39.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
39.2. Hay algo que puede extrañarte en algunos momentos: la presencia continua del mal en tu vida y en tu mundo. Aquella expresión de Pedro, «Sed sobrios y velad. Vuestro adversario, el diablo, ronda como león rugiente, buscando a quién devorar» (1 Pe 5,8), parece no dejar espacio a la paz. ¿Cómo descansar seguro, cómo conservar la serenidad con semejante enemigo a las puertas? Hoy quiero enseñarte a cultivar la paz en medio de las dificultades. Porque no es gran cosa permanecer en alabanza y gratitud a Dios mientras todo marcha como tú quisieras; lo notable y bello es avanzar en la paz mientras los dardos del enemigo zumban junto a tu cabeza.
39.3. Tú recuerdas bien aquel salmo: «No temerás el terror de la noche, ni la saeta que de día vuela ni la peste que avanza en las tinieblas, ni el azote que devasta a mediodía. Aunque a tu lado caigan mil y diez mil a tu diestra, a ti no ha de alcanzarte» (Sal 91,5-7). Allí mismo se te dice cuál es la raíz y cimiento de esta victoria sobre el miedo: «El que mora en el secreto de Elyón pasa la noche a la sombra de Sadday, diciendo a Yahveh: “¡Mi refugio y fortaleza, mi Dios, en quien confío!”» (Sal 91,1-2). Todo está en la invocación continua, especialmente nocturna, de Dios, tu única fortaleza.
39.4. Esa palabra, “secreto” o “amparo,” que lees en el salmo, denota la actitud interior del que se oculta o “esconde” en Dios. Tus enemigos podrán “encontrarte,” es decir, tenerte frente a sí, en cualquier parte, menos en Dios. No basta con que tú pienses que Dios te va a proteger, lo cual desde luego es cierto: es necesario que tengas la actitud interior de “perderte” en Dios, es decir, de sumergirte en sus designios, en su misericordia y en su sabiduría como si nunca fueras a salir de ellas.
39.5. Sabrás que estás “perdiéndote” en Dios si tú mismo no encuentras nada tuyo afuera de Él. Si uno sólo de tus intereses está fuera de Dios, necesariamente hay un camino que lleva desde ti hasta ese amor prófugo. Pues bien, ese camino es el que aprovechará tu enemigo para llegar hasta ti y herirte. De modo que el primer sentido de este “perderse” equivale a lo que te prescribe el primer mandamiento de la Ley de Dios: «Amarás a Yahveh tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza» (Dt 6,5). Sólo el que ama “con todo el corazón” ha sumergido todos sus amores en Dios: se ha “perdido” en Dios.
39.6. En otro sentido, sabrás que estás “perdiéndote” en Dios, si estás del todo dispuesto a perderlo todo por Él. Es algo equivalente a amar “con todo el corazón,” sólo que es bueno explicitar que esto significa no sólo que tus intereses queden en Dios, sino que Dios podrá efectivamente disponer de lo tuyo. No pienses que porque le has remitido a Dios todo lo que a ti te importa Dios tiene que estar de acuerdo contigo. Más bien la norma en esta materia te la da aquel otro salmo: «Ten tus delicias en Yahveh, y te dará lo que pida tu corazón» (Sal 37,4).
39.7. En un tercer sentido “perderte” en Dios significa aceptar sus caminos. No basta que quieras lo que Él quiere; es preciso que lo quieras como Él lo quiere. El camino indica el modo. Si tú escoges tu camino en todo nunca te “pierdes,” porque siempre sabes cómo desandar tus pasos. Para perderte en Dios conviene sobremanera que haya multitud de veces en que el camino no lo escojas tú. En estos casos serás ignorante de las intenciones de un designio que te rebasa, pero tu ignorancia obrará a tu favor, porque precisamente hará que te sientas completamente “perdido” y “escondido” en Dios.
39.8. Es lo mismo que sucede cuando una mujer acepta fugarse con su amado, y él se la lleva por los bosques en la noche. Ella sabe adónde va, porque está segura de que el término de ese viaje es la felicidad del tálamo y del hogar, pero como no sabe por dónde van, ¿qué hace? Se aferra a su amado, lo abraza muchas veces, y le dice: “Yo te amo, tú eres todo para mí, yo confío en ti…” La ignorancia se ha convertido aquí en una aliada del amor.
39.9. De modo parecido tú puedes pedir, y yo te aconsejo que pidas a Dios, la gracia de ser “raptado.” En el vértigo delicioso de no tener a nadie sino a Cristo, tu Enamorado, tú sentirás cómo el viento de la noche acaricia tus mejillas y rehace tu aspecto y tu vestido; en la prisa por el bosque notarás cómo eres libre y cómo todo eso que tú creías que poseías en realidad te poseía a ti; en la luz de las estrellas, cómplices hermosas de esta fuga laudable, verás lo suficiente para no tropezar, pero estarás ciego para el resplandor engañoso que otrora sedujo tu corazón y lo llevó hasta el pecado.
39.10. ¡Escóndete en Dios! ¡Pídele que te rapte! Dile que como novia enamorada le esperas cada noche y que no tienes más equipaje que tu estuche de plegarias.
39.11. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.