
El fenómeno de la represión: Cuando una persona no expresa la verdad de lo que siente, por temor, por vergüenza, por el motivo que sea, está reprimiendo sus sentimientos. La represión es un mecanismo de seguridad que se ha desarrollado a lo largo de los años. La persona que reprime sus sentimientos aprende a ocultarlos y confía en que acaben por desaparecer. Poco a poco y con el paso de los años, la persona que reprime sus sentimientos se va convirtiendo en una persona extraña para sí misma. La persona empieza a pasar todo lo que siente más por su cabeza que por su corazón. Pierde el equilibrio que tiene que tener la cabeza y el corazón. .
Experiencia vivida: La historia personal nos da claridad al respecto: al principio el niño manifiesta espontáneamente todo lo que siente; va aprendiendo luego que debe contenerse, que algunos sentimientos causan sufrimiento y angustia, que se consideran feos y malos y no debe, ni siquiera sentirlos, mucho menos manifestarlos, so pena de verse avergonzado consigo e incluso de perder la estima de las personas de quienes depende. La educación infantil ha sido, en buena medida, represiva. El niño ha ido aprendiendo a refrenar sus impulsos. Con la represión, el sentimiento se vuelve incosciente, -como si no existiera- generando un bienestar aparente.Pero ningún impulso reprimido desaparece. Queda en el campo del inconsciente y allí permanece activo; no pudiendo manifestarse como es, porque no se le deja, busca otras formas camufladas, mecanismos de defensa, dolencias sicosomáticas: enfermedades de origen nervioso: asmas, mala digestión o circulación, conductas neuróticas: depresiones, angustia, insomnio, inapetencia, sentimiento de culpa, bajo aprecio de sí mismo, etc. Nuestra educación es eminentemente represiva…
Es necesario permitir que el sentimiento se exprese en forma compatible con los valores personales y de la convivencia. Hasta la existencia del odio debiera ser reconocida y el sujeto debería reconocerlo, por lo menos en su más honda intimidad: “siento odio por fulano, por esto, por aquello”. Es necesario hacer consciente el universo afectivo de las personas, nunca suprimir los afectos, aceptar el dinamismo afectivo y elegir las formas y expresiones conscientes válidas en la convivencia. Una familia en la que se dan condiciones anteriores y relacionales para encarar conscientemente los sentimientos tendrá mayor probabilidad de ser cálida y fraterna. Tenemos que aprender la manera de descargar sentimientos como la culpa, el fracaso, la ansiedad, la rabia, el resentimiento, la culpa, la depresión, el miedo, el odio. Por eso, lo primero que tenemos que hacer para vivir en la verdad es saber cuáles son de verdad nuestros sentimientos. Saber qué sentimos. Cuando descubrimos la verdad de nuestra vida y la compartimos, estamos estableciendo puentes de amor con los demás. Quien tiene amor vive en la verdad. Descubrir de verdad los sentimientos que tenemos no es fácil porque muchas veces ni siquiera nosotros mismos sabemos qué nos pasa ni por qué nos pasa. Somos un misterio para nosotros mismos. .
Los sentimientos son indiferentes: Los sentimientos no son ni buenos ni malos en sí mismos. Su maldad o su bondad dependen de nuestras actitudes posteriores. Necesitamos poder identificarlos, entonces los controlaremos. Pero esta idea equivocada respecto a los sentimientos, hace que los reprimamos cuando surge un sentimiento negativo o amenazador. Los reprimimos, los sepultamos, los escondemos hasta a nuestros propios ojos. ¿Y cuáles son las consecuencias?
La represión de lo que consideramos sentimientos malos o vergonzosos en nosotros nos lleva poco a poco a tensiones tan profundas que caemos fácilmente en agobio, angustia, tristeza, depresión. Y aún hay más: si las tensiones originadas por esa represión, por ese ocultamiento, no son atendidas y solucionadas, lo más seguro es que terminemos no solo en algún desequilibrio psíquico, sino también en alguna enfermedad física más o menos grave. Y hasta: caer en la esclavitud de tranquilizantes, estimulantes y cosas por el estilo.
Tenemos sentimientos luminosos y sentimientos oscuros. Los sentimientos luminosos nos dan paz, alegría, sensación de bienestar, ganas de trabajar, fortaleza. Los sentimientos oscuros bloquean nuestra paz y nuestra alegría, gastan y desgastan nuestro sistema nervioso y al fin nos dejan agotados, vacíos, enfermos. Vamos a hablar de uno de esos sentimientos desgastadores. Luego, oraremos juntos para que podamos enfrentar nuestra realidad con valor y recobrar, así, nuestra alegría y nuestra paz primeras. ¿Y sabes qué pasará también?. Tus sentimientos aprenderán a reflejar tu presente, a brotar lo que ahora te está sucediendo porque habrás resuelto el dolor del pasado. No debes dejarte aprisionar por el pasado porque bloqueas lo mejor de ti mismo. No debes quedarte aprisionado en tus problemas de la infancia o de la juventud. Debes y puedes, con la ayuda de Dios, liberarte de esa necesidad imperiosa que sientes de distorsionar la realidad. Debes y puedes, por la acción transformadora del Espíritu Santificador, resolver tus problemas emocionales y poder así crecer como persona.
