Inspiración vs. Método

Del archivo de hace años: Una reflexión al término de la Copa Mundial de Fútbol 2002

Ha sonado el pitazo final. En un memorable 30 de junio de 2002 el equipo de Brasil se ha coronado como “pentacampeón”. El espectáculo, según se calcula, fue presenciado, gracias a la televisión, por cerca de 2.000.000.000 (dos mil millones) de personas. Los vencedores fueron recibidos como héroes por sus compatriotas delirantes de gozo.

¿Qué es esto, qué nos dice? Para una mente estrecha, toda esa fanfarria no significa mucho: afición desbordada, fanatismo rampante, idolatría moderna, locura colectiva… y nada más.

Pienso que es posible un planteamiento más constructivo.

Por lo pronto, el fútbol, lo mismo que casi todos los deportes, nos permite asomarnos al ser humano por una ventana privilegiada, tanto más auténtica cuanto más libre de los maquillajes que suelen acompañar tantas actividades humanas. En el fragor del partido las pasiones están a flor de piel: el orgullo, la presunción, el temor, la ira, la esperanza y el gozo desfilan abiertamente ante nuestros ojos y, si queremos verlo, allí está el ser humano sin tiempo para vestirse de nada distinto de sí mismo. Aunque fuera sólo por esto, ¡cuánto puede aprenderse viendo con estos ojos un cotejo deportivo!

Además, el fútbol tiene un amable balance de aspectos complementarios: lo personal y lo colectivo, el azar y la preparación, las intenciones y los resultados, la singularidad y la representatividad, y, en fin: la inspiración y el método…

Mi teoría es que esta conjunción de factores, todos tan universales, hacen del fútbol un icono de la humanidad; un lugar, en cualquier caso, en que nuestra especie puede reconocerse y explorar algo de sus propios límites y sueños.

Lo personal y lo colectivo

En el boxeo sólo existe el individuo; en las carreras de botes sólo existe el equipo. Hay, sin embargo, un buen número de deportes en los que tanto el individuo como el equipo son relevantes, y uno de ellos es, sin duda, el fútbol.

Ahora bien, a veces el individuo debe desaparecer como tal para lograr un bien para su equipo, por ejemplo, cuando un jugador renuncia a intentar el disparo al arco y prefiere hacer un pase magistral. Otras veces es el equipo quien prepara todo y se convierte como el pedestal para una gran jugada en la que sólo brilla uno de su miembros.

Hay, pues, una especie de amable danza que nos lleva del todo a la parte y de la parte al todo: un círculo hermenéutico que ha fascinado a la mente humana en todas las latitudes y todos los tiempos.

El azar y la preparación

El azar es acicate y burla de la mente. Es camino y muralla; destino y llamado. Abre puertas hacia un mundo en el que nuestras voluntades sienten su límite y algo así como el anuncio de otras voluntades. El azar nos trae nerviosismo, es decir, esa extraña mezcla, embriagante para algunos, entre el temor y la esperanza. Una mezcla, dicho sea de paso, capaz de atrapar el corazón en sus placeres, como lo demuestra la adicción al juego.

Pero el puro azar no hace goles. Hay que prepararse: entrenar, estudiar, diseñar estrategias, cambiar posiciones, evaluar resultados. La preparación supone la coordinación de esfuerzos y la sensación de un tiempo límite: una especie de clímax anunciado. El solo hecho de ver a un grupo humano en el esfuerzo de autoconstruirse de camino a la excelencia es ya un espectáculo!

Mas sólo la combinación del azar y la preparación confluye en una experiencia sobrecogedora. El alma se absorbe allí donde ni lo mejor de su esfuerzo ni lo mejor de su deseo pueden por sí solos garantizar algo. Esta es otra danza: es el hombre tratando de domeñar su destino y es el fato mostrando su rigor al hombre.

Intenciones y resultados

Varias veces sucedió en el mundial de fútbol: un equipo que “domina” el campo, logra jugadas inolvidables, se gana el cariño del público… y pierde.

No se puede jugar sin pasión pero no se puede ganar con la sola pasión. No bastan las intenciones.
Esta es una lección que la vida nos repite con cierta frecuencia: no bastan los propósitos, no son suficientes las buenas ideas, se necesita algo más que buenas intenciones. El refrán repetido es válido: “en el fútbol cuentan los goles”.

Es una cosa paradójica: hay que apostar por las intenciones, que significa: por las ganas de triunfar, pero, a través de ellas, hay que apuntar a los resultados. La intención es todo para comenzar pero el resultado es todo lo que debe quedar al acabar. Y ¿qué es la vida, sino estar en comienzos y finales?

Singularidad y representatividad

Cada jugador y cada equipo son únicos, es decir: singulares. Pero cada equipo y cada jugador son también representantes de un conglomerado mayor: su pueblo natal, su país, o, como en el caso de Brasil, casi todo un continente!

Sin jugadores geniales no habría buen fútbol, pero si esos jugadores no representaran a alguien distinto de sí mismos, no podrían jugar como juegan.

En su propio estilo, pues, ellos danzan con su “fanaticada”. Dedican sus triunfos a los suyos y ellos les retornan amor y un sentimiento envolvente de simpatía y ternura.

Para quienes estamos acostumbrados al simbolismo Cristo-Iglesia, Pastor-Rebaño, y semejantes, es inevitable ver una especie de “liturgia” en cada gol. Ronaldo le sonríe a la multitud; quisiera besar a esos miles que han sufrido con él por ese gol, y que han empujado con sus suspiros a la pelota hasta el fondo de la red!

Esa es la otra danza, la más oculta, pero quizá la más real. El jugador se mueve en la cancha y su gente se mueve en el estadio, claro está, pero también en las calles, los restaurantes, las salas de televisión de miles de millones de hogares. Es él y a la vez es un pueblo; es “él”, con su nombre y su historia irrepetible, y a la vez es “nosotros”, con nuestro espectro de anhelos, dolores, ilusiones…

Inspiración y Método

Hay una última pareja que quisiera poner a danzar esta vez. Brasil es “inspiración”; Alemania es “método”. Y aquí asoman dos modos de estar en el mundo; dos modos de hacer camino hacia la victoria. Ambos son necesarios; ambos son nobles; ambos son efectivos… pero sólo hay una copa en cada mundial.

Alemania es concentración; tesón; abnegación; plan maestro y ejecución precisa; es una serie de escalones hasta el podio; es la seriedad sin ostentación y la calidad sin adornos. En resumen: método. Su hombre: Oliver Kahn.

Brasil es ritmo; sorpresa; confianza; agilidad y encanto; la fantasía de un sueño colectivo; la fascinación de lo improbable y la apoteosis del gozo compartido. En resumen: inspiración. Su hombre: Ronaldo.

Este año, pues, se batieron la Inspiración y el Método. Y esta vez triunfó la inspiración. Ronaldo metió dos goles en el arco de Kahn. En otra ocasión podría ser distinto. Esta vez, en todo caso, a todos nos inspira un resultado así, quizá por la secreta esperanza de ver que también los pequeños tienen una opción en un mundo de grandes y fuertes. ¿O será por otra razón?

Por: Fr. Nelson Medina, O.P.