49.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
49.2. Yo te saludo saludando a Dios, y así quiero que me saludes también tú. Para vida vuestra y salvación vuestra nos envió Dios, no para que nazca confusión alguna en nadie. Ya el Nuevo Testamento te habla de algunos que cayeron en confusión, no por ministerio nuestro, sino de los Ángeles caídos. Por eso Pablo advirtió con severidad: «Que nadie os prive del premio a causa del gusto por ruines prácticas, del culto de los Ángeles, obsesionado por lo que vio, vanamente hinchado por su mente carnal, en lugar de mantenerse unido a la Cabeza, de la cual todo el Cuerpo, por medio de junturas y ligamentos, recibe nutrición y cohesión, para realizar su crecimiento en Dios» (Col 2,19).
49.3. Mira cómo advierte de la “mente carnal,” haciendo ver así que también hay una “carnalidad” que tienta en las cosas y personas más “espirituales.” Semejante advertencia debe llevarte a entender de modo muy preciso qué es lo verdaderamente “espiritual.” Mira cómo en ese texto que te recuerdo los que resultan ser “carnales” son los que andaban practicando el culto a los espíritus, y los auténticamente espirituales son los que se unen a la Cabeza y al Cuerpo.
49.4. De ello puedes aprender que la espiritualidad cristiana tiene siempre como criterio la verdad de Cristo, Dios hecho hombre, y de la Iglesia, Cuerpo de este Dios-Hombre. La gran obra del Espíritu no es la cancelación o aniquilación de la materia, como lo predica una falsa espiritualidad (Col 2,20-22), sino aquella obra por la cual el Espíritu asume y levanta la creación visible para hacerla partícipe de los bienes sublimes de la gracia. Esta obra tiene su expresión más plena en la carne verdadera de Cristo. En efecto, su Humanidad Santísima no es la anulación de la creación sino su maravillosa glorificación, que es asombro de los Ángeles.
49.5. Puedes imaginarte ya quién está detrás de esa “espiritualidad” que pretende anular la creación visible. Bajo pretexto de perfección, la intención escondida aquí es anular el acto creador y aniquilar así desde su raíz la manifestación de la gloria de Dios. Por eso esta falsa espiritualidad lleva el sello de la soberbia de Satanás, que es su autor. Así lo predicó con valentía Pablo cuando denunció a un mismo tiempo la “mente carnal” y la “hinchazón vana.”
49.6. La verdadera espiritualidad alaba las obras de Dios, tanto en el orden de la creación como en el de la redención. Redimir no es suprimir ni reprimir, sino levantar, reconstruir y restaurar. El Espíritu Santo regaló a la Iglesia un precioso ejemplar de esta verdadera alabanza en Francisco de Asís. De su boca, como de una cítara seráfica, por igual brotan los cánticos a las creaturas y los himnos a la gracia. Aunque si alguna diferencia hubiera entre estos dos modos de honrar a Dios, no cabe duda de que para Francisco y para toda la Iglesia son mayores las loas de la restauración que las de la creación. Él lo supo por experiencia, porque ya conoces que en su juventud casi llegó a perder a Dios en medio del gozo por la belleza de las creaturas. De donde puedes aprender que es incomparablemente mayor la gloria del día de la Pascua que el esplendor del día de la Creación.
49.7. Tu vida espiritual ha de ser un profundo “sí,” un constante “sí,” un gozoso “sí”: sí a la creación, sí a la redención, sí a la historia, sí a la esperanza. Prepárate, como buen discípulo de la Virgen Santa, a responderle “sí” a Dios.
49.8. “Sí a la creación y a la historia” quiere decir que nada excluyas de tu mirada. El Universo no tiene postigos laterales ajenos a la puerta del designio sapiente y piadoso de Dios. De modo que todo lo que existe y todo lo que pasa tiene su razón última en Dios mismo. El criminal más terrible está ahora ante tu mirada; te llega la noticia de la más abominable de las aberraciones; te has enterado de la altanería que va tomando la violencia y ves que la blasfemia campea con cinismo y arrogancia. Aun en esos casos te ordeno que no desees que las cosas que ya son no sean. Desde luego, tampoco has de desear que sigan como ante tus ojos parecen ir, pero no debes tú querer anularlas, sino pedir a Dios que cumpla en ellas el resto de su designio. Si parecen detestables es solamente porque Dios no ha acabado de hacerlas, pero al final de la Historia humana aparecerán como esplendor de su misericordia, su justicia y su sabiduría. ¡No pretendas oponerte a Dios!
49.9. “Sí a la redención y a la esperanza” quiere decir que, así como te dije alguna vez que el Padre Celestial te veía siempre a través de la Sangre de su Hijo, así tú también has de ver todo a través de esa Sangre. Esto va unido a lo que te he dicho sobre la creación y la historia. Mira a ese criminal y deléitate pensando qué obra podrá hacer la Sangre en él. Oye las noticias de desgracia y maravíllate pensando cómo, a través de la Sangre, Dios transformará a tantos de los allí implicados. Nada pienses sin pensar en la Sangre, sin esperar en la Sangre, sin cubrir y revestir todo con la Sangre del Hijo Único de Dios. Nunca perderás la paz profunda y verdadera si sigues estas palabras.
49.10. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.