17.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
17.2. Mira a tu alrededor y descubre la gravedad, la belleza y la fecundidad del tiempo en que vives. Aunque tu entendimiento está en parte sujeto al discurrir de las horas y los días, hay en ti también fuerza suficiente para levantarte por sobre esta corriente incesante para tender a lo eterno. Sin embargo, alzarse sobre el tiempo es cosa que el hombre puede intentar de dos modos: con la rebeldía de aquel que simplemente se ausenta o con el arte de aquel que, siguiendo sabiamente las huellas de la Historia, resume y destila en su mente y en su corazón la obra divina. En el primer caso la creatura racional tiende a la nada donde sólo puede hospedar a la confusión y el absurdo. En el segundo caso, sobrepujando a los límites de su propia naturaleza se hace discípulo de Dios y hermano de nosotros los Ángeles.
17.3. Este es el ejercicio que te lleva desde las señales del tiempo al Autor del tiempo; es el ejercicio que Jesús reclamaba de quienes querían seguirle: «¡Conque sabéis discernir el aspecto del Cielo y no podéis discernir las señales de los tiempos!» (Mt 16,3). Esa palabra “señal,” o la que antes utilicé, “huella,” es y será de inmensa importancia en tu vida y en tu pensamiento. La señal es algo que existe en sí mismo pero que apunta más allá de sí mismo. Piensa, por ejemplo, en que los milagros que hizo Jesús y los que hacen sus santos son sobre todo señales.