54.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
54.2. El diamante más fino y el más humilde trozo de carbón están hechos del mismo elemento, te enseñó la Química. Tú eres un trozo de carbón, todo tú. No es que tu cuerpo sea carbón y tu alma diamante. No es que tu interior sea diamante y tu exterior carbón. No es que tus afectos y realidades sean carbón y tus ideas y proyectos diamante. No es que tengas métodos de diamante y una historia de carbón. Tú eres un trozo de carbón, todo tú.
54.3. He aquí la razón por la que tantos esfuerzos tuyos para cambiar y convertirte han terminado en fracaso. Te fías demasiado de tu capacidad de conocerte y crees que puedes tener un sistema perfecto para cambiar. Como si tu inteligencia, que ha mostrado tantas fallas en tantas cosas, en esto fuera irreprochable. Admites tus errores, pero crees que tienes la fuerza para cambiarlos; pides la gracia, pero piensas que tu petición es perfecta; buscas ser diferente, pero te imaginas que tú te darás cuenta de cuándo empiezas a serlo.
54.4. ¿Por qué Dios tendría que decirte cuándo te va a hacer de otro modo? Además, si estuviera “garantizado” que Dios te va a decir algo así o que tú vas a ser consciente de ello, eso implicaría que habría algo en ti —tu propio punto de vista— que permanecería igual y ajeno a tu propia transformación. Es como cuando te cambias de ropa. Tus ojos no cambian cuando te mudas de pantalón o de camisa. La pretensión de sostener una observación continua de un proceso significa la ambición de no perder el señorío de tu control sobre ti mismo, y esto en lenguaje claro quiere decir que Dios no va a ser el Señor de todo tu ser.
54.5. Dios te va a cambiar. Hará de tu carbón un diamante, pero no puedes preguntarle cómo lo hará, sino admirarte por lo que ya ha hecho. No pretendas que tus ojos vigilen el proceso, porque esa vigilia les priva del sueño de morir para resucitar. Ellos también tienen que morir. Tu conciencia de ti tiene que morir, de modo que tu abandono en el poder del amor divino sea absoluto, irrestricto, irreversible, incondicional.
54.6. Voy a contarte una historia que te ayudará a grabar esta enseñanza de hoy en tu mente.
54.7. Era Juanita una pequeña joven que quería que Ernesto, el más apuesto doncel de aquellos parajes, se fijara en ella. María Jazmín, la tierna madrina de Juanita veía sufrir a la niña que, en la flor de sus quince años, se sentía torturada por el deseo de ser amada, para poder expresar también ella todo el torrente del amor que Ernesto le inspiraba.
54.8. Agobiada por sus pensamientos, Juanita se dio a la tarea de leer e investigar todo lo que le pudiera servir para lograr que su amado se fijara en ella. Estudió con avidez sobre romances y amoríos, aprendió poesías y fue escribiendo con gran paciencia todos sus apuntes sentimentales en un pequeño cuaderno al que puso por título «El amor de mi alma.”
54.9. Un día María Jazmín se encontró a Juanita escribiendo con toda dedicación en aquel cuadernito y sin hacer el menor ruido se acercó a la ventana que le daba luz a su tierna ahijada. Cuando Juanita sintió la presencia de su respetada madrina, ya era muy tarde para esconder nada. Así resultó que tuvo que confesarle cuál era la causa de toda esa escritura y de tantas y tantas cavilaciones.
54.10. María Jazmín sonreía con inmenso afecto escuchando las historias y sobre todo los estudios y deducciones de su pequeña Juanita. Cuando la niña hubo acabado el recuento de sus teorías, la bondadosa mujer se sentó junto a ella y, acariciándole con cariño los cabellos, la tomó de una mano y le habló con todo su amor de amiga: «No es así como tocarás el corazón de aquel muchacho que con razón te roba el sueño y tantos dolores despierta en tu alma joven,” le dijo, y añadió: «Le conozco desde hace muchos años, porque su madre fue condiscípula mía en la escuela catedralicia. Te puedo decir con verdad que sólo hay algo que pueda atraerle; sólo uno es el detalle de la belleza femenina que podrá cautivarle. Si él ve escarcha de oro en tus ojos, él sabrá que tú eres aquella mujer que le fue predicha en un extraño oráculo, hace ya muchos años.»
54.11. —«¿Escarcha de oro en mis ojos? ¿Y de dónde podré sacar yo ese escarcha? Si yo supiera dónde se consigue o cómo se prepara, de seguro me pondría yo misma en la tarea, porque sólo sé que amo a Ernesto y que a su lado sería la mujer más feliz del mundo entero.»
54.12. —«Por eso no te preocupes», replicó la madrina. «Mi abuela, que era una mujer sabia y llena de humanidad y comprensión, sabía prepararla y me enseñó cómo podía aplicarla en los párpados de mis amigas. Tú sabes que estas lides de las vanidades de mujer no son de hoy ni de ayer.”
