12.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
12.2. Tú has querido dar un título a mis palabras; les has llamado un “diario”. Tú tienes muchos días; yo sólo tengo uno. Tus días comienzan, transcurren y mueren, como tú mismo. Mi Día no empieza, no cambia y no conoce final. Escribiendo un poco cada día construyes un hábito. Fíjate que el hábito es superior a cada día, aunque sucede en cada día. Adquirir hábitos es vencer a la sucesión de los tiempos. Aquello que permanece se aproxima en su duración a lo que es eterno. “Se aproxima” no quiere decir que llegue a estar realmente cercano, sino que se hace menos lejano.
12.3. Lo que quiero decirte es que la duración es un ejercicio de eternidad, y por tanto, que cuanto más estables sean tus buenos hábitos y costumbres, mejor dispuesto te encontrarás para aceptar la eternidad de tu destino y prepararte para ella.
12.4. Hay otro ejercicio de eternidad: la memoria. Mira cómo es de difícil para los niños y para muchos jóvenes hacerse una idea de lo que significa la eternidad después de la muerte. Tienen poco que recordar y todo en ellos habla de futuro, es decir, de más tiempo en la tierra. El anciano, en cambio, ha visto el final de muchos de sus sueños, ha despedido a muchos de sus amigos, ha tenido que desdecirse y corregirse muchas veces; las lágrimas han hecho surcos en sus mejillas y sus ojos cansados se hunden en el horizonte, como aguardando el día definitivo. La vejez, si es aceptada en Dios y con amor, trae como bendición propia una anticipación de la eternidad a través de la memoria. No es el fardo de datos en sí mismo, sino la secuencia lógica y la preciosa enseñanza la que logra este efecto. Llamo “secuencia lógica” a eso que descubren vuestras almas cuando meditan en algún evento, pequeño o grande, y de pronto, con una luz que Dios sabe dar, perciben que aun las cosas más insignificantes tenían un lugar y un sentido en el conjunto de lo sucedido. Existe un placer lícito en ese descubrimiento que hace al alma no erudita, sino sabia. Esta sabiduría hace la obra del destilador cuando llega a la médula del conocimiento, o como antes la llamé, la “preciosa enseñanza”.
12.5. Un efecto semejante se logra a través de la lectura, aunque es cierto que no toda lectura es buena para el alma. Ninguna lectura tan saludable como la Sagrada Biblia. Es Ella el espejo maravilloso que te muestra todo el escenario de la Historia, a través del prisma del corazón del hombre. Especialmente la vida de Jesucristo, y particularmente su Bendita Pasión, es un manantial inagotable que lava el alma y le permite empaparse en los designios eternos de Dios.
12.6. Después de la Sagrada Escritura, tienes también las vidas de aquellos que en Cristo y por Cristo lo perdieron todo y lo ganaron todo. Esas hermosas historias de los mártires y de los demás santos hacen sabio el corazón y lo atan suavemente a su destino propio, es decir, a la eternidad. Hay incluso luces de este género en la Historia humana misma, de la que se ha dicho que es Maestra de la vida. Una juiciosa meditación sobre los imperios y naciones, sobre las estirpes y reinos, sobre las empresas y proyectos de los hombres conduce a menudo a una valoración más alta de lo que permanece y un sano menosprecio de lo fugaz y transitorio.
12.7. Otra práctica provechoso para que conozcas y ames tu destino eterno es el ejercicio de la paciencia. Con ella te vences a ti mismo, cosa que es buena para tu voluntad, pero sobre todo con ella preparas tu entendimiento hacia un desenlace que al principio no veías o no aceptabas de corazón. Muchas veces, cuando se elogia la virtud de la paciencia, se enfatiza su valor para adquirir fortaleza, humildad y perseverancia, y eso es cierto y es bueno; pero no es menos cierto que la genuina paciencia es como una escuela que trae muy abundante luz a la inteligencia. Es esto lo que he querido subrayarte en esta ocasión, porque es el entendimiento quien abre la puerta de la bienaventuranza por la contemplación de la Verdad Primera. Aprende, pues, no sólo a resignarte, no sólo a aguantar; aprende a padecer de modo tal que tu entendimiento no se quede en ayunas cuando tu voluntad está siendo alimentada en la fortaleza.
12.8. De modo semejante te digo que para amar y predicar la eternidad te hace bien la amistad con nosotros los Ángeles. La firmeza que hemos recibido de Dios, a quien servimos en perpetua adoración y obediencia, es como un testimonio continuo de la gloria que os está reservada, cosa que hace brotar en vosotros la virtud hermosa de la esperanza. Fíjate que cada acto de esperanza os lleva más allá del presente y por lo tanto os lanza más y más hacia la eternidad divina.
12.9. Por eso son tan provechosos los actos de adoración. ¿Qué puede pensar un cristiano postrado con humildad ante su Dios, y elevado en alas del amor hasta casi escuchar los himnos celestes, sino que la eternidad se abre ante él? Esos momentos silenciosos de arrobamiento, en los que más de una vez Dios sustrae al alma de la percepción del tiempo son el anticipo más elocuente que tenéis de la bienaventuranza que os espera.
12.10. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.
12.11. Por la tarde he escuchado estas palabras:
12.12. Cuando el dolor te oprime, cuando la tentación avanza desafiante por las estancias de tu alma, cuando la aridez del desierto de abruma en desconcierto, haces bien en llamar a Dios. Oigo tu voz que clama: “¡Señor, ayúdame!”, y me uno a tu ruego. Sólo quiero decirte que sería mejor que dijeras “¡Señor, sígueme ayudando!”, porque con estas palabras le recuerdas discretamente a tu alma que Dios nunca te ha abandonado sino que más bien ha tejido una historia de amor y providencia contigo. No lo olvides.