24.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
24.2. La obra interior sólo Dios la conoce. Tú arrojas la semilla al campo y en tu huerta acontece el milagro de la vida. Arrojas la Palabra al corazón humano y allí, en el secreto y la oscuridad de los recintos del alma, misteriosas transformaciones se suceden. Tu corazón es una obra que Dios no cesa de esculpir, un cuadro que Él se goza en pintar y embellecer. Tu Artista, que es tu Dios y Señor, nunca duerme, ni se enferma, ni se distrae, ni se desanima.
24.3. Hasta el día último, hasta el último instante de tu existencia Dios Padre hará todo, absolutamente todo en favor tuyo. Su sabiduría que no descansa, su misericordia que no se descorazona, su poder que nunca disminuye están a favor tuyo.
24.4. ¿Te has preguntado por qué te hablo tanto de la Cruz? Porque Ella es la Señal patente e indestructible de que Dios está a tu favor. «El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros, ¿cómo no nos dará con Él todo lo demás» (Rom 8,32). Así te habla el Apóstol Pablo. ¿Y dónde sucedió eso tan maravilloso, eso que espanta de admiración a los Ángeles, que Dios entregue al Hijo en rescate del siervo? ¡En la Cruz, hermano y amigo mío! ¡En la Cruz!
24.5. No esperes entonces que mis palabras te ofrezcan otro mensaje o te presenten otro camino. Al igual que aquel Apóstol también yo puedo decirte que «sólo conozco a Cristo, y éste, Crucificado» (1 Cor 2,2). La Cruz es el arado que abre los surcos hondos en que la Palabra llegará a germinar. La Cruz es el retablo que resume la gesta inmensa del amor divino. La Cruz es el compendio de vuestros males, ya vencidos, y de los bienes de Dios, abiertos y ofrecidos.
24.6. Te repito: la obra de Dios no cesa. A ti te gusta pensar que trabajas para Dios y que trabajas con Dios, pero no has descubierto que es mucho más hermoso y mucho más importante reconocer que Dios trabaja en ti. Es lo que quiso significar Nuestro Señor cuando, a aquellos judíos que le preguntaron cómo podían hacer las obras de Dios, les respondió: «La obra de Dios es que creáis en quien Él ha enviado» (Jn 6,28-29).
24.7. En efecto, la fe es la puerta que abre el espacio al que “siempre trabaja” (cf. Jn 5,17). Y no pienses que esto hace inactiva ni mucho menos inútil al alma; todo lo contrario: el que tiene a Dios en sí, tiene la energía de Dios en su interior, y por eso trabaja. Lo que sucede es que sus obras no son suyas por contraposición a Dios, sino suyas por ser de Dios que es su Dueño.
24.8. Mira cómo es infinitamente más importante lo que Dios hace por ti que lo que tú haces para Dios, hasta el punto de que lo que tú pretendieras hacer para Dios sin Dios en realidad lo estarías haciendo contra Dios. Necesitas ser transformado por Él hasta el punto de que tus obras, siendo tuyas, sean del todo suyas, porque tú seas completamente suyo.
24.9. Es lo que lees en aquel salmo: «Bendigo a Yahveh que me aconseja; aun de noche instruye mi conciencia» (Sal 16,7). Esta instrucción nocturna no se refiere simplemente a las horas que marca el reloj, sino a la obra secreta del amor divino, que en la “noche,” es decir, allí donde tus ojos no alcanzan, hace obras portentosas a tu favor, llenando de luz tu “lámpara” (cf. Mt 6,22-23).
24.10. La verdad es ésta: que algunas de las obras de Dios en ti tú las conoces. Otras, tú mismo no las ves, pero están todavía al alcance de la mirada de los Ángeles. Otras, finalmente, nadie las podría explicar ni caben en lenguaje de hombres ni de Ángeles. De este orden son sobre todo las que se refieren al hecho mismo de tu creación, a la obra de tu redención y a aquellos momentos en que el Espíritu ora en ti «con gemidos inefables» (Rom 8,26).
24.11. ¿Tengo o no razón para invitarte a la alegría? ¡Dios te ama, su amor es eterno!