8. Te Daré Alegría

8.1. Tú sabes que el saludo de Gabriel a la Virgen María puede traducirse por una invitación a la alegría: “¡Alégrate, Llena de Gracia…!” (Lc 1,28), soléis leer en aquel pasaje del Evangelio. Esa invitación no es sólo para ese momento. Ya ves cómo te he invitado muchas veces a que abras paso a la alegría en tu vida. Y es que la alegría es el fruto natural del espíritu que está unido a su Dios. En efecto, ¿de dónde proviene el gozo, sino de la presencia del bien deseado y amado? ¿Cómo entonces privarse de gozo cuando se conoce el amor de Dios?

8.2. Dios es Fuente de Vida, es Principio de Fortaleza, es Manantial de Sabiduría, y no cabe que cese de ser alguna de estas cosas. En el mismo sentido, no cabe pensar que su bondad se detenga y por lo tanto no hay razón válida para que se ponga un límite a la alegría. La única tristeza profunda sería que Dios dejara de ser Dios, pero esto es imposible, en donde ves que para las creaturas racionales la tristeza sólo existe en cuanto accidente, fruto de una circunstancia de pérdida del Bien Supremo.

8.3. La esencia misma de tu alma es alegre. ¡Si vieras las danzas de silencio que hace tu alma, cuando en sosiego te acercas al misterio de Cristo! Hay muchos que se privan de abrirle cauce a estas alegrías santas, y así pierden solamente ellos haciendo innecesariamente amarga su vida. Yo te digo: haz del bien tu alegría, y tus alegrías serán todas buenas.

8.4. Uno de los frutos de nuestra presencia angélica es la alegría. Ya ves que los artistas, como inspirados por el Espíritu Santo, suelen representarnos en canto y en danza. Yo te prometo, con Dios como testigo, que te daré alegría, porque en tu sonrisa y tu canto, en tu danza y tu júbilo veo retratarse un poco del gozo que es nuestra ciudadanía en el Cielo.

8.5. Por eso, no porque yo lo necesite, te pido que cuando me llames, aunque haya una lágrima en tus ojos, nunca dejes la sonrisa de tus labios. Me atraen a ti no sólo tus tristezas para sanarlas, sino también tus alegrías para compartirlas.

8.6. Mi tarea se llama “Tú en el Cielo”, porque ese es mi objetivo, el que tu Señor y mi Señor quiso encomendarme. Y por eso quiero estar alerta no solamente de la tristeza que te puede desesperar o desanimar, sino también de la alegría que te puede envanecer o distraer. Todo lo tuyo me interesa, porque Dios te ama todo entero, y así me ha enseñado a amarte.

8.7. Llámame con una sonrisa, atráeme con una sonrisa, invócame con una sonrisa. Así recordarás a menudo que no soy únicamente quien te ayuda a resolver lo que tú no puedes, sino quien te ayuda a bendecir, agradecer y alabar cuando logras tus metas, con las fuerzas y destreza que Dios te da, pues en Él está la fuente de todo tu bien.

8.8. Es mejor que no me imagines, porque no es mi naturaleza apropiada para ser imaginada. Pero hay algo en mí que sí te permito imaginar en cada uno de tus sentidos.

8.9. Para tu vista, te regalo la sonrisa. Como en una frazada, envuelve tu alma en la sonrisa más cálida que puedas imaginar: algo así es el amor que te tengo.

8.10. Para tu oído, te regalo una canción. Como en un templo de la adoración a Dios entra en el himno del amor que Él me tiene y yo le tengo.

8.11. Para tu olfato, te regalo incienso. Como en una columna de alabanzas, te permito que imagines el perfume delicioso de la oración que asciende al caer de la tarde.

8.12. Para tu paladar, te regalo dulzura. Como un exquisito manjar puedes sentir que es el trato entre tu amor que ora y mi oración que ama.

8.13. Para tu tacto, te regalo el suave roce de mi paso. Como brisa suave en día de verano, pronto estoy a saludar tu rostro fatigado.

8.14. Es importante que santifiques tus sentidos con santas meditaciones en las que te pueden ayudar las palabras que te he dicho. He aquí algunos ejercicios prácticos.

8.15. Primero: Estando en el templo, cierra tus ojos y al mismo tiempo sonríe. Llámame y siente la calidez de mi propia sonrisa.

8.16. Segundo: camina por alguna cañada o trocha donde tus pies suenen contra el piso, las piedras o las hojas. Escucha el ritmo de tu paso; invoca el nombre de tu Dios y llámame. Deja que fluyan las notas en tu voz.

8.17. Tercero: siempre que llegues a un altar en el que no hayas celebrado la Santa Misa, póstrate ante él, guarda silencio y cierra tus ojos. Llámame con gran confianza en virtud de la Sangre de Cristo. Piensa que esta vez tu corazón es el incensario y que de él brota un aroma gratísimo que asciende, atraviesa todos los techos y barreras y se pierde en lo alto de los cielos.

8.18. Cuarto: sirve alguna bebida que acostumbres tomar con azúcar o alguna sustancia semejante. Mira la bebida servida y llámame desde lo profundo de tu alma. No eches una partícula o gota de dulce. Toma despacio tu bebida en memoria del cáliz de Cristo y llámame con amor y con esperanza.

8.19. Quinto: en alguna celebración en que estés, mira con discreción entre los fieles a algún pobre, anciano o enfermo. Sea hombre o mujer, tú lo vas a mirar y vas a decir para ti mismo: “Él es como yo”, y en el momento apropiado, después de llamarme, te acercarás y le darás estrecho y amoroso abrazo, y mientras tanto te vas a decir: “Y ahora yo soy como mi Santo Ángel”.

8.20. No olvides estos ejercicios, pero sobre todo no olvides tus oraciones. ¡Deja que te invite a la alegría! Dios te ama; su amor es eterno.