Ante todo preguntemos una cosa: ¿De dónde sale la idea de que cada cosa que creemos debe estar en un versículo de la Biblia? Esa idea no viene de la Biblia. Ningún versículo de la Biblia dice que la Biblia tiene formulado todo lo que hemos de creer. De hecho, antes del siglo XV, o mejor: antes de Martín Lutero ese supuesto criterio no existía. Fue Lutero el que lo formuló con la expresión “Sola Scriptura,” o sea: la sola Biblia. Basado en ese principio Lutero instaló firmemente también su idea de que cada quien debía interpretar la Sagrada Escritura, o sea, lo que se llama la interpretación privada.
Pero si uno mira la Biblia, resulta que ella no apoya ninguna de estas ideas que Lutero volvió populares con tanto éxito, y que son el soporte teórico del protestantismo en todas sus versiones. Por lo pronto, ningún versículo de la Biblia dice que en la Biblia está todo lo que hemos de creer. Más bien lo que dice es lo contrario. En 2 Tesalonicenses 2,15 san Pablo dice: “Hermanos, estad firmes y conservad las doctrinas que os fueron enseñadas, ya de palabra, ya por carta nuestra.” Ahí constan dos cosas: que una parte importante de su enseñanza no quedó escrita y que el apóstol quiere que eso que no está escrito tenga fuerza de doctrina que debe ser conservada.
Por otra parte, tenemos el versículo de Juan 16,13 donde Cristo dice a sus apóstoles: “Cuando El, el Espíritu de verdad, venga, os guiará a toda la verdad, porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oiga, y os hará saber lo que habrá de venir.” Jesús dice que el Espíritu Santo guía hacia una verdad plena o completa. Si todo estuviera ya escrito una vez y para siempre en un libro (la Biblia), ¿qué clase de verdad “plena” nos va a dar el Espíritu?
Y en cuanto a eso de que cada uno interprete la Biblia, eso contradice expresamente a la Biblia. Leemos en 2 Pedro 3,15-16: “Considerad la paciencia de nuestro Señor como salvación, tal como os escribió también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le fue dada. Asimismo en todas sus cartas habla en ellas de esto; en las cuales hay algunas cosas difíciles de entender, que los ignorantes e inestables tuercen–como también tuercen el resto de las Escrituras–para su propia perdición.” Ese pasaje es muy importante porque muestra que el texto puede ser mal interpretado. El texto permanece impotente frente al hecho de que se pueden hacer con él muchas cosas.
La Historia muestra en realidad que con los textos bíblicos se han hecho muchas, demasiadas cosas. Por lo pronto, los protestantes no logran ponerse de acuerdo en multitud de cosas fundamentales. Todos dicen basarse “sólo” ne la Biblia pero de la misma y única Biblia no saben si hay ministros ordenados o no; no saben si es verdad lo que dijo Calvino (“una vez salvo, siempre salvo”) o no; no saben si los homosexuales pueden casarse o no; no saben si el aborto es un pecado que lleva a la muerte o no; no saben ni pueden ponerse de acuerdo en ninguna de estas cosas y así se dividen sin cesar porque cada quien dice que está apoyado “sólo” en la Biblia y que su interpretación es “obvia” y natural. Por supuesto, no es ni natural ni obvio que de unos mismos versículos salgan cosas tan dispares porque es claro que no todos pueden estar en lo correcto. Esto lo saben los protestantes pero no pueden repararlo porque la única manera de tener autoridad en el protestantismo es fundando uno su propia “iglesia.”
San Pedro dice otra cosa en esta misma línea, en 2 Pedro 1,20-21: “Ante todo sabed esto, que ninguna profecía de la Escritura es asunto de interpretación personal, pues ninguna profecía fue dada jamás por un acto de voluntad humana, sino que hombres inspirados por el Espíritu Santo hablaron de parte de Dios.” Y aquí digo yo: si la Escritura no es asunto “de interpretación personal,” y si está claro que sí debe ser interpretada, ¿qué significa lo que nos dice el apóstol? ¿De qué modo se puede entender eso si no es admitiendo que debe haber dentro de la Iglesia aquellos que nos guían a todos en el conocimiento de la interpretación correcta, querida por el Espíritu Santo, el cual nos guía hacia la verdad completa? Pues exactamente ESO es lo que enseña la Iglesia Católica. Lo que nosotros llamamos el “Magisterio” y que tiene como cabeza suya visible al Papa, es eso: es el modo real y concreto a través del cual somos guiados, bajo impulso del Espíritu Santo, hacia una comprensión más y más perfecta de la Revelación.
Además, los mismos protestantes no se dan cuenta muchas veces de cuántas cosas que son parte de su enseñanza no están expresamente en ningún versículo de la Biblia. Un ejemplo muy relevante es este: ¿dónde dice la Biblia que el Espíritu Santo es Dios como el Padre es Dios y como el Hijo es Dios? Por descontado, todos los protestantes creen y predican que así es, pero ¿cuál es el versículo que lo dice? Existe una Carta de san Pablo, u otro libro de la Biblia que tenga la frase: “El Espíritu Santo es Dios como el Padre”? No existe. ¿De dónde surge esa enseñanza? ¿Es antibíblica? Por supuesto que no lo es. ¿Entonces? Entonces vemos que hay una evolución, un crecimiento coherente, armónico y orgánico de lo que creemos, y eso sucede como dijo Cristo en Juan 16,13. Y los protestantes se contradicen porque si fueran coherentes no podrían volver a decir que el Espíritu Santo es Dios como lo es Cristo y como lo es el Padre, ya que no hay versículo para eso. Pero por supuesto, lo que está mal no es lo que creemos del Espíritu sino la idea o capricho de Lutero, que en esto se hizo un gran daño a sí mismo y le hizo un daño muy grande a muchos cristianos. Lutero tenía razón en muchas de sus denuncias sobre los males de la Iglesia de su tiempo, pero en esto de la Sola Scriptura no hay cómo estar de acuerdo con él, si es que queremos creerle a la Biblia.
