La Señal de la Cruz

Como este gesto vuelve con frecuencia en mi jornada, tengo el peligro de hacerlo sin prestarle la atención que se merece. Sin embargo es precioso por su historia, por su significado y por su poder.

Es la señal de mi fe; muestra quién soy y lo que creo. Es el resumen del Credo. Es la señal de mi agradecimiento. Tengo que hacer con amor y emoción este gesto que me recuerda que Jesús ha muerto por mí. Es la señal de mi intención de obrar, no para la tierra, sino para el Cielo. Al hacerla, y pronunciando estas misteriosas palabras.

-“EN EL NOMBRE DEL PADRE Y DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO” me comprometo a obrar:
• en el nombre del Padre que me ha creado,
• en el nombre del Hijo que me ha redimido,
• en el nombre del Espíritu Santo que me santifica.
En una palabra: a actuar como hijo o hija de Dios.

Este signo es la señal de la consagración de toda mi persona.
Al tocar mi frente: rezo a Dios todos mis pensamientos.
Al tocar mi pecho: consagro a Dios todos los sentimientos de mi corazón.
Al tocar mi hombro izquierdo: le ofrezco todas mis penas y preocupaciones.
Al tocar mi hombro derecho: le consagro mis acciones.

La señal de la Cruz es en sí misma fuente de grandes gracias. Debo considerarla como la mejor preparación a la oración, pero ya es en sí misma una oración, y de las más impresionantes. Es una bendición.

Si me emociona ser bendecido por el Papa, por un obispo, ¡cuánto más ser bendecido por el mismo Dios!.
Señor, concédeme la gracia de hacer de mi señal de la cruz un “Heme aquí” motivador para la oración, para la acción, para mi día entero; así como una poderosa llamada de las bendiciones del cielo sobre mí.

Los Santos del Futuro

Imagino así a nuestros católicos santos del futuro:

Abiertos al asombro, no al capricho;
fieles en la Roca, aunque no inmóviles;
felices, no superficiales;
firmes, no intransigentes.

Abiertos, y a la vez, muy lúcidos;
lúcidos, y a la vez, muy obedientes;
humildes, pero no acomplejados;
capaces de amar, de esperar y de creer.

Prontos al silencio que deja hablar a Dios,
nunca en silencio cuando se ofende su gloria;
dóciles a la Palabra, cercanos a quien la proclama,
con voz que Cristo quiso autorizada.

Capaces de perdonar y de pedir perdón,
capaces de ternura, poesía y clamor;
capaces de alabanza y de dulce canción;
capaces, por gracia, del Cielo y de Dios.

Con un centro: Jesús que da vida;
y un punto de encuentro: la Santa Eucaristía;
y una referencia: la Virgen María,
que impregna de Pascua la noche y el día.

Un Sacerdote debe Ser

Muy grande y a la vez muy pequeño,
de espíritu noble como si llevara sangre real
y sencillo como el labriego.

Héroe por haber triunfado de sí mismo
y el hombre que llegó a luchar contra Dios.
Fuente inagotable de santidad
y pecador a quien Dios perdonó.

Señor de sus propios deseos
Y servidor de los débiles y vacilantes.
Uno que jamás se doblegó ante los poderosos
Y se inclina, no obstante, ante los más pequeños.

Y es dócil discípulo de su Maestro
y caudillo de valerosos combatientes,
pordiosero de manos suplicantes
y mensajero que distribuye oro a manos llenas.

Animoso soldado en el campo de batalla
y mano tierna a la cabecera del enfermo.
Anciano por la prudencia de sus consejos
y niño por su confianza en los demás.

Alguien que aspira siempre a lo más alto
y amante de lo más humilde…
Hecho para la alegría y acostumbrado al sufrimiento.
Ajeno a toda envidia.

Transparente en sus pensamientos.
Sincero en sus palabras.
Amigo de la paz.
Enemigo de la pereza,
Seguro de sí mismo.

Respuesta Positiva

A veces no tenemos victoria en nuestra vida Cristiana
porque creemos en un Dios a nuestra medida y no buscamos la medida de lo que Dios es…

Usted dice: “Es imposible”
Dios dice: Todo es posible. (Lucas 18, 27)

Usted dice: “Estoy muy cansado.”
Dios dice: Yo te haré descansar. (Mateo 11, 28-30)

Usted dice: “Nadie me ama en verdad.”
Dios dice: Yo te amo. (Juan 3, 16 y Juan 13, 34)

Usted dice: “No puedo seguir.”
Dios dice: Mi gracia es suficiente. (II Corintios 12, 9 y Salmos 91, 15)

Usted dice: “No puedo resolver las cosas.”
Dios dice: Yo dirijo tus pasos. (Proverbios 3, 5-6)

Usted dice: “Yo no lo puedo hacer.”
Dios dice: Todo lo puedes hacer. (Filipenses 4, 13)

Usted dice: “Yo no soy capaz.”
Dios dice: Yo soy capaz. (II Corintios 9, 8)

Usted dice: “No vale la pena.”
Dios dice: Si valdrá la pena. (Romanos 8, 28)

