El Papa Benedicto ha traído más sorpresas de las anunciadas. Al comienzo de su papado se habló solamente de continuismo, y los medios querían vendernos la idea de “más de lo mismo.” Se suponía que Benedicto iba a ser sólo una versión pálida del gran Papa, del Papa por excelencia, Juan Pablo II. El hecho de que el entonces Cardenal Ratzinger fuera la mano derecha de Juan Pablo II en asuntos de doctrina y disciplina sólo podía apuntar en esa dirección.
Pero entonces empezaron las sorpresas: discretas pero claras y a buen paso. Este hombre no habló de un programa de gobierno, no se apresuró a cambiar gente en la Curia, no empezó a repetir como bandera los temas morales que la gente detesta en Europa Occidental (lo consabido: aborto, eutanasia, homosexualismo); su predicación, de alta erudición y suave prosa, se aproxima de tal manera al lenguaje de los Padres de la Iglesia que apenas puedo imaginar el sinsabor de las agencias de noticias cuando buscan en ellos el pasaje escabroso, la declaración revolucionaria, el ataque frentero.
Este es el Papa que pronto se entrevista con el archicrítico de los Papas, Hans Küng. Este es, en fin, el Papa, que cuando anuncia su primer documento, deja a todos en desconcierto: el “Panzer” usa su cátedra para gritar a todos que DIOS ES AMOR.
Una y otra vez Benedicto ha desconcertado. En España, para el Encuentro Mundial de Familias, la gente esperaba poco menos que una pelea contra la legislación promovida por el actual gobierno socialista. Rodríguez Zapatero parece tener siempre una nueva ley que fastidia o talla en algo a los católicos: matrimonio homosexual, divorcio “express,” proyecto de arrojar del sistema educativo a la religión. El Papa usa sus intervenciones en España para hablar de la grandeza y la belleza de la vocación de la familia. No dice grandes novedades pero la novedad misma es que no actúa según el guión que le tenían hecho hace mucho tiempo los medios de comunicación.
La última de sus sorpresas viene de Ratisbona. En medio de una conferencia de pasmosa erudición, que no puede ser escrita sino por él mismo, Benedicto XVI cita las palabras del Emperador bizantino Manuel II Paleólogo en que desprecia al Islam, del cual asegura: “Muéstrame también aquello que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malvadas e inhumanas, como su directiva de difundir por medio de la espada la fe que él predicaba.” En cosa de horas, la frase ha sido sacada de contexto, ha sido tomada como “el” pensamiento del Papa sobre el Islam y ha suscitado las esperadas expresiones de ira en los medios musulmanes. Como flaco servicio a la causa, algunos medios occidentales, incluyendo el New York Times, han tomado actitud paternal, indicándole al Papa que “eso no hace.”
Ahora bien, el Papa aclaró, ya al dar su discurso, que lo dicho por ese oscuro emperador no era su opinión. Dijo que se trataba de una cita, y lo menos que uno puede preguntarse es: Si no se puede hacer en todo el mundo una cita que ofenda los oídos musulmanes, ¿qué nombre tiene eso?
Para situar en su contexto todos estos hechos creo que hay que recordar algunas cosas. Primero, que la conferencia trata sobre fe y razón. En Occidente estamos acostumbrados a ver el conflicto entre la fe cristiana y la racionalidad propia del método científico. Nuestra versión del problema es reducida y a veces hace falta llevarnos siglos atrás y cambiar toda la geografía para que entendamos que no toda fe es cristianismo y no toda racionalidad es la de la ciencia. El hecho de que el Papa, cabeza visible del cristianismo, cita con propiedad y libertad documentos y recursos como se hace en todo trabajo científico es en sí mismo una respuesta al problema. No sólo con su contenido sino con el hecho mismo de su discurrir con precisión y afinada lógica entre tantas fuentes el Papa está diciendo: “nuestra fe cristiana no tiene que hacerse violencia para dialogar con la racionalidad moderna.”
En segundo término, la figura misma de este emperador tiene otra cosa que decirnos. Ciertamente sus palabras no se parecen al lenguaje alambicado y medido de lo que hoy llamamos “diálogo interreligioso.” Es agresivo, ciertamente, y eso lo han notado todos; pero no todos han notado la agresión que sufría el Imperio Bizantino, imagen aunque fuera pobre de una civilización cristiana. Él no dijo eso porque sí. Lo dijo porque la espada musulmana golpeaba a las puertas del imperio, que de hecho cayó en buena parte en manos otomanas (musulmanas). Y no cayó por la vía elegante de los discursos sino a golpe de la misma espada que Manuel Paleólogo mencionaba en la cita del Papa.
Pueden disgustarse los musulmanes pero la Historia no se cambia quemando banderas. Revisemos el mapa de la expansión del Islam y preguntémonos ante cada nuevo avance: ¿se logró por qué medios? Si de todos esos siglos de incendios y guerras lo único que ha dicho el Papa es la frase de Manuel Paleólogo deberían agradecérselo los musulmanes.
Ahora, es claro que la violencia la ha habido de parte y parte. Los masones de nuestros países estarán listos para brincar con sus relatos de la inquisición, las cruzadas, las conversiones forzadas en América. De todas las posibles respuestas a ellos, la más práctica es preguntarles si podrían decir todo lo que dicen viviendo en un país musulmán. Y después de oír su respuesta, sentarnos a mirar muchos, muchos libros de Historia. Creo que el Papa lo ha hecho. No veo por qué no podamos o debamos hacerlo nosotros.
Y sin embargo, uno se pregunta: ¿habrá alguna otra intención en el corazón de Benedicto XVI? El tema de su charla en Ratisbona era: Fe, Razón y Universidad. No es impensable un discurso sobre ese tópico con pocas o ninguna referencia al Islam. Se podría hacer pero sería cerrar los ojos a hechos como estos: el Islam es la única religión que está creciendo en Europa. Desde 1999 Turquía–heredera de los otomanos, por si las dudas–con sus 67 millones, es “país candidato” para ingreso pleno a la Unión Europea. Su población sería sólo superada por la de Alemania, que de hecho ya hospedada a millones de turcos.
Además, está la pregunta que el Papa Benedicto ha formulado ya más de una vez: ¿Y la reciprocidad, qué? Se abren mezquitas en países de tradición cristiana y los musulmanes pueden anunciar sus creencias en nuestras calles. ¿Pasa los mismo con los cristianos en países musulmanes? Es hermoso hablar del diálogo, pero para dialogar hacen falta dos, y los gestos de acercamiento, y la legislación que les debe seguir, han de provenir de ambas partes.