La cuestión de la autocrítica
La Iglesia es a la vez majestuosa y servidora, y nuestros dos interlocutores han ido descubriendo la racionalidad de estos dos enfoques. Pero ¿qué decir de la capacidad de examinarse a sí misma la Iglesia?
–El problema, para mí, es que esa visión permite poca autocrítica. Si la Iglesia tuviera siempre santos y celosos pastores, humildes y llenos de celo apostólico, no habría problema en que se vistieran como quisieran. Pero la Iglesia es humana también, Fidelio, y no podemos meterla en una burbuja intocable de espiritualidad solamente para sustraerla de la crítica. Es algo así como: “A la Iglesia sólo la puede examinar la Iglesia.” Yo veo un riesgo de totalitarismo ahí, y creo que la Historia me da la razón.
–Depende de qué historiador consultes. Mi propia opinión es que no ha sido la crítica “exterior” la que ha traído los verdaderos bienes a la Iglesia. Nadie puede mirarla de modo completamente desinteresado. Si crees en Cristo, si crees en Cristo hasta el fondo, sólo la puedes considerar tu Casa, tu Fuente Nutricia, tu Madre y Maestra. Si no crees en Cristo sólo la puedes mirar como una amenaza, porque de Cristo viene la enseñanza que nos impide idolatrar cualquier forma de poder, de riqueza o de conocimiento. Así que es un sofisma eso de que uno puede tener una mirada “externa” sobre la Iglesia. O la amas, hasta dar tu vida por Ella, o la detestas y tratas de recluirla en la sacristía o el campo de concentración. Yo por mi parte, tengo muy clara mi opción: quiero a mi Iglesia y no me avergüenzo de mostrar que la quiero.