Conclusión hasta aquí: la idea de la “Sola Scriptura,” y por tanto la idea de que hay encontrar “el versículo” para cada cosa que creemos es infantil, insuficiente, incoherente y ajena a la Biblia misma.
¿Y entonces qué debe ser norma para creer? La respuesta no es tan sencilla como: “ve y mira el versículo…” pero alguna respuesta debe haber. Sabemos que la Sagrada Escritura no se transmite sola, sino que es acompañada por la vida y las enseñanzas de una comunidad creyente que nace de los Apóstoles mismos. Esa “compañía” de la Escritura a lo largo de los siglos de algún modo queda plasmada en lo que solemos llamar “Tradición.” No es un grupo de libros o textos para “completar” la Biblia, como a veces se ridiculiza en medios protestantes. Es más bien el caminar mismo de la fe y de la Escritura junto a y a través del pueblo de Diso que peregrina por los siglos, hasta el encuentro de Cristo. En este sentido podemos terminar citando las palabras del número 10 de la Constitución Apostólica Dei Verbum del Concilio Vaticano II:
La Sagrada Tradición, pues, y la Sagrada Escritura constituyen un solo depósito sagrado de la palabra de Dios, confiado a la Iglesia; fiel a este depósito todo el pueblo santo, unido con sus pastores en la doctrina de los Apóstoles y en la comunión, persevera constantemente en la fracción del pan y en la oración (véase Hechos 8,42), de suerte que prelados y fieles colaboran estrechamente en la conservación, en el ejercicio y en la profesión de la fe recibida. Pero el oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios escrita o transmitida ha sido confiado únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia, cuya autoridad se ejerce en el nombre de Jesucristo. Este Magisterio, evidentemente, no está sobre la palabra de Dios, sino que la sirve, enseñando solamente lo que le ha sido confiado, por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo la oye con piedad, la guarda con exactitud y la expone con fidelidad, y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como verdad revelada por Dios que se ha de creer. Es evidente, por tanto, que la Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el designio sapientísimo de Dios, están entrelazados y unidos de tal forma que no tiene consistencia el uno sin el otro, y que, juntos, cada uno a su modo, bajo la acción del Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas.
Hola Fray Nelson y colaboradores.
Encuentro inconsistencia en los puntos iniciales talvés en parte por mi escaso conocimiento pero, si san Pablo se refiere a (o si el traductor dice) “ya de palabra” puede tratarse de convalidar las ‘charlas’ o mensajes de Jesús durante esos años o, la Palabra de Dios ya escrita (antiguo testamento). En realidad es válido que los Luteranos propendan por la seguridad de la Palabra dejando de lado parte del cúmulo cultural-religioso que durante siglos fué deformando la Esencia Inicial. Así, Sola Scriptura quizás se justificó EN TIEMPOS DE LUTERO para lograr la depuración anhelada aunque hoy parezca extrema.
En cuanto a Juán (16,13), la ‘luz’ primera ha de venir para los Apóstoles mediante el Espíritu mas para los otros Hombres y generaciones por la Escritura original. La importancia del contexto de una sentencia incluye el tipo de oyentes a quien se dirigió el expositor. Pareciera que varias alocuciones de Jesús aplicaron solamente a sus directos seguidores.
Insisto en la necesidad por parte de los Teólogos de comunicarse con las comunidades de Expertos para realizar la “.. evolución, un crecimiento coherente, armónico y orgánico” p.e. evaluando las experiencias de Médicos realmente estudiosos con respecto al Aborto, y Psicólogos en lo referente a Homosexuales. Ojalá de esa manera la ‘luz’ sea merecida y las concesiones sean mutuas.
Mil Gracias.
Mi estimado Citizen, la expresión “de palabra” proviene del griego “eite dia logou eite di’epistelés hemón,” que no deja duda de que se trata de palabras habladas.
Lutero no logró la anhelada depuración sino el maridaje entre un cristianismo acéfalo y los príncipes alemanes que estaban (razonablemente) cansados de enviar dinero hacia el Sur, hacia Roma. Desde el día número 1 su idea estuvo equivocada, como se ve por el hecho de que los textos dependen de comunidades, y por tanto de “extra-textos” para ser comprensibles y relevantes.
Interesante el tipo de compromiso por “concesiones mutuas” que propones, pero conviene recordar que no toda concesión es un avance. ¿Qué hacemos con el niño fruto de una violación? ¿Lo medio-abortamos?
Eso no quiere decir que los dilemas éticos queden resueltos con dos o tres frases o consignas, pero el acuerdo sobre algunos principios permite despejar camino hacia adelante.