Del 500 A.C. a la Era Cristiana
1. Evolución de Roma
Desde antes del 300 a.C. Roma había iniciado un proceso de unificación de la península itálica, bajo el principio de “asumir lo asumible” de las culturas conquistadas, y no inmiscuirse en los asuntos puramente internos.
En el s. II a.C. Roma había conseguido un enorme poder militar, venciendo incluso a enemigos tan fuertes como Grecia y Cartago.
En su interior, la social del Imperio fue conflictivo, y se presentaron intentos de revolución, como el caso de los hermanos de apellido Graco, Tiberio y Sempronio, quienes murieron en la causa de emancipación, debido al poder de la aristocracia.
La situación política se centralizó en un triunvirato, después de las victorias de Pompeyo por todo el mediterráneo, y de Julio César en las Galias.
Este 1er. triunvirato lo formaban Pompeyo, Craso y César; cuando el segundo de ellos murió, Pompeyo y César se enfrentaron en guerra civil, de la que salió vencedor César y muerto Pompeyo. El proyecto de Julio César era ser dictador y soberano vitalicio del Imperio más poderoso hasta entonces, pero fue asesinado en el año 44 A.C.
Entonces fue tomado el poder por Marco Antonio, quien luego se vió forzado a pactar con César Octavio, un hijo adoptivo de Julio César, y con Lépido, en un 2º triunvirato. Por su parte, Octavio eliminó a Sexto Pompeyo, un hijo de Pompeyo que quería oponerse al triunvirato, y al mismo Lépido. Finalmente, en la batalla de Actium venció a Marco Antonio que se había aliado con Cleopatra. Así tomó posesión de Egipto, y sus enemigos debieron suicidarse. Fue así que Octavio Augusto quedó de gobernante supremo sobre el Imperio, que prosperó bastante en sus manos.
2. El Pueblo de la Alianza, desde Babilonia hasta el nacimiento de Cristo.
En el 586 a.C. fueron deportados a Babilonia los hebreos del reino de Judá, lo cual los hizo unirse como pueblo-sin-tierra, y les abrió la esperanza en sólo Dios como salvador.
Bajo el reinado persa de Ciro se les concedió en 537 volver a su tierra e incluso reconstruir el Templo, pero no todos volvieron, pues se sentía cómodos en su cautiverio.
En 332 Alejandro Magno se adueñó de Palestina, pero esta primera etapa de la injerencia griega fue pacífica. Más de 100 años después el rey Antíoco IV quiso helenizar por completo a Palestina, impidiendo el culto hebreo. Esto causó la rebelión de los Macabeos cuya victoria fue reconocida en el 142.
En el 63, Pompeyo se tomó Jerusalén, y en tiempos del nacimiento de Cristo, después de algunas batallas este terreno era romano, bajo el mando del “rey” Herodes. Paralelo a este movimiento nacionalista apegado a la tierra, hay que notar el fenómeno de la Diáspora, esto es, la dispersión de los judíos por pueblos incluso lejanos a Jerusalén. Hubo muchas de estas comunidades judías, una de las cuales hizo en Alejandría la conocida traducción “de los setenta” de la Biblia al hebreo.
3. César y Jesús
3.1. Manera de mirar a los demás:
Julio César se burlaba y bromeaba con unos piratas que alguna vez lo secuestraron. Después de pagar su rescate él mismo los atacó y mandó crucificar.
Jesús predica el absurdo de amar a los enemigos y nunca se retractó de ello, ni cuando era crucificado.
3.2. Actitud ante la religión:
En ausencia de Pompeyo, César fue hecho alcalde Roma. En ese tiempo ofreció exhibiciones tipo Coliseo Romano que lo hicieron popularísimo. Más tarde fue declarado Pontífex Maximus, jefe de la religión del Estado.
Jesucristo se ganó el afecto de las grandes masas de pobres judíos porque hacía milagros. Aunque rechazó entonces ser proclamado rey, después admitió ante los ancianos de Israel que Él era el Hijo de Dios.
3.3. Su obra:
Se considera a César como el más grande hombre de su tiempo. Pasó fundando ciudades y organizando tribus en forma de municipios. A su muerte, las provincias romanas entendieron la urgencia de un poder central, como el del emperador.
Jesús no escribió ningún libro ni se ocupó de establecer una rígida doctrina o sistema político. Ganó a sus adversarios sólo después de su muerte, y de Él sólo pudo decirse: “Pasó haciendo el bien a todos”.
Fr. Nelson Medina F., O.P.
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