5.1. El pensamiento es la mayor de tus fuerzas. Una palabra es suficiente para cambiar una vida. Todo cuanto existe fue primero y radicalmente es siempre pensamiento divino, porque en ese pensamiento de Dios está la verdad del universo.
5.2. Una vida, entonces, puede ser más o menos verdadera, según que se acerque o se aparte del pensamiento de Dios. Las creaturas racionales como vosotros o nosotros nos acercamos a Dios o nos apartamos de Él de acuerdo con los actos de libre voluntad. La obediencia es la libre aceptación del pensamiento divino, y por ello es la fuente de la verdad y del verdadero ser. Sin ella, la creatura entra en contradicción consigo misma, porque no puede quitarse el ser que no se ha dado pero tampoco alcanza el verdadero ser que quiso para ella Aquel que hizo que existiera.
5.3. Cuando esta contradicción es o se hace definitiva, es decir, en el caso en que la creatura no está sujeta al tiempo, puedes hablar de “infierno”. No puedes negar la realidad del infierno sin negar la realidad de la libre voluntad. Y no puedes negar la libre voluntad sin negar la posibilidad de un conocimiento real de sí mismo, porque las creaturas racionales estamos facultadas para conocer como exteriores y distintos de nosotros los que son nuestros bienes y nuestros males. No es posible conocerse y conocer lo que es realmente bueno para uno y no desearlo, porque la fuerza con que el Creador nos hizo ser hace que deseemos ser en plenitud. Esto vale para los Ángeles y los hombres.
5.4. De todo esto entiendes que, desde el momento en que Dios quiso hacer un universo con creaturas racionales, visibles o invisibles para los ojos humanos, existió la posibilidad de aquello que llamas el infierno.
5.5. Pero no hay que deducir de ahí que Dios creó algunas creaturas para el infierno. El sentido de ese “para” sólo puede referirse a la intención de Dios, tal como se haya inscrita en el ser íntimo de cada creatura racional, y ya ves que la creatura racional, sea Ángel u hombre, descubre esa intención como una irresistible tendencia hacia ser en plenitud. Por eso el dolor que los condenados sienten por su desgarramiento o contradicción interior es la prueba misma de que aún conservan una tendencia que no pueden perder hacia ser en plenitud. ¿Y de dónde puede provenir tal tendencia connatural, sino del Dios y Señor que les otorgó ser? Por eso el dolor de la pena propia del infierno habla del amor con que aquellos desventurados seres fueron creados, y en este sentido demuestra que no fueron creados “para” llegar a la situación en que se encuentran.
5.6. Desde nuestra mirada angélica, impregnada de la gloria que Dios mismo nos da, el infierno es algo muy distinto de lo que muchos humanos piensan y enseñan. Creen algunos hombres que el infierno es un dolor exterior que llega por venganza o desquite de Dios. Esta idea es gravemente errónea y ofende al Nombre de Dios. Nuestro adorable Dios no tiene necesidad de reclamar señorío ni de recuperar potestad, por la sencilla razón de que jamás ha dejado de reinar como sereno Emperador de todo el universo.
5.7. Estos hombres piensan del infierno como trasladándose en su imaginación a un lugar de torturas y desde luego que lo único que deducen de este ejercicio es que Dios debería hacer algo por sacar a los condenados de tal calamidad. Sobre esto debes tú saber dos cosas: primera, que la imaginación no es buena tutora ni guía en la búsqueda de estas verdades que pertenecen al dominio de aquello que no es primariamente corpóreo, y que por tanto mal puede explicarse o analizarse a partir de las imágenes corpóreas.
5.8. En segundo lugar has de saber que el más empedernido de los pecadores no puede comprender, mientras está en la tierra y por lo tanto vive sujeto a la movilidad propia del tiempo, qué es un acto “definitivo” de oposición a Dios. Y resulta que es esto precisamente lo que configura al infierno como realidad esencialmente interior a la creatura racional. Para comprender cabalmente qué es un acto definitivo tendríais que ser Ángeles o haber muerto, y por esto es imposible, no digo yo solamente para un pecador sino para toda inteligencia humana mientras vive en la tierra, entender a fondo qué es lo que hace que desde dentro la creatura se rebele de modo definitivo contra Dios.
5.9. No significa esto que estos actos no se puedan dar, sino que como humanos sujetos al tiempo carecéis de la experiencia o la referencia personal de qué es en su esencia un acto de esta naturaleza. Por ello cuando el hombre se imagina el infierno no llega a la realidad misma del infierno sino a situarse imaginariamente en una situación de gran dolor, situación que desde luego le resulta insoportable y que por ello cree que debería ser resuelta por la omnipotencia divina. Algunos llegarán incluso a decir con altanería que si hay infierno es que Dios no es bueno o no es piadoso. Son blasfemias más o menos culpables, de acuerdo con el grado de ignorancia y soberbia de quien las diga.
5.10. Desde el Cielo en cambio vemos las cosas de otro modo. Nuestros ojos no cesan de admirarse ante el torrente del amor de Dios que se difunde por todo el universo, de modo tal que, si tuviera que darle una imagen a tu mente, te diría que este amor “persigue” a los condenados en el infierno mismo, y que les resulta de tal modo detestable que gastan sus exiguas fuerzas en tratar de retirarse de él. Nosotros vemos esa “retirada” de ellos (le hablo a tu imaginación); les vemos huir y siempre nos admira más la inundación del amor divino y la inmensidad de su sabiduría y su poder. Por eso la existencia del infierno no disminuye ni trastorna el gozo de nuestro ser, sino que es un motivo más de intensa alabanza y gratitud al Creador.
5.11. Tú, por tu parte, medita en estas realidades y vuélvete sin cesar hacia la Sangre de Cristo. Es Ella la imagen más preciosa que tenéis del diluvio de amores que brota de Dios.
5.12. Y deja que una vez más te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.