Usted dice: “No me puedo perdonar.”
Dios dice: YO TE PERDONO. (I Juan 1, 9 y Romanos 8, 1)

Usted dice: “No lo puedo administrar.”
Dios dice: Yo supliré todo lo que necesitas. (Filipenses 4, 19)

Usted dice: “Tengo miedo.”
Dios dice: No te he dado un espíritu de temor. (I Timoteo 1, 7)

Usted dice: “Siempre estoy preocupado y frustrado.”
Dios dice: Echa tus cargas sobre mi. (I Pedro 5, 7)

Usted dice: “No tengo suficiente fe.”
Dios dice: Yo le he dado a todos una medida de fe. (Romanos 12, 3)

Usted dice: “No soy suficientemente inteligente.”
Dios dice: Yo te doy sabiduría. (I Corintios 1, 30)

Usted dice: “Me siento muy solo.”
Dios dice: Nunca te dejaré, ni te desampararé. (Hebreos 13, 5)

Reflexiones sobre los Sacerdotes

Cuando se piensa que ni la Santísima Virgen puede hacer lo que un sacerdote; cuando se piensa que ni los ángeles, ni los arcángeles, ni Miguel, ni Gabriel, ni Rafael, ni príncipe alguno que aquellos que vencieron a Lucifer pueden hacer lo que un sacerdote;

Cuando se piensa que Nuestro Señor Jesucristo, en la última Cena, realizó un milagro más grande que la creación del universo con todos sus esplendores, y fue convertir el pan y el vino en su Cuerpo y su Sangre para alimentar al mundo; y que este portento, ante el cual se arrodillan los ángeles y los hombres, puede repetirlo cada día un sacerdote;

Cuando se piensa en el otro milagro que solamente un sacerdote puede realizar: perdonar los pecados, y que lo que él ata en el fondo de su humilde confesionario, Dios, obligado por su propia palabra, lo ata en el Cielo, y lo que él desata, en el mismo instante lo desata Dios;

Cuando se piensa que la humanidad se ha redimido y que el mundo subsiste porque hay hombres y mujeres que se alimentan cada día de ese Cuerpo y de esa Sangre redentora que sólo un sacerdote puede realizar;

Cuando se piensa que el mundo moriría de la peor hambre si llegara a faltarle ese poquito de pan y ese poquito de vino;

Cuando se piensa que eso puede ocurrir porque están faltando las vocaciones sacerdotales; y que cuando eso ocurra se conmoverán los cielos y estallará la tierra, como si la mano de Dios hubiera dejado de sostenerla; y las gentes aullarán de hambre y de angustia, y pedirán ese pan, y no habrá quien se los dé; y pedirán la absolución de sus culpas y no habrá quién las absuelva, y morirán con los ojos abiertos por el mayor de los espantos;

Cuando se piensa que un sacerdote hace más falta que un rey, más que un militar, más que un banquero, más que un médico, más que un maestro, porque él puede reemplazar a todos y ninguno puede reemplazarlo a él;

Cuando se piensa que un sacerdote cuando celebra en el altar tiene una dignidad infinitamente mayor que un rey; y que no es ni un símbolo, ni siquiera un embajador de Cristo, sino que es Cristo mismo que está allí repitiendo el mayor milagro de Dios.

Cuando se piensa todo esto, uno comprende la inmensa necesidad de fomentar las vocaciones sacerdotales; Uno comprende el afán con que, en tiempos antiguos, cada familia ansiaba que de su seno brotase, como una vara de nardo, una vocación sacerdotal; Uno comprende el inmenso respeto que los pueblos tenían por los sacerdotes, lo que se reflejaba en las leyes;

Uno comprende que el peor crimen que puede cometer alguien es impedir o desalentar una vocación;

Uno comprende que provocar una apostasía es ser como Judas y vender a Cristo de nuevo;

Uno comprende que más que una iglesia, y más que una escuela, y más que un hospital, es un seminario o un noviciado; Uno comprende que dar para construir o mantener un seminario o un noviciado es multiplicar los nacimientos del Redentor;

Uno comprende que dar para costear los estudios de un joven seminarista o de un novicio es allanar el camino por donde ha de llegar al altar un hombre, que durante media hora, cada día, será mucho más que todas las dignidades de la tierra y que todos los santos del cielo, pues será Cristo mismo, sacrificando su Cuerpo y su Sangre para alimentar al mundo.

Lunes de Federico (5)

[Capítulo anterior]

De camino al aeropuerto

Federico y Fidelio han terminado de modo casi abrupto su conversación, pero las ideas siguen bullendo, como el café recién hecho, en la cabeza de Federico.

–¡A ti quería verte, Renata!

–Federico, ¡mucho gusto verte! ¿Tomando un café para vencer el frío?

–Sí, aunque ni mucho café tomé. Vieras tú: estaba con el Reverendo Padre Fidelio, y acabamos de tener una conversación de lo más interesante. Es buen tipo, el Fidelio.

–Sí lo vi salir de esta misma cafetería con cierta prisa. Él iba por la otra acera y no me saludó, me imagino que porque se le hacía tarde para el rezo. Pero como tú dices: es un buen hombre. ¿Y por qué querías verme?

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