54.13. No le gustó mucho a Juanita que se comparara su afecto por Ernesto con nada de lo que existe en la tierra, pero simplemente guardó silencio. Después preguntó: «¿Y tú me vas a enseñar a aplicarme esa escarcha de oro en mis ojos?» «¡Oh, no, mi niña!,” respondió la madrina sonriendo con gusto; «la escarcha de la que te hablo es muy delicada, mucho más de lo que te puedes imaginar, y debe aplicarse con gran precisión y rapidez, porque ningún error se puede corregir. ¡Nadie puede aplicarse esta maravillosa escarcha dorada a sí mismo! Es preciso que cierres tus ojos. Yo te la aplicaré.»
54.14. Juanita hizo un gesto de desaprobación. «Pero, María Jazmín, tú sabes que soy buena alumna. Todo lo he podido aprender. ¿Y qué tal que tú te equivoques, y me eches mucho o muy poquito?»
54.15. —«No creo que algo así me sucediera. Mi abuela era excelente maestra y además me hizo prometerle que sólo utilizaría este extraño arte cuando llegara una causa noble. ¿Qué más noble que el afán de amor que te mueve y casi digo te atormenta, pequeña mía?»
54.16. —«¿Tú quieres entonces que yo cierre mis ojos? ¿Y entonces cómo voy a aprender a echarme yo la escarcha, si no veo cómo lo haces tú? ¡La escarcha dorada que tú me apliques no me va a durar toda la vida!»
54.17. —«¿Por qué dices eso, mi Juanita?,” preguntó la madrina hundiendo su mirada dulce en los ojos de la pequeñita.
54.18. Juanita no tenía nada que responder. Sólo dijo como entre dientes: «Nada dura en esta vida. Eso lo he aprendido yo.»
54.19. —«Las cosas no duran, pero el amor que va a nacer entre ustedes sí va a durar. Te diré la verdad: esta escarcha se une a tu piel y siente el palpitar de tu sangre. Cuando el amor llega, tu sangre le reconoce, y entonces, aunque la escarcha desaparezca de tus ojos, jamás se irá de la mirada de tu amado. Él seguirá viendo oro en tus ojos. Esta es la verdadera razón por la que la escarcha debe ser aplicada con tanto cuidado, ternura y algo que no te había dicho: con una oración a Dios.»
54.20. Juanita no quería dar su brazo a torcer. «¿Y si yo cierro un ojo, y con el otro veo lo que me estás haciendo?» María Jazmín soltó la mano de la niña, y le dijo, ya con un acento de tristeza: «Si no puedes confiar en mí, nunca habrá oro en tus ojos.»
54.21. Estas palabras atravesaron el corazón de la jovencita. Dos lágrimas asomaron a sus ojos, que ya eran bellos, aunque no lo suficiente para agradar al nobilísimo Ernesto. «¡Yo no quiero que pienses que no puedo confiar en ti! ¡Tú eres mi mejor amiga!,” le dijo casi gritando. «Yo sé que somos amigas», dijo la madrina, «pero tú también sabes que el alimento de la amistad se llama “confianza”.”
54.22. Entonces Juanita sintió que el corazón se le partía por medio. ¡Tantas veces la habían decepcionado todos! Sintió que quería confiar, que necesitaba confiar, que debía confiar, pero que no podía confiar. Y mientras esto sentía, grandes lágrimas brotaban sin cesar de sus pobres ojos. Sin poder articular palabra, cayó arrodillada al lado de la madrina y dejó que su llanto cubriera el regazo de su mejor amiga… en la que sin embargo no lograba confiar.
54.23. Después de mucho tiempo, cuando la niña empezaba a consolarse, ayudada por amables caricias, blandas palabras y oraciones, María Jazmín levantó el rostro de la niña, se le quedó mirando y le dijo: «¡Ya está! ¡Has quedado hermosísima, mi pequeña! ¡Estoy segura de que Ernesto se fijará en ti como nunca se había fijado en nadie!»
54.24. —«¿Qué dices?», preguntó Juanita.
54.25. —«Lo que escuchaste: que has quedado bellísima. Ya tienes la escarcha de oro.»
54.26. —«¿Y cuándo me la pusiste?,” volvió a preguntar la niña.
54.27. —«Mira: los consejos de mi abuela nunca fallan. Cada lágrima de confianza, cada súplica de amistad, cada suspiro por poder amar era una escarcha en tu mirada. Ya estás llena de brillo. ¡Eres otra mujer, y la felicidad te llama! ¡Apresúrate! Dicen que Ernesto viene hoy de visita, y yo sé en quién se posarán sus hermosos ojos!»
54.28. Juanita sonrió llena de gozo. Aquel mismo día comprendió el misterio de la amistad y el secreto del verdadero amor.
Saludos Nelson Alfonso (fine & tender revival):
Really lovely.
Mi intención es expresar lo semitangible, como es a veces la metáfora y la parábola.
En ocaciones puedo percibir el valor de la confianza y la amistad, el poder que me permite superar errores individuales o colectivos sin necesidad de entender totalmente el fenómeno.
Nota: Diamante es comparable con Grafito más que carbón.
Gracias por su atención y afecto.