Génesis de nuestros sentimientos y emociones
Les invito a continuar nuestra reflexión sobre los sentimientos. Cualquier acontecimiento puede ser ocasión de emociones, por ejemplo, la vista de un relámpago, de un paisaje maravilloso, una fiera suelta, oír el rugido de una tempestad, de un león, los insultos de un adversario; experimentar la muerte de un ser querido, una enfermedad, un fracaso, el recuerdo vivo de una humillación. Todo lo anterior puede dar pie al temor, a la ira, a la tristeza, al dolor, al gozo. Del mismo modo, la presencia de una persona querida, sus palabras de aliento, sus regalos serán ocasión de amor, de alegría, de seguridad.
Las imágenes o ideas especulativas interesan solo al entendimiento; las decisiones, a la voluntad. Pero hay experiencias, ideas y recuerdos con carga afectiva de temor o esperanza, de alegría o de tristeza, de odio, ira, amor, etc., que afectan a todo el ser; y parecen incrustarse en nuestro cuerpo y tienden a continuar en nuestra alma, influenciando nuestra personalidad. Son los sentimientos y emociones en los que vibran nuestros nervios y todo nuestro ser ante la felicidad o su ausencia: emociones positivas ante la dicha real o imaginaria; emociones negativas ante la desdicha.
Dios creó a la persona con sus sentimientos
La Escritura nos muestra a Dios como un alfarero que modela la arcilla de la naturaleza humana: “como el barro en manos del alfarero, así son ustedes en mi mano, casa de Israel” (Jer 18,5-6). El Padre es un alfarero que da forma al hombre con sus sentimientos, que da forma al entusiasmo, al miedo, a la atracción, a la envidia, a la nostalgia, al despertar de la excitación sexual, a la soledad, la felicidad, la tristeza, a todas esas experiencias que identificamos como emociones y sentimientos. Y si Dios nos creó con los sentimientos es para que los usáramos en nuestras relaciones personales y fuéramos perfectos con ellos.
Nuestro Dios es el Dios de la ternura, de la misericordia; el Dios de las sorpresas; el Dios que sufre el desaire de las malas acciones y de los métodos egoístas; el Dios que creó al hombre y a la mujer con poderosos deseos mutuos de atracción sexual y afectiva; un Dios de proyectos entusiastas, de jornadas agotadoras, de reuniones agitadas y de muertes llenas de lágrimas; un Dios de amor, que envió a Jesús para mostrarnos su amor entregando su vida por nosotros.
Desarrollo normal
Sin el suficiente amor, seguridad y alegría, el niño crece defectuoso y anormal. Así como una infancia desnutrida produce un candidato a tuberculosis, de la misma manera, cuando en la infancia ha faltado el alimento emocional, afectivo aparecerá más tarde una joven o un joven inadaptado social, con frialdad e insatisfacción afectiva, con exagerada tendencia al odio o a la tristeza, a la amargura o bien tímido, apocado o indeciso, pesimista y frustrado.
Por otro lado, el exceso en intensidad y en duración de emociones negativas, tales como ira, temor, tristeza, puede dejar el psiquismo muy condicionado o inclinado al disgusto, a la inseguridad, o a la frustración, máxime cuando esas emociones se han tenido que sufrir en la infancia con un cuerpo y un alma mal preparados para sobrellevar esa lucha. Es importante conocer su influjo en el cansancio mental, en las perturbaciones psíquicas, en los disturbios psicosomáticos que constituyen el 65% de las enfermedades de la humanidad. ¡Cuántas personas se quitan la vida ante su incapacidad de superar una depresión!
El sentimiento, nuestro camino hacia Dios
Hoy encontramos individuos que intentan, como “buenos cristianos”, superar sus sentimientos y emociones. Cuando experimentan un impulso de ira o de tristeza inmediatamente intentan moderar su intensidad. A veces lo consiguen con la oración. El intento de espiritualizar en demasía la vida emocional conduce, a la larga, a una pena profunda, resentimientos, iras, deseos sexuales, miedo y toda una serie de sentimientos bloqueados. A veces, ofrecer a Dios un sentimiento, que nos inquieta, no es oración sino una represión psicológica. En efecto, no podemos ofrecer a Dios lo que aún no hemos reivindicado como nuestro. No podemos dar a Dios lo que no hemos recibido plenamente.
Como Jesús junto al sepulcro de Lázaro, no podemos conmovernos profundamente hasta que no nos hayamos dejado impactar por la realidad. No podemos elevarnos a lo trascendente saltando por encima de lo humano, sino más bien, conociéndolo en plenitud. No conoceremos la alegría de la resurrección si no hemos gemido por la muerte.
