50.1 En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
50.2. Cuando Nuestro Señor Jesucristo dijo «Por sus frutos los conoceréis» (Mt 7,16.20), estaba indicando más de una cosa. La enseñanza más inmediata es que la calidad de las obras muestra las intenciones. Aunque la obra esté al final y la intención al principio, cuando la obra aparece también aparece la intención.
50.3. Sin embargo, hay un sentido menos evidente que será bueno que conozcas. Aunque el texto no dice “sólo por sus frutos…,” el tenor de las palabras del Divino Maestro hace que puedas entenderlo así. Mira, en efecto, lo que ha dicho antes: «Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces» (Mt 7,15). Mira ahora lo que sigue a la frase que te comento: «¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos?» (Mt 7,16).
50.4. Un lobo disfrazado de oveja desde luego se parece en todo a una oveja; los espinos por un tiempo pueden asemejarse a la vid, y los abrojos a las higueras. Cristo, pues, no estaba diciendo que el criterio de los frutos era un criterio entre otros, sino el criterio fundamental. Ya que hay tantas imitaciones que el mal hace del bien, resulta indispensable contar con un criterio firme, y tal es el criterio de los frutos. Aunque durante un tiempo un lobo pueda disfrazarse, o un espino parezca una vid, o el abrojo remede a la higuera, hay también un tiempo en el que el engaño acaba.
50.5. Esto indica que hay como dos tiempos: el tiempo en que es posible el engaño y el tiempo en que el engaño termina. Mientras se prepara el fruto y no se ve la obra, la intención permanece oculta, pero en la medida en que van apareciendo las obras, y con ellas las intenciones, llega el tiempo de la verdad.
50.6. Esto también te enseña el carácter mixto que tiene tu propio tiempo. Por un lado vas viendo los frutos de personas, instituciones y proyectos, y de ahí puedes discernir, aunque sea parcialmente, qué espíritu les mueve; por otro lado, de ti mismo y de multitud de personas, grupos y trabajos no tienes señas o frutos suficientes para juzgar, y en este sentido, como propuso a su turno Gamaliel (Hch 5,34-39), necesitas paciencia.
50.7. Observa, en otro sentido, que en todos sus ejemplos Cristo habla de los simulaciones que el mal hace del bien, pero nunca se refiere al bien simulando el mal. En efecto, puesto que el mal no puede subsistir por sí mismo, sino como deficiencia del bien, la palabra que le describe es precisamente esta: simulación, disfraz, imitación. El bien no necesita imitar, mientras que el mal sí tiene que parecer bueno. Tal es el destino del mal: subsistir a partir de lo que odia, apelar a lo que detesta y obedecer a lo que aborrece. Ciertamente ahí tienes un retrato de la vida de Satanás.
50.8. Con todo, la enseñanza de Nuestro Señor te ofrece otra aplicación. Aunque el bien no imita al mal, sí puede suceder que los bienes te parezcan males, no por una intención del bien, sino por la imperfección del bien en tu vida y en tu modo de conocer. He aquí la razón por la que te conviene meditar sobre los momentos duros que has pasado. En el desenlace y fruto nacido de esas épocas de aridez, desconcierto, contradicción o humillación has podido gustar frutos buenos, deliciosos y saludables, a pesar de que, cuando estabas en medio de la prueba, no veías sino males.
50.9. El ejemplo más elocuente de esta verdad es la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo: ¿qué parece ese árbol lóbrego, sino resumen de todo mal? Y sin embargo, sus frutos, es decir, la oración de Cristo, su amor manifiesto y su obediencia patente a Dios Padre, su misericordia con los hombres, la denuncia abierta del pecado y la victoria definitiva sobre el diablo, y mil frutos más, son la expresión de la bondad de este árbol levantado por los hombres pero primero plantado por Dios.
50.10. Jesús dijo: “…los conoceréis.” Es tiempo futuro. En ese tiempo, que habrá de llegar para cada cosa y cada persona, vendrá el conocimiento. ¿Qué hay entonces ahora? Ignorancia, por lo menos parcial. El camino tiene siempre una porción de ignorancia que humilla tu inteligencia pero también la ennoblece.
50.11. Cuando el entendimiento se pliega a las razones supremas del amor y la confianza absoluta en Dios, no ha quedado rebajado sino enaltecido. Es lo que sucede cuando un soldado raso sigue las instrucciones, para él incomprensibles, de su brillante general. Lograda la victoria, tiene no sólo la medalla del valor sino el gozo de entender lo que entonces no entendía y saber lo que ignoraba. Así ha de ser tu camino; lleno de las razones de Dios, que es lo mismo que decir: colmado de tu confianza en Él.
50.12. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.