73.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
73.2. Como el oficio de tu vida es la predicación, tu amor está en la Palabra. Así como el escultor aprende a valorar la calidad de uno y otro mármol, así tú tienes por derecho y por deber que conocer cuánto pesa y qué textura tienen las palabras, de modo que puedas tratar a cada una como lo que es y puedas también llamarlas como amigas al servicio de tus pensamientos y del afecto de tu alma, y no como estorbos o barreras que te distancien de tu misión o de aquellos a los que quieres dirigirte.
73.3. Para aprender a hablar hay que hablar corto. La Biblia, que habla bien de la Palabra, habla mal de la abundancia de palabras: «En las muchas palabras no faltará pecado; quien reprime sus labios es sensato» (Prov. 10,19). Otro tanto dice Nuestro Señor refiriéndose específicamente a la oración: «Y al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados» (Mt 6,7).
73.4. Así como la conducta ha de ser sobria (1 Tes 5,6.8; 1 Tim 3,2.11; Tit 2,2; 1 Pe 1,13; 4,7; 5,8), así las palabras han de ser las necesarias, según los criterios de la justicia, la utilidad y la caridad. Justicia fue que Daniel levantara su voz para defender a la inocente Susana (Dan 13,42-62); utilidad es aquella edificación que Pablo pone como criterio fundamental en el discernimiento de los carismas (1 Cor 14,2-12); caridad es aquel amor que lleva a Juan a testificar lo que ha visto y oído, para que sus oyentes estén en comunión con el Padre y el Hijo (Jn 20,31; 1 Jn 1,1-3; 5,13).
73.5. Hablar poco y con sobriedad implica gustar y hacer gustar la dulzura de las palabras. Vienen al caso las expresiones de aquel amigo de Job: «¿Te parecen poco los consuelos divinos, y una palabra que con dulzura se te dice?» (Job 15,11), pues «Dichoso el hombre que ha encontrado la sabiduría y el hombre que alcanza la prudencia; más vale su ganancia que la ganancia de plata, su renta es mayor que la del oro. Sus caminos son caminos de dulzura y todas sus sendas de bienestar» (Prov. 3,13-14.17).
73.6. Tú debes hablar y predicar como el que ha encontrado esta dulzura, como el que ha probado el banquete, y atrae con alegría a otros para que gusten el amor de Dios. Así obró Andrés cuando atrajo a Pedro hacia Jesucristo: «Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús. Este se encuentra primeramente con su hermano Simón y le dice: “Hemos encontrado al Mesías” —que quiere decir, Cristo—. Y le llevó donde Jesús» (Jn 1,40-42). Si Andrés se hubiera puesto a darle largas clases de teología y espiritualidad a Pedro, seguramente no hubiera conseguido mucho, pero obró con la inteligencia de la humildad y con la prudencia de la caridad: dio lo que podía y debía dar, y llevó a su hermano allí donde podían darle lo que él mismo no poseía aún. Sigue tú ese ejemplo.
73.7. El mismo Cristo supo poner freno a sus palabras, cuando suspendió la tersa belleza de su discurso en aquella sublime Cena, y dijo con humildad divina: «Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello. Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir» (Jn 16,12-13). ¡Qué sublime espectáculo! ¡Cristo Palabra se vuelve Cristo Silencio, para que el Amor tenga la última palabra!
73.8. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.