Tomar Conciencia de nuestros Sentimientos
(Jn 11,33-36; Lc 7, 11-16)
Les invito a continuar nuestra reflexionar sobre esa realidad fundamental de la persona humana, nuestros sentimientos y su comunicación. Los sentimientos anteceden al perdón, que no depende de ellos, sino de la voluntad. Un sentimiento que ha sido herido necesita del perdón. De todos modos necesitamos tomar conciencia de nuestros sentimientos, partir de ellos y reabrir así los canales de un auténtico perdón. En nuestra cultura pasamos por alto lo que sentimos ante determinados hechos. Los guardamos y nos quedamos con una energía que se va represando en nuestro interior. Cuanto más reprimamos nuestros sentimientos, más nos perjudicamos vitalmente. Veremos cómo Jesús, nuestro modelo, tuvo una riquísima vida afectiva, rodeándose de amigos, con quienes compartía hasta sus más íntimos sentimientos. Su comunidad apostólica era una escuela de intercambio de sentimientos, como aparece en el Evangelio.
Jesús tenía una profunda sensibilidad
Los Evangelios muestran a Jesús como hombre de una profunda sensibilidad. Jesús siente las congojas de aquellas personas con la que se cruza en su camino. Siente la aflicción de una viuda que había perdido lo único que le quedaba, su hijo. El evangelio insiste que Jesús “se compadeció” (Lc 7, 13). Cuando murió su amigo Lázaro, se conmovió profundamente, agobiado de emoción. Lloró porque María estaba llorando; los dos lloraban porque se había muerto una persona que los dos amaban; Jesús lloró porque no había aprendido que “los hombres fuertes no lloran”. El era un hombre demasiado sano para contener sus lágrimas. Jesús no intentó ocultar sus sentimientos y los compartía con toda libertad: “comenzó a sentir tristeza y angustia. Y les dijo: ‘siento una tristeza mortal” (Mt 26,37-38); “Jesús lleno de gozo en el Espíritu Santo dijo:” (Lc 10,21); “su espíritu se conmovió profundamente y se turbó” (Jn 11,33.38).
La religión no es solo cuestión de inteligencia
Se podía pensar que la religión es solo cuestión de entender intelectualmente lo que se nos propone. Pero este camino ha traído consecuencias fatales al occidente cristiano, habiéndonos contentado la mayoría con ser católicos de ideas, sin haber entregado a Dios nuestro corazón, nuestra vida afectiva. Sin hacer a un lado nuestra inteligencia, el camino que nos lleva a Dios es el corazón, pues Dios es Amor. Así lo asegura la Escritura: “los razonamientos tortuosos alejan de Dios. Búsquenlo con un corazón sincero, porque El se deja encontrar, se manifiesta a los que confían en Él” (Sab 1,2-3).
Naturaleza de los sentimientos
El hombre se relaciona con los demás a través de su afectividad, que promueve: sentimientos. Estos son energía, reacción interior, provocada por un estímulo externo o interno y tienen vida propia, no dependen de la volunta y, por eso, no son ni buenos ni malos. Esto quiere decir que no tienen moralidad en sí. Lo que sí tiene moralidad es la acción que los sigue. Por eso, dicen los moralistas, que el pecado no está en sentir sino en consentir. Que sintamos envidia, rabia, deseos sexuales, atracción por ciertas personas, no es malo, es natural. Los sentimientos referentes al sexo, a la ira, se les consideró indignos; mientras los tranquilos como la alegría, la paz, buenos.
Cuando creemos que los sentimientos son malos, tratamos de reprimirlos y esto nos quita la paz y nos hace vivir con un miedo constante a que se repitan. Como resultado, mucha gente aprendió a eludir los sentimientos menos tranquilos, y en la mente de muchos católicos, la represión –guardar dentro- de ciertos sentimientos fue elevada a virtud. La negación de la ira, la envidia y los sentimientos sexuales llegó a ser virtud para muchos. Pero uno y otros son indiferentes.
Los sentimientos son la manera que tenemos de percibirnos. Ellos son nuestra manera de reaccionar ante el mundo que nos rodea. Cada uno de nosotros obramos conforme a los sentimientos que tenemos. Por esto, comprender nuestros sentimientos es comprender nuestra reacción ante los demás y ante todo lo demás. Todos poseemos una gran riqueza de sentimientos: amor, enamoramiento, placer, rabia, ansiedad, fracaso, miedo, tristeza, depresión.
Los sentimientos son personales
Los sentimientos tienen el sello personal y, como la persona, son diferentes, únicos. Más aún, ellos son los que nos identifican. Permitamos a nuestros sentimientos expresarse: manifestemos el amor, el odio, la ira, la amistad. Por no conocer y aprender a manejar nuestros sentimientos tenemos muchos problemas con quienes convivimos. Las consecuencias por no saber manejarlos pueden ser peores que las de conducir un carro sin saber hacerlo.
