¡Dios, Dios de mis padres!
¿Riñe la belleza con la verdad?
¿Es así? ¿De cuándo acá?
Dímelo, aunque yo tarde
en comprender lo que me dirás.
Mi alma se agita y no entiende,
y siempre pregunta por qué
en el Libro cuenta Moisés
de tantas y tantas gentes
siempre en guerra y sin cuartel.
¡Dios, de la montaña en llamas!
¡Y del combate contra Belzebú!
¿Eres el Dios de Jesús?
¿Regresará la esperanza
si miramos hacia su Cruz?
Dios de las Huestes Inmensas
que mostraste tu amor a Israel:
Enséñame hoy a defender,
aunque guerra se me vuelva,
el tesoro de la santa fe.
Con sangre se selló la Alianza
a los pies del Sinaí,
y en Sangre que yo vertí
entregó Cristo su alma,
orando en sangre por mí.
¡Jesús, Cristo, tan esperado,
yo te alabo, Rey y Señor!
Después de tanto dolor
al fin nos has entregado,
la paz, la gracia, el amor.
Y algo comprendo ahora:
que sólo es una la Cruz;
es uno solo Jesús
que transformó nuestra historia
de nuestra noche a su luz.