Como cristianos debemos dejarnos mover por la compasión, llenarnos de ternura. Debemos agitarnos de ira, batallar con la impaciencia y cultivar la alegría. Debemos anhelar y desear, sentir dolor y llorar. Debemos saber lo que es amar.
No debemos convertir al Dios-hombre, que conoció el sentimiento humano, en un Salvador estoico. No debemos minimizar los relatos de sus expresiones emocionales buscando excusas para nuestra evasión emocional.
Expresión de sentimientos y salud mental
La facultad de conocer y expresar nuestros sentimientos correctamente es indicio de salud mental. No siempre hemos sabido enseñar a la gente a expresar sus sentimientos. A los hombres se les ha animado a controlarlos, perdiendo así una de sus más ricas fuentes de intimidad. En el pasado, se les permitía a las mujeres ser emotivas, pero se les disuadía de expresar verbalmente sus emociones. Podemos ser emotivos llorando, enfurruñándose, gritando, golpeando las puertas de los armarios, pero eso no significa que hayan sido encaminados adecuada y eficazmente los sentimientos.
Para expresar los sentimientos, de modo que promuevan las buenas relaciones y profundicen la intimidad, deben ser poseídos, reconocidos como propios y clarificados verbalmente ante los demás. Este proceso elimina la oscuridad y confusión en las relaciones.
Cuando no somos conscientes de nuestros sentimientos más profundos, podemos comportarnos, sin darnos cuenta, de modo destructivo. El sarcasmo puede proceder de la cólera reprimida; la murmuración, de unos celos disfrazados; cuando estamos inseguros, podemos inconscientemente manipular. Estos comportamientos tienen lugar generalmente, porque no hemos sido conscientes de nuestros sentimientos y hemos actuado por instinto. Pocas personas se sientan a pensar sobre sus reacciones íntimas, a identificar, por ejemplo, la presencia de la envidia en vez de decir que solo es murmuración. Podemos elegir nuestra conducta en la medida en que seamos conscientes de nuestros sentimientos. Si somos inconscientes, nuestra conducta puede ser un juguete de nuestros sentimientos inconscientes.
Respuesta del cuerpo
La energía de un sentimiento oculto, represado, puede ser muy fuerte y permanecer atrapada en el estómago, en el pecho, en el cuello. Podemos intentar calmar el malestar con aspirinas o tranquilizantes; pero la energía y los compuestos químicos de las reacciones emocionales ahogadas permanecen vivas y claman por su liberación. Tarde o temprano los sentimientos desagradables se convierten en síntomas desagradables, en enfermedades físicas relacionadas emocionalmente con los sentimientos guardados.
Hay una cantidad de historias penosas: un marido que piensa que no es necesario decir a su esposa cuánto la quiere y la necesita; una esposa que no sabe cómo decirle a su marido su sentimiento de rabia; una joven que no sabe si su marido, después de cinco años de matrimonio, la sigue queriendo; un hombre que no sabe cómo interpretar los frecuentes períodos de hostil silencio de su esposa; un religioso/a que no puede entender porqué su más íntimo amigo/a lo/la abandonó sin decir porqué ni adiós; un sacerdote que ha pasado años distanciándose de todo y de todos, sin darse cuenta de ello; unos padres que nunca supieron los nombres de sus sentimientos; una mujer disgustada; un hombre asustado que no quiere hablar de su malestar con nadie.
Ayudar a clarificar este proceso hoy es una necesidad para la salud de la persona. Sentimientos y emociones, ira y exaltación, no son simplemente una realidad psicológica, sin significado en el reino del espíritu, con que deben contar los cristianos. Ponérsele a uno los pelos de punta o tener las manos húmedas no son solo reacciones inevitables del cuerpo; el despertar de la excitación sexual y el placer en la región pélvica no son signos vergonzosos de débil autocontrol, legalizados por el sacramento del matrimonio. Todos los sentimientos, su variedad de manifestaciones físicas y su poder darnos placer o pena han sido creados por Dios.
Efectivamente, las emociones y sentimientos reprimidos justificándolos como una ‘ofrenda a Dios’ no ayudan al crecimineto espiritual, por mi parte lo he vivido en carne propia, tratando de controlar algunos deseos que solo han servido para darme un constante dolor de cabeza y mal estar estomacal, el problema está en que aunque reconozca mis sentimientos no tengo la voluntad para encausarlos por el camino correcto.