Un caso de represión: Voy a contarles la historia de Alberto, a quien llaman cariñosamente Beto. Tenía 41 años cuando lo conocí, casado, 3 hijos, relativo bienestar económico. ¿Y qué le pasaba? Primero su familia lo notó, luego, sus amigos, sus compañeros de trabajo, al fin él mismo tuvo que reconocer pero que no podía explicarse qué le había pasado. Su carácter en general alegre y pacífico se había transformado en rezongón, crítico, amargo, resentido, con arranques de ira que asustaban a su familia, aunque su familia no podía dudar de su cariño.
Beto estaba lleno de ansiedad, le tenía miedo al fracaso. Lo había reprimido en cuanto lo sintió venir. Al reprimirlo se enojó contra sí mismo: él, un hombre ¿cómo iba a tener miedo? Y Para liberarse de esa nueva amenaza destilaba su enojo sobre los demás transformándose en un rezongón, criticando a todos y volviéndose cada día más resentido y amargado. Pero, como en el fondo, sabía que su actitud hacia los demás era injusta, avanzó sobre él, el sentimiento de culpabilidad y para liberarse de la culpa caía en la autocompasión y entonces se deprimía. Y luego, vuelta a empezar: miedo, enojo, descarga del enojo hacia adentro y hacia fuera, por lo tanto, culpa, depresión, sufrir y hacer sufrir. El problema de Beto ¿no es el de muchos? ¿No serás tú uno de ellos? Pero lo importante, lo vital, es identificar a qué temo, a quién temo, qué es lo que temo y no dejar flotando mis temores y ansiedades porque me devorarán.
Necesitas tener tiempo para tomar contacto contigo mismo, prestar atención a tus sentimientos, escucharte. Tendrás conciencia de tu propia debilidad. Pero, en lugar de ocultarla, reprimirla, podrás utilizarla. Aquí viene lo más importante, estarás abierto al dolor que en realidad existe en tu mundo y comprenderás que huir de él por reprimirlo lo aumenta, tienes muchos más sufrimientos. Entonces comprenderás que no vale la pena perder el tiempo y las energías en lo que no puedes cambiar, y ese tiempo y esas energías podrás usarlas en aquellos aspectos que tienes posibilidades ciertas de cambiar, de crecer, basta de quebrar tu egoísmo y tener la alegría liberadora de dar, de darte.
Oremos, suplicando al Padre lleno de ternura y amor, que envíe la fuerza, transformadora de su ternura y amor, y nos libere de todas las formas destructivas del temor, de la ansiedad, del miedo. Señor, lo primero que te pedimos es que aumentes nuestra confianza en Ti, sanándonos de nuestro miedo de no ser escuchados o de no ser dignos de tu amor, Gracias. Concientes de nuestra fragilidad, te ofrecemos la fe de tu Iglesia, de la Santísima Virgen, de los santos. Envía tu Espíritu transformador hacia aquella parte de mi ser que está llena de ansiedades, de temores, de miedos, desde el que sentí en el momento de nacer. De allí arrancan todos mis temores, mi ansiedad por perder algo o la sensación de que algo me van a quitar. Con tu ayuda me animo a ir soltando todos mis miedos, uno a uno. Te pido que tu misma mano cariñosa y tierna siga desatando mis miedos infantiles, mis terrores nocturnos, mis ansiedades de cada día. Y creo, Señor, que yo puedo mirar de frente cualquier momento de mi pasado, vivir con fortaleza, vivir con paz, con alegría mi presente y con esperanza mi futuro. ¡En el vacío que dejaron mis miedos siento la frescura de tu presencia en mí! Tú, Señor, me llenas de confianza, de que me amas y proteges como a la niña de tus ojos. El amor que crece en mí es tu propio amor por mí, que está ahuyentando para siempre mi ansiedad, mis temores. Es verdad, tu amor dentro de mí, me está consolidando y fortaleciendo. El amor de Cristo me está invadiendo y con El todo lo puedo.
Cómo podemos descubrir nuestros sentimientos: Cuando nos encontramos mal por nuestros sentimientos estamos experimentando una o varias de estas reacciones a la vez: Rabia, censura y resentimiento; agravio, tristeza y decepción; miedo e inseguridad; culpa, remordimiento y pesar; amor, comprensión, perdón y deseo. Muchas veces expresamos no lo que sentimos de verdad, sino la respuesta a esa falta de sentimientos. Por ejemplo: necesitamos que nos quieran, pero como percibimos que nadie nos quiere, nos ponemos a la defensiva y nos enfrentamos contra todos los que nos rodean. La mayoría de los problemas de la comunicación se producen porque transmitimos sólo parte de la verdad de lo que sentimos, sin expresar la verdad totalmente.