Ecclesia semper reformanda
Federico ha mostrado su desconfianza hacia las ventajas que traen el ambiente, el lenguaje y el vestido clericales. Fidelio intenta hacer avanzar la discusión hacia temas que considera más esenciales.
–No has dicho nada nuevo. Ya se sabe desde el seminario: “Ecclesia semper reformanda: la Iglesia siempre está necesitada de reforma,” o como gustan decir hoy: de conversión. Lo que yo no veo es que el camino de la conversión sea el camino de la mediocridad o de la chabacanería.
–¿A qué te refieres?
–No es nada personal, Federico, pero mira esto: así como tú dices que debajo de una capa de sacralidad se esconde apetito de privilegios y otras bajezas por el estilo, así yo me atrevo a denunciar: debajo de esa capa de informalidad de muchos sacerdotes lo único que hay es mediocridad, ganas de vivir sin mayores compromisos, incluso temor de ser señalados. Es que no se nos olvide lo que ya dijo el Santo de Hipona, el gran Agustín, con palabras que puso en labios de la Iglesia misma: “¡Cuánta guerra me han hecho desde mi juventud!” Te acordarás de mí: ya viene la persecución de nuevo contra la Iglesia, y como sucedió en la nefanda guerra civil española, no nos extrañe que muchos sean ejecutados por el sólo hecho de llevar con dignidad una sotana o un hábito religioso. ¡No podemos ser menores que ellos, mi respetado curita! ¡También nosotros estamos llamados a dar la buena pelea y a mostrar con valor a qué Cristo servimos con empeño y decoro!
–¿Pero no te parece que ese servicio tendría que notarse en otras cosas, tal vez más sencillas? Mientras llega esa gran persecución, que tú ya ves como tan inminente, ¿no sería justo y necesario que a la pobre gente que acude a un despacho parroquial se le atendiera con más caridad y menos presunción! Yo reconozco que hay sacerdotes ejemplares con sus grandes sotanas, pero para mucha gente la sotana es símbolo de autoridad y de poder. Y entre esa “mucha gente” hay también muchos sacerdotes. Tú y yo sabemos que es un fenómeno de lo más frecuente que el cura se “desclasa” como dicen en sociología. Resulta de mejor familia que su propia familia. A veces desconoce a los propios hermanos y tíos y papás, porque ya los ve muy ignorantes, muy mal vestidos, muy ignorantes. Y claro: toda esa parafernalia, que no es sólo asunto de sotanas, contribuye a reforzar esa idea. En muchas familias pobres, el único que tiene automóvil es el sacerdote; el único que sabe leer de corrido es el sacerdote; el único que puede hablar en público es el sacerdote. Si además de eso lo vestimos de santo y hacemos que todo el mundo le haga venias, dime qué podemos esperar. Al contrario: lo que necesitamos no es disfrazar de santos a los padrecitos, sino vestirlos de humildad, de caridad, de espíritu de servicio. El problema es que más fácil aprender a manejar albas, casullas y estolas que a controlar la propia soberbia o el apetito de poder.
–¿Y tú por qué opones las dos cosas? Nuestros seminaristas pueden ser gente muy humilde con sotana o sin sotana, pero será mejor si lo son con su sotana, que los va a guardar de muchos peligros. Mi experiencia es esa. Quitar los distintivos es quitar un bastión de defensa, y yo no acabo de ver cuál es la sabiduría de eso. ¿Qué hay pecados en la Iglesia? Tú no te cansas de recordarlo. Tampoco yo me canso de admitirlo. Pero yo no me quedo ahí. ¿O tú piensas que vistiendo de civiles a los seminaristas y a los curas ya los graduaste de humildad y de celo apostólico?
–Fidelio, en esto hay que tener una buena dosis de sentido práctico. Yo tampoco estoy diciendo que la gente se forme en la ignorancia o sin conocer los el valor de los símbolos. De hecho, tú sabes que, modestia aparte, he trabajado bastante esos temas de semiótica y hermenéutica social. Mi punto es que si recargamos el énfasis en eso, y si canonizamos ese modo de entender el sacerdocio como “el” modo de ser sacerdote, en la práctica lo que le estamos enseñando a la gente es cuál es el estándar, y con ello, les estamos diciendo a qué tienen que semejarse para ser aprobados. Ahora bien, cuando se habla de ser aprobados y “ortodoxos” se habla también de quién es más ortodoxo o quién se porta mejor. ¡Y ahí ya está la escalera del poder!
–¿Qué sugieres entonces, que nos vistamos todos de civil, y así sí aprendamos el evangelio de verdad? ¿Eso no será como un fundamentalismo tuyo, un nuevo dogmatismo con cierto tufo igualitario y medio comunista? Dios quiso que hubiera autoridad y que hubiera orden. Ese no es un invento de los curas sino una realidad que brota de la Sagrada Escritura, y no necesito citarte aquí pasajes que debes conocer muy bien desde los bancos del seminario.
–Lo mío no es ideología, si es eso a lo que te refieres. De hecho, yo no me opongo a la sotana ni al hábito. Sólo que pienso que hay que estar en guardia para no idealizarlos, idolatrarlos o dejarnos manipular por ellos. “El sábado se hizo para el hombre”: ese criterio sigue siendo plenamente válido. Y eso implica que debemos inculcar a los demás, y recordar nosotros mismos, qué es lo primero y qué es lo segundo. No creas, Fidelio, es fácil engañarse uno, y empezar a vivir en un mundo fácil donde las amistades de uno le hacen eco y coro de todo lo que uno diga. Ese es un problema y una tentación de todo cura: rodearse de sus propios devotos y sobre todo, devotas. En ese coro no hay voces disonantes, y el cura empieza a pensar que es muy justo todo lo que piensa sólo porque él lo piensa. A mí me gusta hacer el otro experimento: salir del círculo, asomarse a lo que uno no quiere o no puede ver usualmente.
