25.1. Una pregunta que te has hecho versa sobre la relación y la diferencia entre la inspiración que viene del Espíritu Santo y aquellas otras inspiraciones que tienen su principio en la acción de nosotros, los Ángeles. A mí no me molesta que tú tengas preguntas, aunque sí es cierto que hay maneras de preguntar.
25.2. Lees en la Sagrada Escritura que Gabriel fue enviado a dos personas distintas, y que su anuncio tenía un contenido semejante en ambos casos (Lc 1,5-38). Zacarías y María reciben sendas visitas del Ángel, y ambos hacen una pregunta: el primero, para asegurarse él; la segunda, María, para descubrir el camino de su propia obediencia.
25.3. El modo de la pregunta de Zacarías no agradó a Dios ni al Ángel, y por eso, aunque recibió respuesta a lo que quería, fue reprendido con la mudez, para que aprendiera a utilizar bien el don de la palabra. La pregunta de María, en cambio, fue motivo para una de las revelaciones más sublimes de toda la Historia humana. En aquellas palabras de Gabriel, en efecto, hay por decirlo así una rendija que os permite entrever el arcano del misterio de la Encarnación.
25.4. Aprende, pues, de María, Nuestra Señora, que sí es posible preguntar a Dios; y en su actitud creyente, obediente y humilde descubre los rasgos de la pregunta que abre el misterio. ¡Cuán importante es esta consideración para aquellos que por vocación y por encargo de la Iglesia tienen la nobilísima tarea de escrutar y exponer los misterios de la fe!
25.5. Has de saber que hay teólogos que son como Zacarías, preocupados por asegurar algo suyo, por ejemplo su fama, o los intereses de los que son cercanos a ellos según los afectos de la carne y la sangre, o incluso —dolor da pronunciarlo— su dinero y su posición en la sociedad humana.
25.6. Gracias a Dios, no faltan, sin embargo, y no faltarán en la Iglesia peregrina, aquellas otras inteligencias modeladas en el Corazón de la Santa Virgen: mentes abiertas en docilidad al Espíritu, dispuestas como María a engendrar en sí mismas al Verbo; mentes virginales que guardan el pudor propio de su estado y que no mancillan el misterio cuando, por decirlo así, lo “tocan” con sus palabras y formulaciones. Busca, hermano mío, la compañía de estos entendimientos luminosos y serenos, y concédeme el gozo de ver tu inteligencia cada vez más próxima a la de los Ángeles.
25.7. Te preguntas por la acción del Espíritu y la de los espíritus angélicos. Son evidentes las diferencias: sólo la acción del Espíritu Santo “produce” todo lo que “dice.” Tú y tus hermanos creyentes sois justificados mediante la gracia increada del Espíritu, no por acción de Ángel o alguna otra creatura. Sólo el Espíritu puede obrar en ti suscitando actos que son plenamente tuyos y plenamente suyos. Su acción creadora no te suplanta sino que te habilita para obrar al modo divino, sin que tú dejes de ser creatura. Sólo el Espíritu cuando te transforma te hace más tú mismo: no viene a ti para disolver lo que eres sino para llevar a plenitud lo que estás llamado a ser.
25.8. En las palabras de los Ángeles o de los hombres aún es posible la duda en quien escucha, como tú lo sabes por experiencia. La sugerencia del Espíritu y sus mociones son de suyo soberanas, al punto que sólo pueden ser atacadas cubriéndolas primero con el velo repugnante de la calumnia y la blasfemia.
25.9. Por último, recuerda que toda verdad digna de ese nombre tiene su fuente en el Espíritu Santo. Así que aquello que haya de luminoso para ti o para otros en lo que yo te digo, es sólo reflejo de la Verdad Eterna de la que el Espíritu Santo es el primer Testigo. Es Él quien te instruye a través de toda palabra verdadera y por obediencia de amor a Él se me ha permitido hablarte.
25.10. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.