En un acto que implica cierto valor Mons. Cormac Murphy-O’Connor, Arzobispo de Westminster, escribió al Primer Ministro Británico, Tony Blair solicitando que las Agencias Católicas para adopción de niños quedaran exentas de la Ley de Igualdad (Equality Act) de 2006 que entre otras cosas implica el derecho de las parejas gay para adoptar y el correspondiente deber de las agencias de darles niños en adopción sin hacer discriminación de ellos por su orientación sexual. La semana pasada el Primer Ministro dio su respuesta, que fue negativa, aunque concedió un plazo que algunos consideran demasiado largo (21 meses) para que las agencias acepten la Ley de Igualdad o en todo caso puedan transferir su experiencia técnica (expertise) a otras agencias, sobre todo estatales. Si las Agencias Católicas no cumplen con la citada Ley podrán ser demandadas, se les podrá retirar el permiso del Estado para funcionar o se les retirarán los fondos del erario público (o todo eso a la vez).
Desde el punto de vista de un estado secular creo que no se puede reprochar la lógica de Blair. Si todos los ciudadanos contribuyen al erario y si hay leyes para todos, ¿cómo es eso de que un grupo dentro de la sociedad quiere recibir el dinero de todos y administrarlo según criterios que no son los de todos?
El torniquete que ha usado Blair es el del dinero: “Ustedes dependen de nosotros, luego ustedes hacen lo que nosotros queremos.” De hecho, en su carta al Primer Ministro, Mons. Cormac habló en el mismo lenguaje, que fue también su estribillo ante los medios. Palabras más, palabras menos, lo que Monseñor dijo en todas partes fue: “Nosotros respetamos a los homosexuales; nosotros estamos dispuestos a re-dirigir hacia otras agencias a las personas homosexuales que quieran adoptar; nosotros no podríamos sobrevivir sin el dinero del Estado; permítasenos obrar de acuerdo con nuestros principios, según los cuales, una pareja homosexual no puede ser el hogar idóneo para un niño adoptado.”
Sin ánimo de ser perversos, hay algo cojo en esa lógica. Si de veras las Agencias Católicas consideran que los homosexuales no pueden ser parejas idóneas para adoptar, ¿qué sentido tiene redirigir a esas personas para que puedan de todas maneras adoptar, aunque sea a través de otras agencias? Y de otra parte: si de veras se respeta a los homosexuales, ¿por qué se les considera no idóneos? ¿De qué respeto se habla aquí, si supone una exclusión de lo que la mayor parte de la sociedad británica estima como un derecho?
La respuesta a esas preguntas puede estar relacionada con algo que comentó Monseñor recientemente, en entrevista al Sunday Times. Le preguntó el periodista que si él, el Arzobispo, estaba empujando por la conversión de Tony Blair hacia el catolicismo: un tema especialmente sensible en la cuna del anglicanismo, donde todavía está prohibido por ley que el rey o la reina sea un católico. La respuesta de Monseñor fue menos que satisfactoria: “la religión es un asunto muy privado…”
¡Por todos los cielos, Monseñor, cómo va a decir usted que la religión es algo “privado”! Creo que el único pecado que no se puede cometer hoy en el mundo secular es decir que la rleigión es algo “privado.” Exactamente ESO es lo que ellos quieren oír, que la religión es un pasatiempo de puertas para adentro, mientras que en la arena de lo público sólo debe regir el omnipotente Estado, haciendo el juego servil a los lobbies de turno: hoy los homosexuales, mañana los de la eutanasia, pasado mañana los abortistas…
No tiene nada de extraño que la carta al Primer Ministro haya encontrado oídos sordos. Por supuesto, de hecho no es extraño que un estado secularista siga diciendo lo que sus electores quieren oír; lo que me extraña es que al presentar la postura católica no seamos consecuentes. No se necesita ser un progresista enemigo de la Iglesia para detectar las incoherencias que yo por ejemplo he señalado más arriba.
Lo que pido es ser consecuentes. Si yo considero que no es una buena idea que las parejas homosexuales adopten (tal es mi caso personal) yo no remito a una pareja gay a ninguna parte para que adopte. Hay algo de hipocresía en obrar de otra manera, una hipocresía que proviene de un hecho financiero: no quiero perder el dinero del Estado.
Es decir que el problema no empieza con la Ley de Igualdad. El problema empezó con el “sign-posting,” el redirigir parejas; o sea, con la mala idea de que uno puede salvar la propia conciencia basándose en que los niños que le encargaron a uno no van a ser adoptados sino en las condiciones que uno considera apropiadas. Dramatizando y exagerando a la máxima potencia: es como si yo supiera que hay un lugar donde venden droga, y yo no la vendo pero a los que quieren comprarla les digo dónde pueden conseguirla.
El problema finalmente empieza con la idea de que la religión puede ser algo privado, y que uno puede estarse tranquilo en un Estado que no honra públicamente a Dios. El Estado que no honra en público a Dios, en público termina denigrándolo. Sobre ese punto habrá que volver pronto.