–¿Y a eso te ayuda ir sin sotana?
–¡Déjame decirte que sí! Haz tú mismo el experimento. Recorre un poco la calle con un vestido normal, ojalá menos que “normal.” Vete con la ropa más pobre que tengas, si tienes ropa pobre de paisano. Mira cómo te trata la gente. Aprende esa otra lección, que tal vez no la daban en muchas clases de nuestra época.
–Gracias, Federico, por tu gentileza en cuidar de mi vocación…
–No te burles, Fidelio. Es en serio: sal del círculo clerical y del grupo cómodo de la gente que ya cree y ya te acepta. Arriésgate a ser tratado como uno más.
–¡Yo soy uno más! Me confieso como todos. Me alimento del Pan que yo mismo consagro y como todos me debo a mi Señor Jesucristo. Y te voy a decir algo más, que no te va a gustar: cuando celebrábamos la Misa que la gente llama “de espaldas,” ¡la idea no era darle la espalda la gente! Esa es una calumnia muy desagradable. En ese modo de celebrar estamos con la gente mirando hacia Cristo. ¡Cristo es el único protagonista en ese rito, el rito tradicional! En cambio ahora, bajo pretexto de democratizar la liturgia, lo que tenemos es que el sacerdote se convierte en la estrella de espectáculo. Cristo ha perdido su lugar central, no sólo en la arquitectura de las iglesias, sino en la vida litúrgica misma. Cuando el sacerdote se postra es uno más que se postra, y no le está dando la espalda a nadie, porque tampoco los que están en la primera banca le están dando la espalda a los de las demás bancas.
–Ahí hay mucha tela qué cortar, pero por ahora déjame decirte esto: la vida no acaba en la liturgia. Fuera del templo Jesús salió al encuentro del hombre enfermo, y también del excluido y del pobre.
–¡Federico, eso es ideología! San Pedro Claver no tuvo que quitarse su sotana para humillarse en el servicio de los más excluidos de su tiempo; Santa Teresa de Calcuta, porque yo ya la llamo así, tampoco tuvo que dejar su sari para hacer la maravillosa obra de solidaridad y de misericordia que hizo a favor de miles y miles de “excluidos,” como tú los llamas.
–A ver, cálmate, hombre. No tomes esto como algo personal. Para esa clase de misericordia el hábito funciona muy bien…
–¡Ah! ¿Es que ahora tenemos varias “clases” de misericordia? Esa clase de teología si me la perdí, según parece… ¡Y era un santo, un santo grande, el dominico que nos dio la clase de teología moral! No va a resultar ahora que ya la teología cambió y ahora hay que hacer una de las famosas “relecturas” para concluir que sólo la política es verdadera caridad…
–Tú lo dices en tono burlesco, y sin embargo es muy cierto lo que dices: toda genuina caridad desemboca en el bien general de la creación, enseña Santo Tomás, ¿te acuerdas?
–¡Por supuesto! “Omnis actus germanae caritatis…” era algo así, pero la verdad se me ha olvidado. Tengo que repasar la Summa, ciertamente…
–Bueno, sigo: si toda caridad mira finalmente al bien común, no debemos desmembrar lo espiritual de lo político. Yo admiro a la Madre Teresa, y soy devoto, aunque no me lo creas, de Pedro Claver. Pero sé que hoy necesitamos ser especialmente sensibles no sólo a los individuos sino a las tendencias. Tú puedes levantar a mucha gente de las calles, pero también es lícito preguntarse qué o quien los está derribando. Eso espero que me lo admitas…
–Por supuesto, y es la tarea de la Doctrina Social de la Iglesia, que es de los grandes baluartes del siglo XX. Es que, bendito sea Dios, hemos contado con unos grandes y santos pontífices, que han marcado los derroteros por los que toda la Iglesia debe marchar si quiere ser fiel a su propia misión. Lo importante es que eso no se quede en letra muerta, y en esa parte sí tenemos trabajo todos.
–Hablas como si el mundo entero cupiera en libros y documentos, y como si la vida entera cupiera en el confesionario y las homilías del Papa. Cuando una persona siente que ya todo está respondido corre el riesgo de no escuchar nada más, Fidelio, te lo digo con todo respeto.
–Yo te lo recibo también con ese respeto, porque “nobleza obliga,” pero entiéndeme que no puedo transigir en lo que no es de transigir. Tampoco podemos darle la espalda a veinte siglos de sabiduría y de tradición, y empezar a mirar el mundo como si no supiéramos de qué está hecho el ser humano. Ya bien predicó el venerable Pablo VI: “La Iglesia es experta en humanidad.” ¡Eso fue muy solemne! No es poca cosa ver al Vicario de Cristo frente a la Asamblea de las Naciones, y tener el valor de decir: nosotros sabemos qué esconde el corazón humano.
–¿Y tú no ves un riesgo, aunque sea un riesgo, de prepotencia en ese lenguaje?
–No, Federico: yo veo la grandeza y la belleza de la Iglesia. La Iglesia no es cualquier tontería ni es cualquier experimento. Ha brotado del costado de Cristo y posee la certeza de la acción del Divino Espíritu. ¿De dónde aquí, entonces, que se trate a la Iglesia como si fuera cualquier cosa, o como si se tratara una asociación cuyos derroteros deben decidirse por voto popular? ¡La misión de la Iglesia le viene de lo Alto, y de su Divino Fundador!
Poco a poco, ambos se han visto como obligados a abrir sus corazones y mostrar sus más hondas convicciones. A Federico le preocupa que la mirada de la Iglesia sobre sí misma carezca de contraste, y así lo ocmentará la próxima semana…