40.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
40.2. Hermano y amigo, nota que en más de una ocasión Nuestro Señor Jesucristo hizo diferencia entre “los servidores” y “el hijo” (cf. Mt 21,33-42; 22,2-10; Lc 15,11-24). En todos estos casos aparece la diferencia entre servir a Dios y ser amado de Dios. A los siervos les corresponde trabajar para su amo; al hijo, recibir el amor de su Padre, sea en forma de herencia, de boda o de banquete.
40.3. Esto no significa que el hijo solamente se dedique a disfrutar en medio de la holgazanería. Los “hijos” de los que te hablan textos como los que te he recordado todos pasaron por el dolor y por la obediencia. Hay un hijo que es enviado por su padre a la viña donde le espera nada menos que la muerte; otro hijo ve su sala del banquete rechazada por los invitados y vacía; otro, en fin, lo pierde todo antes de encontrar de modo nuevo todo el amor de su Padre.
40.4. Cristo quiso que tú y tus hermanos los hombres dieseis el paso que está resumido en sus palabras de la Última Cena: «No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer» (Jn 15,15). Si, en cambio, vives con mentalidad de esclavo se te aplicarán las palabras que te dijo Jesús: «el esclavo no se queda en casa para siempre; mientras el hijo se queda para siempre» (Jn 8,35; cf. Lc 15,31).
40.5. Es esencial para ti —digo yo, lo más necesario entre todo lo necesario—, que tengas corazón y espíritu de hijo. Toda la obra de Cristo, toda su acerba Pasión, toda la extensión de su Cruz y todas las maravillas y gracias del Espíritu Santo se resumen en eso, finalmente, en que tengas espíritu de hijo, que es lo mismo que tener el Espíritu del Hijo.
40.6. Desde luego, tu escuela y tu camino, el oratorio y el hospital, el refugio y el baluarte en que puedes ser educado y robustecido con el Espíritu del Hijo es Jesucristo, Unigénito del Padre. Si le miras, aprendes qué significa ser “hijo;” si le amas, al calor de su amistad Él te concederá su modo de orar, esperar, obedecer, morir y amar.
40.7. Porque todo verbo o acción humana puede ser leída y aprendida en uno de dos diccionarios: en el de los siervos o en el de los hijos. Una cosa es obedecer como siervo y otra es obedecer como Hijo. Una cosa es hacer el bien para el amo y otra hacer el bien para el papá. Una cosa es aguardar el salario y otra esperar la herencia. Una cosa es vivir bajo un contrato y otra caminar al amparo de una promesa. Una cosa es hacer una fiesta con tus amigos (cf. Lc 15,29) y otra es entrar en el gozo de tu Padre (cf. Lc 15,23.32). Una cosa es recibir las instrucciones o preceptos del amo (cf. Lc 1,6) y otra alimentarse de la voluntad del Padre (cf. Jn 4,32.34).
40.8. Jesús, el Hijo, trata a los hombres como sus hermanos, «pues tanto el santificador como los santificados tienen todos el mismo origen. Por eso no se avergüenza de llamarles hermanos» (Heb 2,11). Los administradores, en cambio, «buscan sus propios intereses» (Flp 2,21).
40.9. Jesús, el Hijo, cuida de la obra de su Padre, como Salomón levantó la Casa de Dios (1 Re 6,38); por eso dice con tanta ternura: «Cuando estaba yo con ellos, yo cuidaba en tu nombre a los que me habías dado» (Jn 17,12). La mente del administrador o del trabajador es otra, según el principio enunciado por Pablo: «Al que trabaja no se le cuenta el salario como favor sino como deuda» (Rom 4,4).
40.10. Pero este salario puede corromper el alma, según te hace notar Pedro, el apóstol, en aquellos que «abandonando el camino recto, se desviaron y siguieron el camino de Balaam, hijo de Bosor, que amó un salario de iniquidad» (2 Pe 2,15); por eso el mismo apóstol exhorta a los presbíteros: «Apacentad la grey de Dios que os está encomendada, vigilando, no forzados, sino voluntariamente, según Dios; no por mezquino afán de ganancia, sino de corazón» (1 Pe 5,2).
40.11. Ruega, suplica incesantemente el Espíritu del Hijo. Pídele al Padre que te dé ese Espíritu, pues te animan las palabras de tu Salvador: «Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del Cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!» (Lc 11,13).
40.12. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.