79.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
79.2. En alguna ocasión en que acababas de confesarte te dije que olías a Jesucristo; hoy que también te has confesado te lo repito, pero quiero comentarte un poco qué significa esta expresión.
79.3. El olor o aroma de una persona es la señal de su presencia próxima. Nota cómo Dios hizo que por el mismo órgano que recibe el aire vital llegan los olores y fragancias. Así lo quiso el Creador porque a menudo un mal olor es señal de un peligro mortal, como cuando un alimento descompuesto impide con su hedor que alguien lo coma.
79.4. Pero los buenos olores también tienen poder. El Santo Arcángel Rafael alejó al demonio con la fuerza del olor de aquel pez: «El olor del pez expulsó al demonio que escapó por los aires hacia la región de Egipto. Se fue Rafael a su alcance, le ató de pies y manos y en un instante le encadenó» (Tob 8,3).
79.5. La sabiduría tiene su aroma, que es perfumado y grato, verdadero embeleso del intelecto y del alma. Así dice la sabiduría de sí misma: «Cual cinamomo y aspálato aromático he dado fragancia, cual mirra exquisita he dado buen olor, como gálbano y ónice y estacte, como nube de incienso en la Tienda» (Sir 24,15).
79.6. El corazón del justo perfuma su ofrenda según lees en otro lugar: «La ofrenda del justo unge el altar, su buen olor sube ante el Altísimo» (Sir 35,5), y por eso se os invita: «Como incienso derramad buen olor, abríos en flor como el lirio, exhalad perfume, cantad un cantar, bendecid al Señor por todas sus obras» (Sir 39,14). Con razón, pues, exultaba Pablo: «¡Gracias sean dadas a Dios, que nos lleva siempre en su triunfo, en Cristo, y por nuestro medio difunde en todas partes el olor de su conocimiento!» (2 Cor 2,14).
79.7. ¡Mira qué imagen literaria utiliza este Apóstol! ¿A quién se le hubiera ocurrido decir eso: “el olor de su conocimiento”? Es una descripción preciosa, sea dicho en verdad. Porque, mientras que el ojo y el oído pueden distanciarse de sus estímulos, los otros tres sentidos corporales, a saber, el tacto, el paladar y el olfato, no pueden tomar esta distancia, y por ello mismo son imagen hermosa de aquel conocimiento que sólo subsiste sobre la experiencia inmediata y directa. Tú puedes en cierto modo distanciarte de la palabra que oyes o de aquello que ven tus ojos; mucho más difícil, y a veces imposible es distanciarse de aquello que hueles o gustas. Así es el conocimiento de Cristo: en él son inseparables el enunciado y el contenido, el Mensajero y el Mensaje.
79.8. Casi lo más hermoso que puedo decirte es lo que te he dicho: hueles a Cristo. ¿Y a qué huele Él? A aquella unción que lo hizo el Ungido, es decir, el Cristo. Oler como huele Jesucristo es estar impregnado de su Espíritu y rodeado de su amor y de su unción.
79.9. En otro sentido, oler a Cristo es participar de ese aroma que desprende su sacrificio. Mira bien y notarás cómo en el Antiguo Testamento todo sacrificio tiene su perfume y su aroma. No es difícil que busques en la Ley multitud de referencias: Gén 8,21; Éx 29,18.25; 29,41; Lev 1,9.13.17; 2,2.9.12; 3,5.16; 4;31; 6,8.14; 8,21.28; 23,13.18; Núm 15,3.7.10.13.14.24; 18,17; 28,2.6.8.13.24.27; 29,2.6.8.13.26.
79.10. Casi podría decirse que lo más propio de los sacrificios es ese aroma, casi siempre descrito como “calmante aroma,” expresión que indica no el simple “contentar a Dios,” sino aquel lazo de reconciliación y de paz que surge cuando se respira un mismo ambiente. Fíjate cómo, incluso en el modo usual de hablar, se usan expresiones como: “había muy buen ambiente.” ¿Qué significa esto, sino que todos respiraban unos mismos sentimientos? Pues bien, el sacrificio hecho en debida forma hace que respires el mismo ambiente de Dios y que en esa “atmósfera” común sientas paz. Es lo que se quiere decir en la Biblia con aquello del “calmante aroma.”
79.11. Con esto en mente, piensa en la grandeza de lo que es “despedir la misma fragancia de Jesucristo”: ¡significa que eres partícipe de su mismo Sacrificio! Por eso prescribió Pablo: «Sed, pues, imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave aroma» (Ef 5,1-2).
79.12. Hay un último sentido que quiero comentarte sobre aquello de tu aroma de Sangre de Cristo en este día. Recuerdas bien aquel pasaje en que Isaac, ya ciego, abraza su hijo Jacob, aunque él creyó que era Esaú, porque Jacob llevaba las ropas de su hermano Esaú. En aquella ocasión, «Isaac se acercó y le besó, y al aspirar el aroma de sus ropas, le bendijo diciendo: “Mira, el aroma de mi hijo como el aroma de un campo, que ha bendecido Yahveh.”» (Gén 27,27). Pretendió conocer a su hijo por el olor, como prenda de lo más suyo. Así hace Dios Padre con vosotros. Él no está ciego como Isaac, sino que hace como tantos enamorados que al besar cierran sus ojos, y cumple lo que había dicho por el profeta: «Porque me apiadaré de sus iniquidades y de sus pecados no me acordaré ya» (Jer 31,34; cf. Heb 8,12; 10,17). Por eso, cuando llegáis revestidos de Cristo, Él os abraza y dice con ternura que hace derretir los Cielos: “¡Es mi Hijo!, ¡es mi Hijo!.” Así te abraza el Padre, y esas palabras dice.
79.13. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.