Jóvenes: ¿De dónde tu nombre? ¿Del día de la semana?
S. Domingo: No exactamente. Más bien: tanto el día de la semana (dicho en castellano) como mi nombre tenemos un origen común, la palabra latina “Dominus”, que significa “Señor”. De hecho, mi nombre, en latín, se dice “Dominicus”, que podemos traducir como “del Señor”.
Jóvenes: ¿Es decir que tú eres “del Señor”, incluso por el nombre?
S. Domingo: Sí, y gracias por decirlo.
Jóvenes: Si te pusieron ese nombre, tu papá y tu mamá debían ser personas muy religiosas, ¿no?
S. Domingo: Ciertamente tuve la gracia de nacer en un hogar muy cristiano. Diría más: en un hogar de cristianos acostumbrados a defender su fe.
Jóvenes: ¿Defenderla? ¿Por qué o contra quién?
S. Domingo: Por una parte, era la época; pero, por otra parte, ¿no es la fe un tesoro siempre amenazado por ser siempre valioso? Tal vez los peligros sean diferentes, pero creo que nadie debería sentirse demasiado seguro y cómodo en su propia fe.
Jóvenes: Pero en tu caso, o mejor dicho: en el de tu familia, ¿cuáles eran esos peligros propios de la época?
S. Domingo: A ver: yo nací a fines del siglo XII en Caleruega, un pequeño pueblo en el corazón de Castilla, en España. Todo en el paisaje y en las historias que oíamos de niños nos recordaba la presencia insistente de los musulmanes, que desde el sur de la península querían penetrar en Europa y adueñarse de todos los territorios de los cristianos. A mi nacimiento, semejante batalla había tenido ya muchos episodios y por eso mi gente estaba acostumbrada a defender su fe, incluso con su vida.
Jóvenes: ¡Eso suena bien dramático!
S. Domingo: Y lo era. Nosotros no mirábamos la fe como un asunto personal y privado, sino como un don precioso que debe cobijar todo en el hombre: lo íntimo y lo público, lo grande y lo pequeño.
Jóvenes: ¿Cómo te educaste? O mejor dicho: ¿cómo se educaba la gente en tu tiempo?
S. Domingo: La educación, incluso en sus rudimentos -leer y escribir-, era un artículo escaso; casi un lujo. Papá y mamá resolvieron que yo iniciara mi formación con un tío sacerdote que vivía en Gumiel de Izán, otro pueblito de Castilla.
Jóvenes: ¿Cómo eran ellos, tu papá y tu mamá?
S. Domingo: Mi papá se llamaba Félix. Era un hombre sincero, abierto, trabajador y sumamente constante en todo lo que emprendía. Mamá se llamaba Juana, Juana de Aza. Era piadosa y muy caritativa. En casa hubo siempre un lugar para los pobres.
Jóvenes: ¿Viviste mucho tiempo con tu tío del pueblito ese?
S. Domingo: Prácticamente toda mi infancia. Luego estudié en Palencia, donde culminé mi formación sacerdotal y…
Jóvenes: ¿Desde niño pensaste en ser sacerdote? ¿No se te ocurrió otra cosa, o casarte, o algo así?
S. Domingo: ¿Por qué me miran así?
Jóvenes: Porque nos parece muy rara una vocación desde tan niño.
S. Domingo: Pero a Dios no le pareció raro. Ni a mí tampoco. De mi parte, estoy inmensamente agradecido con Él.
Jóvenes: ¿Por qué te representan con un perro blanco y negro que lleva una antorcha?
S. Domingo: El blanco y el negro se deben a los colores del hábito de la Orden; la antorcha es un símbolo de la predicación, que es lo propio de la Orden. A mí me contaron que, por lo días en que yo nací, mi madrina tuvo un sueño con un perrito que llevaba esa antorcha.
Jóvenes: ¿De dónde te surgió la idea de fundar la Orden de Predicadores? ¿Son los mismos Dominicos?
S. Domingo: Sí, aunque yo prefiero el primer nombre. En cuanto a la idea de la fundación, es algo que nació de ver lo que estaba sucediendo en la Iglesia. En mi tiempo, había muchas personas que desorientaban a los cristianos predicando doctrinas extrañas; estos tales solían ser gentes de mucha penitencia y alarde de virtud, llenos de argumentos complicados, y eso sí: prontos a atacar a la Iglesia, en especial fustigando la vida que llevaban algunos obispos y sacerdotes.
Jóvenes: ¿En tu tiempo? ¡Eso también pasa hoy!
S. Domingo: Desafortunadamente, sí. Por eso, por conocimiento de causa, me di cuenta de que sólo una vida santa unida a una doctrina sana podía convencer al adversario y sostener al fiel.
Jóvenes: Y así nacieron los dominicos…
S. Domingo: Bueno, primero nacieron las Dominicas. La primera comunidad de frailes nació en 1216; ya desde hacía unos diez años existía en Prulla (Francia) una comunidad de monjas de clausura, que fueron y son el primer soporte de la eficacia de la predicación. Hoy la Orden es como un gran árbol, en cuyas ramas hay frailes, monjas, hermanas y laicos.
Jóvenes: ¿Estás satisfecho de tu obra?
S. Domingo: Gracias a Dios, aquel 6 de agosto de 1221 pude dejar este mundo en paz, y encomendar a los míos con las palabras mismas de mi Señor y Salvador. Soy feliz, es cierto, pero ¿satisfecho? No me lo había preguntado. En todo caso, si eso indica “conforme con la Iglesia y con la Orden”, no estoy satisfecho. Creo que Dios nos enseña a ir más allá de nuestras fronteras, y a desear siempre más de Él, y de su Luz y de su Bondad.
Jóvenes: ¿Una última sugerencia para los jóvenes?
S. Domingo: Sí. Mientras van de camino, piensen en Cristo, el Salvador; Él les dirá lo demás.
Por: Fr. Nelson Medina F., O.P