Respuestas del cuerpo
Un sentimiento puede ser eliminado de la mente pero no del cuerpo. Si lo callamos, la energía del sentimiento ignorado permanece atrapada en el estómago, en el pecho, en el cuello, etc. Podemos calmar, con aspirinas o tranquilizantes el malestar que esto nos produce; pero la energía emocional se convierte en síntoma desagradable. Los sentimientos reprimidos se van fermentando en nuestro interior y son causa de variedad de enfermedades. A veces, esos sentimientos crónicos se somatizan y buscan un lugar en el cuerpo para permanecer allí. Pueden manifestarse en forma de dolores de cabeza crónicos, problemas estomacales, dolores de espalda, cáncer, etc. Cierta persona, a determinada hora sentía un dolor de cabeza. Se le recomendó que recordara desde cuándo empezó a sufrir ese dolor y qué le aconteció en esa ocasión. Recordó que a los 7 años su padre lo había castigado injustamente. Ahora reconoció el posible motivo del castigo, perdonó a su padre y el dolor de cabeza desapareció y quedó liberado de la rabia. Tenemos que aprender a reconocer los sentimientos, a aceptarlos y a comunicarlos. Desde que la ciencia de la conducta humana descubrió las relaciones entre los sentimientos torpemente tratados y muchas enfermedades; desde que los teólogos comenzaron a estudiar la humanidad de Jesús a una nueva luz, y fueron conscientes de que El se airó, tuvo compasión, tuvo otros sentimientos y los expresó, se ha dado más importancia al conocimiento y a la expresión adecuada de los sentimientos.
Precisar nuestros sentimientos
Para que nuestros sentimientos promuevan las buenas relaciones es necesario poseerlos, reconocerlos, aceptarlos y ofrecerlos. Es frecuente encontrar “buenos cristianos”, que intentan superar sus sentimientos. Si sienten ira, tristeza, deseos sexuales buscan moderar su intensidad; si son emociones “inaceptables” se apresuran a ofrecérselas a Dios, tratando de sacrificarlas. El intento de espiritualizar en demasía la vida emocional conduce a guardar dentro esos sentimientos. Ofrecer esto a Dios, más que oración, es represión psicológica. Necesitamos dejarnos mover por la compasión, llenarnos de ternura, enfadarnos, batallar con la impaciencia, cultivar la alegría y desear, sentir dolor, llorar.
No sabemos expresar los sentimientos
Nuestra sociedad nos ha acostumbrado a no expresar los sentimientos. A los hombres se les ha educado para silenciar ciertos sentimientos, advirtiéndoles, por ejemplo: ¡los “machos” no lloran! Se nos ha privado así de parte de nuestra humanidad, perdiendo una de las más ricas fuentes de intimidad. Los religiosos tenemos dificultad de decirle al hermano: ¡te quiero!, por las consecuencias. A veces me siento herido por alguien y me callo, reprimiendo mis sentimientos. Soy incapaz de aceptar que tengo rabia, furia, amargura, decepción, calentura sexual y me pongo una careta de víctima, de inocencia, mientras mis sentimientos continúan reprimidos, ahogándose y ahogándome. Estas personas no han aprendido a sentir sus sentimientos, a conocer su naturaleza, su nombre, a expresarlos. En la escuela no se nos enseña a conocer y a manejar los sentimientos.
Psiquiatras, terapeutas, orientadores saben de cantidad de problemas que están relacionados con la incapacidad de expresar nuestros sentimientos: un religioso joven no sabe si su prefecto le estima; otro no puede entender porqué su más íntimo amigo lo ha abandonado sin decir adiós. Se comunican ideas, pero no sentimientos o estados de ánimo. Hay historias de religiosos, de personas que sufren por falta de cercanía humana. No se nos proporciona adiestramiento para la intimidad, ni para expresar sentimientos de amor, de rabia; de pronto alguno ha pasado años distanciándose de los demás, de sus hermanos, sin darse cuenta; otro, asustado sin querer o sin sentirse capaz de compartir con nadie su malestar. Ayudar a clarificar este proceso es hoy indispensable.
El diálogo, medio ordinario para expresar nuestros sentimientos
El episodio del encuentro de Jesús en el templo señala el diálogo como elemento apropiado para, en un clima de comunicación familiar, respetuoso, expresar lo que sentimos. José y María no se quedan represando sus sentimientos, sino que expresan a Jesús lo que sienten ante la crisis que acaban de vivir. María le dice a Jesús: “Hijo, ¿porqué nos has hecho esto? Tu padre y yo te buscábamos angustiados”. Y Jesús, a su vez expresa, también, sus sentimientos con todo respeto: “No sabíais que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?” (Lc 2,49). José y María no entendieron lo dicho por Jesús, pero expresaron y permitieron a Jesús que expresara, también, sus sentimientos.