14.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
14.2. La vida vuestra está marcada por el ritmo. El día sigue a la noche, como las lágrimas suceden a la risa, y el consuelo a la tristeza. Dios Padre ha hecho brillar para vosotros el sol que se anuncia y se esconde; esto para la vida natural. Para la vida de la gracia, que a veces llamas “vida sobrenatural”, hay también un Sol que se llama Jesucristo. Este Sol, en cuanto fuente de vida, de perdón y de amor, nunca se oculta; pero en cuanto comparte vuestra naturaleza humana, tiene también su propio ritmo, su propio palpitar.
14.3. Donde mejor puedes percibir este ritmo es, desde luego, en su Corazón. Así como el bebé cuando recibe la leche de la madre recibe también la suave música con que palpita el corazón materno, así vosotros, cuando os alimentáis de Cristo, podéis recibir, si queréis, el ritmo de su propio modo de amar.
14.4. Cuando el corazón palpita impulsa la sangre por todo el cuerpo. Ahí tienes una preciosa imagen de la obra del Corazón de Jesucristo. El corazón se llena de sangre que viene de todo el cuerpo: así también Cristo recibe vuestra sangre, acoge vuestra vida, dando asilo a vuestras heridas y decepciones y hospedando vuestras más entrañables esperanzas. Para llenarse de esta sangre el corazón tiene que ensancharse: así también el amor de Cristo se dilató sin término ni medida, al punto que a nadie excluyó de su regazo, sino a aquel que quiera huir de él.
14.5. Después el corazón se contrae e impele la sangre por todo el cuerpo. ¡Qué admirable meditación puedes hacer en ese hecho tan elemental que se repite miles y miles de veces en una vida humana! De ese esfuerzo, repetido mil veces, depende que estés vivo, y si ese esfuerzo, esa pequeña contracción cesara, pronto tu organismo entraría en colapso y llegarías a morir. También el amor de Cristo tuvo su esfuerzo ¡y de qué magnitud! El corazón se contrae y por decirlo así pierde su sangre, la entrega. Así Cristo fue estrujado en la Cruz como en un lagar, para que el Vino de la Nueva Alianza y de la definitiva alegría pudiese servirse en la mesa de vuestra alma sedienta de fortaleza y de gozo. Exprimido hasta la última gota de su sangre, quiso así mostrar que entregaba toda, absolutamente toda su vida.
14.6. El corazón se contrae y riega con su sangre a todo el cuerpo: así Cristo ha bañado con la sangre de su amor todo su Cuerpo que es la Iglesia. Fíjate que no hay parte de tu cuerpo que no reciba vida, pues de otro modo esa parte estaría muerta. Incluso tus uñas y cabellos, que se ven como materia muerta y la semejan, para sostenerse y crecer necesitan de algo que de algún modo les alimente. La vida acontece en todo tu cuerpo y la ministra de esa vida, la que conduce esa vida es siempre la sangre. Así es verdad también para Cristo. Su Sangre llega con toda su eficacia y su fuerza de vida hasta el último extremo de su Cuerpo, de modo que a ningún creyente le falte esperanza y ningún cristiano carezca de luz.
14.7. Ves, pues, cómo el palpitar del Corazón de Jesucristo es el ritmo de la redención en la historia humana.
14.8. Vuestra sociedad mide el tiempo de acuerdo con la repetición de sucesos sencillos, como es el monótono balanceo de un péndulo. Por ello los relojes que conoces expresan el tiempo contando muchas veces un hecho que en sí mismo nada dice, como es el movimiento elemental de un cuerpo suspendido. Y sobre la base de esta cuenta, llevada hasta los límites de vuestro ingenio, dais un lugar en la historia a todo lo demás que sucede y que sí significa.
14.9. Quiero que sepas que hay otro modo de concebir el tiempo. Si la unidad mínima temporal estuviese ya cargada de sentido, tendrías un modo nuevo de comprender la Historia y sus eras. Un tiempo así es el que viene acompasado con el palpitar del Corazón de Cristo. La Sangre no sale en vano de ese Corazón, pues, como dijo Isaías, la palabra que sale de Dios no vuelve vacía; nunca es infructuosa (cf. Is 55,10-11). Así como la medida de todo tiempo en el mundo es la suma de acontecimientos desprovistos de significado y por ello aptos para acoger el sentido que cada uno dé a su tiempo, así la medida del tiempo de Dios es el fruto tejido por la laboriosa composición de acontecimientos elementales de salvación que tienen su fuente en Cristo y que no carecen de sentido sino que otorgan sentido a la vida de cada uno.
14.10. Puedes por ello enseñar que el Corazón de Cristo es el reloj de Dios y que al ritmo de ese palpitar Dios conduce a la historia humana hacia su propia consumación en la Gloria del Día Final, el Día sin ocaso. Tener la vida de Dios es sincronizarte con el tiempo de Dios, es decir, acompasarte en el Corazón de Cristo. Así como el público que asiste a un concierto sigue los silencios y ritmos de la orquesta y los cantantes, así tú has de entrar en el misterio de Cristo como en una majestuosa sala donde se interpreta sin cesar el Concierto del Amor Divino. Basta que habites en esta Casa, basta que escuches este Concierto y tus ojos progresivamente se acostumbrarán a medir el tiempo y los acontecimientos de otro modo, a saber, del modo divino.
14.11. Esta es ciertamente la clave de la genuina paciencia. Todo lo duro de la paciencia está en esto: con qué reloj te mides. Si vas a medirte con el reloj que cuenta “nadas” y que por tanto termina lleno de todo lo que diga el mundo, tu paz dependerá de lo que el mundo te diga o te exija. Si en cambio sientes dentro de ti el reloj que cuenta gracias y bendiciones, y que está lleno del querer de Dios, todo tu esfuerzo ganará maravillosa unidad y armonía en la Divina Voluntad y la paz nunca se apartará de tu lado.
14.12. ¡Puedes creerme! Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.