Las recientes elecciones presidenciales en Francia han despertado enorme interés en toda Europa. No sólo por el papel de liderazgo que Francia tiene en la Unión Europea sino porque lo que se decide en París termina afectando por vía de imitación o por efecto dominó al resto del continente, y más allá. No debemos olvidar que las revueltas de 1968, que sacudieron el mundo Occidental, tuvieron allí su epicentro, así como el proyecto, hoy moribundo, de una Constitución Europea tuvo ahí su estocada decisiva.
Ya se hable de las frivolidades de la moda, la vanguardia en el arte, qué es pertinente en filosofía o hacia dónde camina la política, París conserva una especie de liderazgo natural que tiene algo de misterioso porque no proviene del simple poder de las armas o el dinero; es algo que parece que se bebe sólo en los ríos de Francia, una sustancia que da a los galos la capacidad de intuir primero el “deber-ser,” aquello que pasará a ser la norma, lo que servirá de referencia o inspiración a todos. La lista de “ismos” sería muy larga para este espacio: expresionismo, romanticismo, surrealismo, existencialismo, estructuralismo… ninguno de ellos sería lo que es, y algunos nunca hubieran llegado a ser, sin los aires del Sena.