43.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
43.2. Los salmos están llenos de expresiones de alabanza; muy a menudo estas lindezas, dichas con tanto amor, son invitaciones a cantar. Un corazón que ama es un corazón que canta, te enseñó Agustín, y por eso te invito a que expreses tu amor cantando, y con el canto aumentes el amor.
43.3. De otra parte, notas en la Escritura que la acción de cantar es la respuesta a una maravillosa acción de Dios. Entonces se habla de un cántico “nuevo,” como cuando Israel vio la victoria de Yahveh sobre el Faraón (Ex 15,1) o cuando Yahveh se viste como guerrero y sale a luchar por su pueblo (Is 42,15), o sobre todo, cuando la asamblea solemne del senado de Israel y de la Iglesia se levanta a dar culto al Dios único y glorioso (Ap 5,7).
43.4. Amor, canción y “novedad” son inseparables. Vivir en el amor es hacer de la vida un canto; experimentar el poder siempre asombroso de Dios es sentir de continuo el fluir de una canción. Vive en el asombro, te invito; vive en el amor; vive y haz que tu vida tenga lo que tiene una hermosa canción: contenido, melodía, acorde, armonía, unión de voces, ternura y fuerza, arte y ciencia, estilo, garbo y una preciosa conclusión.
43.5. Busca, mi amado niño, que todo en tu vida armonice, de modo tal que las notas agudas y las graves, el ritmo y la letra, los instrumentos y las voces, estén siempre en dulce unión y agradable contraste. David deleitó con su música al rey, que entonces era Saúl (1 Sam 16,15-23); haz tú lo mismo con tu Dios, Rey Verdadero que merece en todo lo mejor, porque «de los rectos es propia la alabanza» (Sal 33,1; cf. 65,2; 96,4; 145,3; ).
43.6. ¿Qué músico rompería las cuerdas agudas de su cítara por el hecho de que su sonido es demasiado alto para ser soportado largo tiempo? Así tampoco tú has de reventar de impaciencia cuando lleguen los agudos dolores o las punzantes tentaciones. Las notas de tu alma tensa como una lira tienen también su hermosura, y son parte de la melodía de tu vida. ¿Por qué rechazarlas?
43.7. En toda canción, motete o sinfonía hay momentos apacibles y ordinarios. Con ellos se va construyendo una especie de paisaje que luego sirve de “fondo” a los pasajes llenos de vida y de acción impetuosa o desbordante. Esas notas desgranadas con paciencia hacen luego bellísimo la hora del desenlace, cuando todo ese lenguaje se convierte de repente en fulgurante palabra que te hace estremecer. Así es también la vida. En tus horas de sueño sosegado o en esos largos espacios en que parece que nada te estuviera sucediendo o tú nada estuvieras haciendo, Dios no descansa, sino que está construyendo lenguajes nuevos con los que va a escribir palabras inesperadas y preciosas que simplemente no cabían en tu lenguaje anterior.
43.8. ¿Crees acaso que el lenguaje se termina de aprender alguna vez? No, hermano: el lenguaje es tan amplio como la vida: se escribe y borra, se corrige y redefine incesantemente. El lenguaje nace de la experiencia y la experiencia es modelada y expresada por el lenguaje. Hay entre ellos una circularidad y mutua alimentación que hace que siempre debas considerarte discípulo de la Vida. Por eso te digo que has de apreciar los momentos “ordinarios,” el tiempo en que “no pasa nada,” y los periodos “inactivos.” Muy a menudo son ellos los que te regalan las palabras de las más bellas poesías y canciones.
43.9. Dale armonía también a tu cuerpo. Si quieres entender toda la fuerza expresiva del cuerpo, mira a Jesús Crucificado. ¡Qué pocas son sus palabras, pero qué inmensa su elocuencia! Todo el discurso de aquella Hora suprema es ese Cuerpo distendido, desgarrado, desfigurado por el dolor y configurado con el amor.
43.10. Tu cuerpo ha de concordar también con el amor que cada día invade y recorre tu alma, de modo que tus ojos sean una sonata de paz; tus manos un concierto de bondad; tu sonrisa, una invitación a la danza; que tu corazón y tu mente hagan dúo y todo tu ser sea una sinfonía en la que no falten el silencio y la majestad.
43.11. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.