18.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
18.2. Nunca lo olvides: Dios tiene más paciencia contigo de la que tú mismo te tienes. Dios te conoce mejor de lo que tú te conoces. Dios te ama mucho más de lo que tú te amas. Cuando tú crees que has llegado al final del camino, Dios encuentra mil comienzos. Cuando tú piensas que ya no hay puertas, Dios ha visto y conoce mil preciosas historias que apenas empiezan a abrirse ante ti.
18.3. ¿Cómo puedo decirte que su mirada es infinita, que su paciencia sencillamente es inagotable, que su ternura es indescriptible, que su sabiduría nunca acaba? Ningún error tan grave como medir a Dios con la escala humana. No sois vosotros, mortales, los que tenéis que hacer “humano” a Dios: es Él quien ha querido, en razón de su sola misericordia, hacerse hombre, y también es Él quien ha querido que participéis de su divina naturaleza.
18.4. Humanizar a Dios y medirlo por tus criterios es error tan grave como divinizar al hombre y hacer de él la meta y criterio de todo y de todos. Estas dos cosas Dios las ha dado y las da por Cristo, de modo que cuando pretendéis lograrlas por vosotros mismos y al margen de Dios, sencillamente estáis diciéndole al Padre Celestial que no queréis aceptar a su Enviado y que rechazáis su Designio. Ahora bien, puesto que sólo Dios es el Creador y el Redentor, ¿qué podrá seguirse para el soberbio, sino su autodestrucción, en primer lugar, y luego la de la especie humana misma?
18.5. Deduce de estas palabras qué tarea te aguarda. ¡Has de defender al hombre del mismo hombre! No estás solo, sin embargo; no eres el primero ni el último. Eres una voz que será rechazada, burlada y escarnecida como tantas otras voces, empezando por la de Nuestro Señor Jesucristo. Cuando hables al hombre, piensa siempre que hay en él como dos niveles: en lo íntimo de su ser, hay un ansia infinita de Cristo; pero este anhelo interior está como encadenado muchas veces y permanece sujeto a un nivel menos profundo que es el que más se ve, el nivel de la apariencia, donde no reina la verdad sino la conveniencia.
18.6. Por eso necesitas ojos de mirar profundo, y sobre todo una fe inquebrantable en la potencia del amor divino, para sostenerte predicando ante un rostro que se rebela, se distrae, ataca y se burla. Una mirada profunda quiere decir una gran capacidad para ver y hacer ver esas aspiraciones inconfesadas pero realísimas que hay en todos los corazones humanos; mostrar a todos esa hambre que por orgullo, dureza de alma, deseo de parecer fuerte, desconfianza de la raza humana o cualquier otra razón pretende esconderse, pero que está siempre ahí, aguardando la palabra maravillosa, el nombre invencible, la gracia celeste: ¡Cristo!
18.7. Y necesitas una fe inquebrantable en el amor divino. “Dios le ama“: ésta es la única razón válida para predicar al ser humano, a cada hombre y a cada mujer. Cualquier otro motivo termina por diluirse, desgastarse, empobrecerse y agotarse.
18.8. Acércate a tus hermanos, míralos en silencio, luego alza la mirada al Cielo y dile a tu alma: Dios les ama. Cuando callen ante tus propuestas, cuando se rían de tu predicación, cuando encojan los hombros ante aquello que a ti te conmueve hasta las lágrimas, cuando den la espalda a tus más brillantes argumentos, cuando meneen la cabeza como juguetes de un sainete infernal, no esperes comprensión de nadie, mucho menos del que te rechaza.
18.9. En esos momentos tu paz está bien guardada junto a la Cruz. Tú sentirás que estás solo aunque a tu alrededor estaremos legiones de Ángeles, custodios de la Palabra y amadores de la Gracia. Pero Dios querrá que tú no sientas nuestra presencia, para que sólo te consuele y te instruya el goteo sobrecogedor de la Sangre de Cristo que golpea contra las rocas hasta partirlas por medio.
18.10. Fue posible arrojar la gloria de Dios del templo de Jerusalén, como te cuenta Ezequiel (Ez 8 ); fue posible profanar el cuerpo humano, maravilla de la creación visible; fue posible falsificar la profecía, adulterar el sacerdocio, prostituir la realeza, retorcer los caminos de la sabiduría; fue posible mancharlo todo con soberbia y teñir de amor propio y vanidad casi toda la Historia humana. Pero no fue posible, Dios no concedió a creatura alguna de la tierra o de debajo de la tierra o del reino de los aires, a nadie concedió Dios la más leve deshonra a la Sangre de Cristo. Precisamente quienes querían afrentarla la esparcieron y así publicaron más y más su grandeza y su imperio misterioso.
18.11. Esa Sangre, savia bendita del árbol de la vida, es el reducto, el refugio, el escondite de Dios en medio de un mundo que parecía ya todo en poder de las garras de Satanás. Esa Sangre es la razón visible que te lleva al motivo invisible de toda la obra de la redención. En Ella, en cada una de sus gotas, en el armónico fluir de sus ondas, en las olas de su piedad, aletea el Espíritu Santo, en mística analogía con aquello que te dijo el Génesis (Gén 1,2).
18.12. Dios vive, Dios gobierna, Dios reina, Dios prevalece, Dios habita con todo su poder en ese Mar de Fuego. Vuelve a sus olas tu barca, navegante; mira tu dignidad y tu precio, y no vuelvas a pecar.
18.13. Vete ahora a tu oración. Yo no podía callar la alabanza de la Sangre que te baña; hoy hueles a Cristo. Gracias por haberte confesado.
18.14. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.