69.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
69.2. Puesto que en los sacramentos se comunica particularmente la gracia de Dios, y yo mismo soy una expresión del deseo que Dios tiene de que vivas y crezcas en su gracia, es fácil entender que hay una asociación muy profunda entre los sacramentos y la presencia inspiradora y santificadora que Dios ha querido que los Ángeles tengamos en vuestras vidas.
69.3. No es difícil encontrar en la Sagrada Escritura testimonios sobre cómo todo aquello que Dios habría de comunicar plenamente —y ahora comunica con abundancia— en razón de la humanidad sacrosanta de su Divino Hijo, todo eso, digo, aparece como anticipado y otras veces completado, embellecido, proclamado por el ministerio de los Ángeles.
69.4. Sabes bien, de hecho, que la fuente de todo sacramento es ese Cuerpo Santísimo, instrumento singular y precioso de la obra del Espíritu Santo. Mira cómo las Huestes Celestes animan a los pastores a acudir a ese manantial primero de todo bien y toda gracia: «Y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2,12).
69.5. “Encontraréis un niño”: ¡qué palabras más consoladoras! ¡qué ternura de anuncio, qué delicadeza y, a la vez, qué admirable fuerza en un mensaje tan sencillo! “Encontraréis un niño”: carne como la vuestra, susceptible de ser vista, tocada, abrazada, para que un día pudiera escribirse: «Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo» (1 Jn 1,1.3). “Encontraréis un niño”: Él es el principio y venero de todo sacramento, y nosotros sus Ángeles nada pretendemos sino conduciros, como esa noche a los pastores, hacia Él, Salvador vuestro y Rey de todos.
69.6. Mira ahora el sacramento del bautismo, con razón llamado puerta de la vida del cristiano. ¿Qué es lo propio de este sacramento? Aquello que dijo Nuestro Señor: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios» (Jn 3,5). Aquello que es el nacimiento para la vida natural, eso es el bautismo para la vida de la gracia. ¿Quieres ver a los Ángeles conduciendo hacia el bautismo y acompañando como Celestes Padrinos a los hijos de los hombres? Recuerda solamente la historia de aquel pagano, Cornelio. En los Hechos de los Apóstoles lees: «Vio claramente en visión, hacia la hora nona del día, que el Ángel de Dios entraba en su casa y le decía: “Cornelio.”» (Hch 10,3). Sabes en qué culmina aquel hermoso relato, cuando el apóstol Pedro se ve como obligado a exclamar: «¿Acaso puede alguno negar el agua del bautismo a éstos que han recibido el Espíritu Santo como nosotros? Y mandó que fueran bautizados en el nombre de Jesucristo» (Hch 10,47-48).
69.7. Con respecto a la Penitencia no quiso el Espíritu Santo que faltara testimonio sobre la presencia y la obra de los Ángeles. Nuestras voces y nuestro aspecto son un llamado ardentísimo al arrepentimiento, como tú lo has vivido por experiencia, y como consta en la Escritura, pues Isaías te cuenta: «El año de la muerte del rey Ozías vi al Señor sentado en un trono excelso y elevado, y sus haldas llenaban el templo. Unos Serafines se mantenían erguidos por encima de él; cada uno tenía seis alas: con un par se cubrían la faz, con otro par se cubrían los pies, y con el otro par aleteaban, y se gritaban el uno al otro: “Santo, santo, santo, Yahveh Sebaot: llena está toda la tierra de su gloria.” Se conmovieron los quicios y los dinteles a la voz de los que clamaban, y la Casa se llenó de humo. Y dije: “¡Ay de mí, que estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros, y entre un pueblo de labios impuros habito: que al rey Yahveh Sebaot han visto mis ojos!” Entonces voló hacia mí uno de los Serafines con una brasa en la mano, que con las tenazas había tomado de sobre el altar, y tocó mi boca y dijo: “He aquí que esto ha tocado tus labios: se ha retirado tu culpa, tu pecado está expiado.”» (Is 6,1-7). Dime: ¿qué hizo aquel Serafín, según mandato divino, sino expresar con su gesto algo como la esencia del sacramento de la Penitencia, con todos sus pasos de arrepentimiento, dolor, confesión, misericordia y expiación?
