41.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
41.2. Es importante que tú sepas y que prediques con claridad que la Virgen María no es la “productora” de la carne de Cristo, sino su Santísima Madre. Así como el Cuerpo del Santísimo Señor Jesucristo estuvo enteramente en el vientre de María, de modo semejante su Alma fue rodeada del amor y del cuidado de María. No podía ser de otro modo, si es verdad que ella es su verdadera madre.
41.3. Ahora descubre la santidad inconmensurable e incomparable de la Virgen Madre. Hunde tu mirada en el misterio trinitario que el Nuevo Testamento te revela. Allí descubres que «En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios» (Jn 1,1). Ningún lenguaje más apropiado a tu naturaleza que éste, dado por el Espíritu Santo a Juan, para que reconozcáis cuál es la puerta manifiesta al misterio de Dios. «Estaba con Dios” y “era Dios,” te dice la Palabra, que aquí se digna hablarte de sí misma por ministerio de su Santo Evangelista.
41.4. No hay distancia, no hay creatura, no hay lapso, ni proceso, ni palabra alguna entre el Engendrador y el Engendrado. No hay espacio, ni discurso, ni motivo ajeno a Ellos. No hay alabanza, ni reconocimiento, ni gratitud, ni aplauso de las creaturas, porque en el Engendrado está todo esto de modo secreto y perfecto, y porque todas ellas, es decir: todos nosotros, Ángeles y hombres, llegaremos a ser (Col 1,16) y a reconocerlos y a alabarles y a agradecerles por medio de esta Palabra única (cf. Ef 1,5; Rom 1,8; Col 3,17), pura, sólo comprendida por Aquel (cf. Mt 11,27) que al engendrarla la hizo única también en la capacidad de comprenderle.
41.5. No hay medida de esta unión, fusión, abrazo y amor entre el Engendrador y el Engendrado; no hay medida, pues la medida es infinita al modo y manera de Ellos. Esta Medida, mística e incalculable, es el Espíritu Santo, del cual dijo Pablo por ello que «anunciamos: lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman. Porque a nosotros nos lo reveló Dios por medio del Espíritu; y el Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios» (1 Cor 2,9-10). Y añadió: «Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios» (1 Cor 2,11).
41.6. ¡Si pudieras abarcar la potencia del Espíritu, y medir su sabiduría, y enumerar sus ternuras! Mas «el poder de su majestad, ¿quién lo calculará? ¿quién pretenderá contar sus misericordias? Nada hay que quitar, nada que añadir, y no se pueden rastrear las maravillas del Señor. Cuando el hombre cree acabar, comienza entonces, cuando se para, se queda perplejo» (Sir 5-7).
41.7. Si todo esto es así, considera ahora, por favor, lo que significa que el Alma de la humanidad sacrosanta del Hijo Único del Padre haya propia y realmente recibido algo de María. ¿Es concebible que este Engendrado antes del tiempo, sin dejar de ser quien siempre era y siempre es, haya auténtica y verdaderamente recibido de alguien?
41.8. ¿Puedes explicarme que género de asociación y como fusión con el Espíritu tenía María, dado que sólo el Espíritu puede “medir” —en el acto de ser que Él mismo es— el grado de unión entre el Padre, que nunca deja de ser Padre, y el Hijo, que nunca deja de ser Hijo? ¿Y no te enseña la Sagrada Escritura que precisamente es el Espíritu quien da vida (Jn 6,63; Rom 8,2.6.10-11; 1 Cor 15,45; 2 Cor 3,6; Gál 6,8; Ap 22,17)? Mira, en los Cielos, te digo, Ella brilla como un surtidor de luz tan intenso, que, si nosotros los Ángeles no conociéramos a Dios, a Ella tendríamos por Dios.
41.9. ¿No te enseña la Sagrada Escritura que es el Espíritu quien santifica? Es Él quien hace acepta la ofrenda de la conversión de los gentiles y consagra semejante oblación (Rom 15,16). Es Él quien lava y santifica, te enseña el Apóstol (1 Cor 6,11), y su acción santificadora se identifica con tu propia salvación (2 Tes 2,13) y al mismo tiempo es fuente de la genuina y grata obediencia (1 Pe 1,2).
41.10. Si, pues, María, con uno solo de sus actos —¡y fueron incontables!— ayudó a formar verdaderamente el Alma de Jesús, y sólo el Espíritu mide la unión entre el Padre y el Hijo, que nunca dejaron ni dejarán de ser el Padre y el Hijo, ¿conoces un número, una expresión, una palabra que describa cómo es santa y toda hermosa, Ella, la amable y serena Reina de nosotros sus Ángeles?
41.11. Desde luego, todo esto te indica muy abiertamente de la santidad eminente de José, el esposo de María, pero de esto te hablaré en su momento. Por ahora descansa en Ella, la Virgen Madre. Pronuncia su Nombre bello mil veces; más de mil veces.
41.12. Y deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.