En una sociedad materialista y atea como la actual, no es de extrañar que actos como el del “día del orgullo gay”, lleven a término su más grosera expresión pública. La perversión del lenguaje es manifiesta. ¿Cómo puede nadie sentirse orgulloso de ofender a Dios con una práctica contraria a su Santa Ley? Quizá sea por que las personas que participan de tales prácticas e ideas, no son católicos, y les importa un ardite ofender a Dios.
El hecho de tener ciertas inclinaciones hacia su mismo sexo, no es pecado en si, sino la práctica o el deseo de llevarlo a cabo. Se puede ser católico y homosexual o lesbiana sin ofender a Dios, llevando una vida de castidad como cualquier persona que no esté casada, pues sólo las relaciones entre un hombre y una mujer unidos en santo matrimonio, son las queridas y deseadas por Dios.
Ningún otro tipo de ejercicio de la sexualidad puede agradarle fuera del matrimonio, según sabemos por la Biblia, la Tradición Apostólica y la enseñanza de la Iglesia. Que el ejercicio de la homosexualidad está reprobado por Dios, lo tenemos muy claro, por ejemplo, en la Sagrada Escritura: “No cometerás pecado de sodomía, porque es una abominación”.(Lev. 18,22.)
“No queráis cegaros: ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los avarientos, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los que viven de la rapiña, han de poseer el reino de Dios”. (1 Cor.6,9-10.)
De hecho, la sodomía está conceptuada en la Sagrada Biblia como uno de los cinco “pecados que claman al cielo”(homicidio, esclavitud, opresión de huérfanos y viudas, y defraudar el salario al trabajador): “El clamor de Sodoma y Gomorra aumenta más y más, y la gravedad de su pecado ha subido hasta lo sumo”.(Gn.18-20)
Que estamos en un estado de derecho y cada cual hace lo que le parece bien, es cierto; que en materia de sexualidad excepto la pedofilia (de momento) todo vale, también lo es; que en los últimos años no sólo hay permisividad, sino una exaltación de la homosexualidad, avalada por las leyes, políticos, grupos de poder mediáticos, etc. es un hecho.
Pero que ello quiera decir, o nos quieran hacer creer, que el ejercicio de la homosexualidad es una cosa “normal” y “civilizada”, media un abismo. Los hombres somos libres, incluso para abusar de la propia libertad; pero también responsables, lo queramos o no, ante Dios: “No os engañéis; de Dios nadie se ríe. Lo que uno siembre, eso cosechará”.(Gal 6,7)
Tremenda responsabilidad la de todos, en el negocio supremo de la existencia: la salvación eterna.
José Andrés Segura Espada. 28 de junio de 2002.