69.8. En lo que atañe a la Santísima Eucaristía, hay más de un texto. Sobre todo es fácil para ti recordar aquella meditación del libro de la Sabiduría: «A tu pueblo, por el contrario, le alimentaste con manjar de Ángeles; les suministraste, sin cesar desde el Cielo un pan ya preparado que podía brindar todas las delicias y satisfacer todos los gustos» (Sab 16,20). Con esto aquel sabio no hacía sino prolongar lo que había dicho el salmo: «[Yahveh] a las nubes mandó desde lo alto, abrió las compuertas de los Cielos; hizo llover sobre ellos maná para comer, les dio el trigo de los Cielos; pan de Fuertes comió el hombre, les mandó provisión hasta la hartura» (Sal 78,23-25). ¡Trigo de los Cielos! ¡Pan de Fuertes! ¿Habías oído semejante elogio para la Divina Eucaristía, en la que con tanta verdad enseña la Iglesia que vosotros y nosotros nos alimentamos del mismo y único Señor?
69.9. Con respecto al Sello del Espíritu Santo, propio de la Confirmación, hay palabras sublimes que no sé si tus oídos puedan soportar. Trae a tu memoria aquello que está en la Carta a los Hebreos, cuando cita y a la vez interpreta el Sal 104,4. Está escrito, en efecto, en aquella Carta: «Y de los Ángeles dice: El que hace a sus Ángeles vientos, y a sus servidores llamas de fuego» (Heb 1,7). El fuego y el viento, dos imágenes privilegiadas para describir la acción inmediata y poderosa del Espíritu Santo, son aquí descripciones de la naturaleza y la obra de los Ángeles de Dios.
69.10. No es casualidad, además, que aquellos hombres, los saduceos, que negaban al Espíritu, negaran también a los Ángeles (Hch 23,8). Es esta una materia de gran delicadeza, en la que es preciso que conserves extrema prudencia, pues no es fácil para ti distinguir entre el Espíritu Santo y los Santos Espíritus. ¿Qué dice a tu alma, por ejemplo, Ap 3,1: «Al Ángel de la Iglesia de Sardes escribe: Esto dice el que tiene los siete Espíritus de Dios y las siete estrellas»? Sólo el Espíritu Santo realiza la comunicación de la gracia que justifica y santifica, pero, a vista de ojos humanos, es casi imposible, muchas veces, separar netamente la obra del Espíritu y la obra de los Ángeles.
69.11. El Apocalipsis sugiere discretamente esta unión profunda de los Ángeles y el Espíritu Santo. Compara, por ejemplo, dos textos. El primero es de Pablo: «En Cristo también vosotros, tras haber oído la Palabra de la verdad, el Evangelio de vuestra salvación, y creído también en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la Promesa, que es prenda de nuestra herencia, para redención del Pueblo de su posesión, para alabanza de su gloria» (Ef 1,13-14). El segundo es del Apocalipsis: «Luego vi a otro Ángel que subía del Oriente y tenía el sello de Dios vivo; y gritó con fuerte voz a los cuatro Ángeles a quienes se había encomendado causar daño a la tierra y al mar: “No causéis daño ni a la tierra ni al mar ni a los árboles, hasta que marquemos con el sello la frente de los siervos de nuestro Dios.”» (Ap 7,2-3). Más no puedo decirte por el momento. Tú no puedes entenderlo todo de una vez, ni yo entonces debo pretender enseñarte todo en un solo encuentro. Ve y descansa. Mientras tú descansas, yo oraré por ti, porque te amo. Te amo mucho.
Al ser creados los Santos ¨Ángeles no sólo por razón de ellos mismos, sino por razón de los hombres, no es extraño que ellos estén dispuestos a colaborar con Dios en nuestra salvación. Su participación en los sacramentos, que son símbolos de un favor gratuito de Dios para comunicarnos la gracia, sería el servicio más grande que ellos nos podrían prestar en nuestra vida, si fuera correspondido con nuestra respuesta libre.
Siendo nuestros compañeros de camino en esta tierra, nuestros amigos más fieles y cercanos, tenemos mucho qué agradecerles y una forma de hacerlo es corresponderles con amor y confianza para un día reinar con ellos en el Reino de Dios.