26.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
26.2. Tú no debes escribir cuando a ti te parezca. No es propiamente tu inspiración, ni tu gusto, ni el ritmo de tu meditar quien determina mis palabras. Yo soy distinto de ti; no un nombre elegante para darle a tu modo de pensar, desear o esperar. Por eso la acogida de estas palabras es toda una escuela para tu corazón inquieto y vacilante. Te pido algo tan sencillo como dejarte hablar y dejarte formar. Es lo mismo que, en el fondo, requieres para que la Palabra Divina haga su obra en ti. Te digo, pues, como aquel padre de familia en el salmo: «Venid, hijos, escuchadme; os instruiré en el temor de Yahveh» (Sal 34,12).