26.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
26.2. Tú no debes escribir cuando a ti te parezca. No es propiamente tu inspiración, ni tu gusto, ni el ritmo de tu meditar quien determina mis palabras. Yo soy distinto de ti; no un nombre elegante para darle a tu modo de pensar, desear o esperar. Por eso la acogida de estas palabras es toda una escuela para tu corazón inquieto y vacilante. Te pido algo tan sencillo como dejarte hablar y dejarte formar. Es lo mismo que, en el fondo, requieres para que la Palabra Divina haga su obra en ti. Te digo, pues, como aquel padre de familia en el salmo: «Venid, hijos, escuchadme; os instruiré en el temor de Yahveh» (Sal 34,12).
26.3. Palabras sublimes no faltan en los cielos, alabanzas preciosas y pensamientos de encantadora belleza que son el gozo de los enamorados de Dios. ¿Y piensas que esa hermosura está prohibida para ti? Todo lo contrario: Dios en su Hijo y con su Hijo nos ha dado todo. El límite no está en lo que Dios quiere dar, sino en lo que tú estás dispuesto a recibir. ¡Vaya drama el del hombre, lleno de necesidades como un mendigo y lleno de tedio como príncipe mimado de un palacio de delicias! Entre la indigencia y el hastío, el paladar humano se ha estragado, y por eso, como denunció Isaías, llama “bien” al mal y “mal” al bien (Is 5,20).
26.4. Yo te invito, y a la vez te advierto: aviva tu paso. Como aquel Ángel que Dios envió para liberar a Pedro yo te apremio: ¡apresúrate! (cf. Hch 12,7). Si hay algo duro en el trato con vosotros, hijos de Adán, es la lentitud y la multiplicación de vuestras distracciones de todo género. Dispersos de continuo, malgastáis vuestras exiguas fuerzas en una pluralidad de objetivos e intereses que no tienen la importancia ni prometen el fruto que Dios quiere para vosotros.
26.5. Casi digo que la obra de Satanás no es otra sino distraerte de continuo y hacer que pases de una a otra creatura, de uno a otro pensamiento y de uno a otro afecto toda la vida, mientras llega la muerte. Bien sabe él que una sola creatura pronto revelaría sus límites y os recordaría que fuisteis hechos no para las creaturas sino para el Creador. Por eso él es el padre de la infidelidad: así como el adúltero se pierde en los abrazos de nuevos amoríos, así quiere Satanás que paséis la vida entera de abrazo en abrazo recorriendo la creación. Y como la creación no es infinita pero sí inagotable en el espacio de una vida humana, no le falta astucia a su engaño: cuando el miserable pecador descubre que era nada su búsqueda ya no tiene tiempo ni fuerzas para buscar a Dios.
26.6. Esta satánica estrategia no alcanza su meta sin el concurso de la voluntad humana. Porque si es cierto que la creación es un campo demasiado extenso para una vida, y por eso al hombre se le puede ir toda su vida buscando a las creaturas y disfrutando de ellas, Dios no cesa de buscar al hombre y de atraerlo «con correas de amor», como dijo el profeta (Os 11,4).
26.7. La Providencia divina ilumina de infinitos modos la mente humana, ya revelándole los límites de lo que encuentra, ya mostrándole el tamaño de su búsqueda. Y así, apreciando los pequeños bienes del hombre más que sus incontables ingratitudes, con paciencia lo anima a hacer el bien y a evitar el mal. De suyo este proceso es muy lento, porque el corazón humano es la fuente misma de la indecisión y de la fragilidad, y bien pronto vuelve a lo que parece cómodo, aunque le haga daño, por no atreverse con lo saludable, porque le parece arduo.
26.8. Sin embargo, los actos de la voluntad, cuando atiende al parecer del entendimiento iluminado por la gracia, pueden acortar este largo camino. Y por ello te hablo, y te repito y te apremio a que prefieras con más ardor el bien divino, por ejemplo recordándole a menudo a tu corazón aquel primer mandamiento: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con todas las fuerzas…» (cf. Dt 6,5; Mt 22,37).
26.9. No es tiempo perdido, sino tiempo recuperado y ganado hacer estos actos de amor. Si no entiendes este lenguaje, si no apresuras tu paso, si no arde en ti más vivamente el amor, mis propias palabras te parecerán incomprensibles o imposibles. Por tu bien, yo no quiero que eso suceda. ¿Qué sensatez es perder la oferta que Dios te hace y su regalo? No fuiste creado para quedar incompleto. Tú no eres un monumento al error ni a la imperfección; eres memorial del querer divino y signo eminente de su compasión sin límites.
26.10. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.