10.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. La Iglesia peregrina comienza toda oración invocando el Nombre de Dios. Hoy quiero que conozcas un poco de las riquezas de esta invocación, y que descubras qué inmenso tesoro se halla en pronunciar este Nombre.
10.2. Si el segundo de los mandamientos de la Ley de Dios quiere preservar la santidad de este Nombre, es porque sin Él no sabrías a quién llamar. El Nombre de Dios es la victoria sobre la soledad radical del hombre en el cosmos inmenso. Sin ese Nombre no podrías llamar “infinito” sino al universo mismo, y sería éste universo la referencia última de toda realidad humana. Tal fue el terrible drama que vivió el mundo pagano, que aunque decía tener dioses, éstos en el fondo eran parte constitutiva del mismo universo en que estaban los hombres. Tales “dioses” eran una prolongación de las necesidades y anhelos de la raza humana, y en este sentido, sólo eran expresiones de la indigencia de quienes les daban culto.
10.3. En cambio, la revelación del Nombre divino significa la capacidad que Dios os regala de saber que existen confines para lo creado, aunque no baste la vida de ninguno de vosotros para alcanzar estos confines. Pronuncia, sí; invoca el Nombre de Dios y sentirás cómo la creatura, por más admirable o grande que te parezca, es siempre creatura y que por tanto no es la respuesta al hambre infinita que tiene tu corazón.
10.4. El Santo Nombre de Dios es, pues, entre otras cosas, la sintética pero completa declaración de la trascendencia divina y por tanto, la elevación más simple pero más eficaz del corazón humano por encima de todo lo creado.
10.5. A este respecto, permite que te recuerde que “creado” no es sinónimo de “natural”. Porque hay quienes piensan que cuando se habla de la creación se está hablando de la naturaleza antes de que la toque el hombre, casi como si la obra del ser humano construyera un espacio en el que Dios ya no es el Creador. Semejante soberbia supone ciertamente un desprecio al Nombre Divino que, te repito, es la brevísima pero elocuente proclamación del señorío y la incomparable majestad del único Dios y Creador.
10.6. Sí: has de saberlo y has de predicarlo: Dios no ha cesado en su labor de creación, ni ha entregado a los hombres ni a creatura alguna lo que sólo a Él pertenece. Las ideas de los filósofos, la belleza que plasman los artistas, las obras que consideráis espléndidas en la técnica de científicos y artesanos, la hermosura de las obras literarias, y desde luego, todos y cada uno de los seres humanos, primero son de Dios que de vosotros.
10.7. Puede extrañarte una afirmación tan radical cuando piensas en tantas obras inicuas que salen de las manos humanas, y por esto es explicable que en tu tiempo muchos consideren como un título de garantía que un producto sea “natural”, en contraposición clara con lo “artificial”. Detrás de esta confianza en lo puramente “natural” y de su correspondiente desconfianza en lo “artificial” se esconde un espeso recelo sobre las capacidades pero sobre todo los intereses de vuestros mismo hermanos los hombres. Preferís lo “natural” como un modo de manifestar que no creéis en las intenciones últimas de quienes pretenden ofreceros el producto de su esfuerzo. Y repito: hay razón para ello, cuando se piensa en la multitud de obras perversas que salen de las manos humanas, especialmente en lo que atañe a las armas y demás instrumentos de daño. Por esto es entendible que no sientas a Dios tan “Creador” de todas esas depravaciones.
10.8. Pero has de saber que las cosas adquieren su realidad sólo ante la luz divina y sólo en el conocimiento que Él tiene de cada ser en cada circunstancia. A vosotros os resulta imposible ver el arma sin sentir ya, por así decirlo, su efecto nefasto. Mas conviene que sepas que cada objeto que sale de vuestras manos es varias cosas: es expresión de principios y leyes que encontráis en la naturaleza física; es encarnación de una intención determinada; es declaración de la época y el medio al que pertenece; y así muchas otras cosas. Dios no es autor ni Creador de todas estas dimensiones de cada ser, sino sólo de aquellas que son manifestación de aquella intención suya que está en la Sagrada Escritura.
10.9. Las intenciones o propósitos malévolos son ajenos a Él y permanecen en el objeto solamente en virtud de una asociación convencional que está sólo en la mente de la sociedad humana. En este sentido no existen para Dios ni tienen sentido o existencia en la eternidad divina. Tales intenciones humanas sí existen y, si no son purificadas por la Cruz de Cristo, serán la herencia infernal de los pobres que no renuncien a ellas, pero, como ves, Dios es Creador de todo, sin ser el creador de la intención malvada, la cual, como ya te ha sido predicado, no tiene ser propiamente porque tiene más el carácter de una deficiencia que el de una existencia propiamente dicha.
10.10. De todo esto concluye cuál es la fuerza de la invocación del Nombre Divino, que te hace levantarte sobre la naturaleza y la historia y te permite hablar al oído de quien es mayor y más bello que todos.
10.11. Vete ahora a celebrar el Santo Sacrificio.
10.12. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.