52.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
52.2. Ahora veo que te preguntas menos por lo que tienes que hacer y más por lo que estás llamado a ser. Es un avance, hermano y amigo mío. No eres tú el gerente de una empresa, ni el jefe de una corporación, sino el siervo de una Obra que te rebasa. Estás más llamado a contemplar lo que Dios hará, que a hacer para que otros contemplen. La infinita y diversísima obra del Espíritu Santo no se detiene.
52.3. Ten claro que todo acto humano sucede por la conjunción de un impulso interior y unas circunstancias exteriores. “Interior” no quiere decir necesariamente “espiritual,” ni “exterior” significa aquí “material.” Más bien: lo interior es lo que está en tu potestad y lo exterior lo que es ajeno a ella.
52.4. Pues bien, el acto no se da sin la conjunción de lo interior y lo exterior. Muchos imaginan la obra del Espíritu Santo sólo como “interior” es decir, como si su ámbito fueran solamente las conciencias o los corazones. Es un error. El Espíritu preside, convoca y coordina las circunstancias en las que el impulso interior, que Él mismo bendice con su unción, dará fruto.
52.5. Es lo que quiso decir Nuestro Señor Jesucristo cuando dijo: «Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae» (Jn 6,44). ¿Faltaba algo a la buena voluntad de Cristo, en orden a la salvación vuestra? ¡Desde luego que no! Su Corazón, Santuario de la Misericordia del Padre, se derretía y derrite de piedad por vosotros. ¡Nada falta a ese Corazón Sagrado! Y sin embargo, ya ves que el acto propio de la redención no dependía solamente de ese amor, al que, como ves, nada le faltaba en intensidad, pureza y fuerza.
52.6. El Espíritu Santo, obrando afuera de ese Corazón produce circunstancias tales que hacen posible que el acto iniciado en el alma de Cristo se complete en el alma del cristiano.
52.7. Los Hechos de los Apóstoles te cuentan hermosos testimonios de esta verdad. Recuerda por ejemplo este pasaje: «El Ángel del Señor habló a Felipe diciendo: “Levántate y marcha hacia el mediodía por el camino que baja de Jerusalén a Gaza. Es desierto.” Se levantó y partió. Y he aquí que un etíope eunuco, alto funcionario de Candace, reina de los etíopes, que estaba a cargo de todos sus tesoros, y había venido a adorar en Jerusalén, regresaba sentado en su carro, leyendo al profeta Isaías. El Espíritu dijo a Felipe: “Acércate y ponte junto a ese carro.” Felipe corrió hasta él y le oyó leer al profeta Isaías; y le dijo: “¿Entiendes lo que vas leyendo?” El contestó: “¿Cómo lo puedo entender si nadie me hace de guía?” Y rogó a Felipe que subiese y se sentase con él. El pasaje de la Escritura que iba leyendo era éste: “Fue llevado como una oveja al matadero; y como cordero, mudo delante del que lo trasquila, así él no abre la boca. En su humillación le fue negada la justicia; ¿quién podrá contar su descendencia? Porque su vida fue arrancada de la tierra.” El eunuco preguntó a Felipe: “Te ruego me digas de quién dice esto el profeta: ¿de sí mismo o de otro?” Felipe entonces, partiendo de este texto de la Escritura, se puso a anunciarle la Buena Nueva de Jesús. Siguiendo el camino llegaron a un sitio donde había agua. El eunuco dijo: “Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado?” Y mandó detener el carro. Bajaron ambos al agua, Felipe y el eunuco; y lo bautizó, y en saliendo del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe y ya no le vio más el eunuco, que siguió gozoso su camino» (Hch 8,26-39).
52.8. ¿Ves cómo el Espíritu Santo pone citas de amor? Es Él quien, enviado por el Padre, mueve los corazones hacia Jesucristo, como dijo el mismo Cristo, refiriéndose al Paráclito: «Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí» (Jn 15,26).
52.9. Observa también cómo la palabra predicada por Felipe conduce al hambre del bautismo en ese afortunado viajero. Es que la palabra acariciaba su alma, pero su cuerpo, que además y por desgracia había sido mutilado, pues era eunuco, necesitaba también la caricia del cuerpo de Cristo. Y es ese el abrazo que él encuentra en el agua que lo asocia a la muerte y a la resurrección del que ahora es verdaderamente su Señor.
52.10. Si fuerais Ángeles no tendrías que renacer sino del Espíritu, pero como sois naturaleza corpórea y como Cristo asumió vuestra naturaleza, es preciso, como norma general, que vuestro cuerpo tenga también la señal de la Encarnación a través de los santos sacramentos. A vosotros os corresponde, pues, nacer «de agua y de Espíritu» (Jn 3,5).
52.11. El Espíritu tiene tu agenda. Cree en Él. Él quiere concertar contigo citas maravillosas de amor en que, dando o recibiendo, experimentes el grato intercambio en que siempre ganas. De Cristo en efecto, sea que lo acojas o que lo compartas, sólo puedes esperar bien, amor y bendición.
52.12. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.