El Celular

En estos tiempos modernos donde las comunicaciones nos asombran cada día aparece el celular.

Muchos deseamos tener un celular y de hecho muchos lo tienen; algunos tienen cobertura limitada, tarjetas prepago, hay grandes, chicos, finos, de diferentes precios, unos más caros otros baratos… Todos lo deseamos para comunicarnos…

Pero hay un celular que todos tenemos… Es normal y sencillo, no tiene precio, no usa tarjeta prepago, tiene cobertura sin limite, se usa en cualquier lugar, todos tus mensajes, llegan bien y a tiempo… ES LA ORACION

Y tiene un número que es el “203”

“DONDE ESTAN DOS O TRES REUNIDOS EN MI NOMBRE
ALLI ESTARE YO. AMEN”

La Cruz en el pecho

Tengo la costumbre de andar con una pequeña cruz de madera en el pecho. Amo esta cruz porque Jesucristo salvó al mundo por este signo. Además, como hermano-religioso y ministro de la Iglesia Católica, quiero mostrar así mi entrega total a Jesús, mi Maestro.

Pero pasa, a veces, que cuando me ven los hermanos evangélicos con esta cruz en el pecho, comienzan a criticarme y me echan en cara que así estoy crucificando a Cristo; otros me dicen que soy idólatra, y que soy un condenado con el patíbulo pegado en el pecho; y por último no faltan los que hasta me quieren prohibir hacer la señal de la cruz o persignarme.

No entiendo por qué algunos se ponen tan fanáticos, o por qué se escandalizan frente a una cruz colgada en el pecho…

Bueno, no importa lo que piensan ellos de mí, pero sigo llevando esta cruz en el pecho porque es para mí un símbolo de la fe que llevo en mi corazón, esta fe en Cristo crucificado y resucitado.

Ahora les voy a hablar sobre la grandeza de la cruz de Cristo, y cómo el Señor invitó a sus verdaderos discípulos a cargar su cruz y seguir sus pasos. Ojalá que tengan la paciencia de consultar todos los pasajes bíblicos que les voy a citar. Creo sinceramente que nuestros hermanos evangélicos, al no leer toda la Biblia, sólo por ignorancia llegan a prohibir estas cosas.

La cruz de Jesucristo

Jesús murió crucificado, y su cruz, juntamente con su sufrimiento, su sangre y su muerte, fueron el instrumento de salvación para todos nosotros. La cruz no es una vergüenza, sino un símbolo de gloria, primero para Cristo, y luego para los cristianos.

1. El escándalo de la Cruz

“Nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos” (1Cor. 1, 23). Con estas palabras, el apóstol Pablo expresa el rechazo espontáneo de todo hombre frente a la cruz.

En verdad uno se pregunta: ¿Cómo podía venir la salvación al mundo por una crucifixión? ¿Cómo puede salvarnos aquel suplicio reservado a los esclavos? ¿Cómo podría venir la redención por un cadáver, por un condenado colgado en el patíbulo, por una muerte tan cruel como la de un malhechor?… (Deut. 21, 22; Gal. 3,1).

Cuando Jesús anunciaba su muerte trágica en la cruz a sus discípulos, ellos se horrorizaban y se escandalizaban. No podían tolerar el anuncio de su sufrimiento y de su muerte en la cruz (Mt. 16, 21; Mt. 17, 22).

Así, la víspera de su pasión, Jesús les dijo que todos se escandalizarían a causa de El. (Mt. 26, 31). Y en verdad, a raíz de una condena injusta, Jesús fue crucificado y murió en forma escandalosa.

2. El misterio de la Cruz

Jesús nunca dulcificó el escándalo de la cruz, pero sí nos mostró que su crucifixión ocultaba un profundo misterio de vida nueva. El camino de la salvación pasó por la obediencia de Jesús a la voluntad de su Padre: “Jesús fue obediente hasta la muerte y muerte de cruz” (Fil. 2, 8). Pero esta muerte fue “una muerte al pecado”. A través de la debilidad de Jesús crucificado se manifestó la fuerza de Dios (1Cor. 1, 25). Si Jesús fue colgado del árbol como un maldito, era para rescatarnos de la maldición del pecado (Gál. 3, 13). Su cadáver expuesto sobre la cruz permitió a Dios «condenar la ley del pecado en la carne. (Rom. 8, 3).

Además, “por la sangre de la cruz” Dios ha reconciliado a todos los hombres (Col. 1, 20), y ha suprimido las antiguas divisiones ente los pueblos causadas por el pecado (Ef. 2, 14-18). En efecto Cristo murió “por todos” (1Tes. 5, 10) cuando nosotros aún éramos pecadores (Rom. 5, 6), dándonos así la prueba suprema de amor. (Jn. 15, 13 y 1Jn. 4, 10). Muriendo “por nuestros pecados” (1 Cor. 15,3 y 1 Ped. 3,18), nos reconcilió con Dios por su muerte (Rom. 5, 10), de modo que podemos ya recibir la herencia prometida (Heb. 9, 15).

3. La cruz, elevación a la gloria

La cruz se ha convertido en un verdadero triunfo por la Resurrección de Cristo. Solamente después de Pentecostés, los discípulos, iluminados por el Espíritu Santo, quedaron maravillados por la gloria de Cristo resucitado y luego ellos proclamaron por todo el mundo el triunfo y gloria de la cruz.

La cruz de Cristo, su muerte y resurrección han destruido para siempre el pecado y la muerte. El apóstol Pablo nos canta en un himno triunfal:

La muerte ha sido destruida en esta victoria.
Muerte ¿dónde está ahora tu victoria?
¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?
El aguijón de la muerte es el pecado.
Pero, gracias sean dadas a Dios,
que nos da la Victoria por Cristo Jesús Nuestro Señor
(1 Cor. 15, 55-57)

Escribe también el apóstol San Juan:

“Así como Moisés levantó la serpiente de bronce en el desierto (signo de salvación en el Antiguo Testamento), así también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todo aquel que crea, tenga por El vida eterna” (Jn. 3, 14-32).

Y dijo Jesús: “Cuando Yo haya sido levantado de la tierra, atraeré a todos a mí” (Jn. 12, 32).

La suerte de Cristo crucificado y resucitado será, entonces, la suerte de los verdaderos discípulos del Maestro.

4. La cruz de Cristo y nosotros

En aquel tiempo Jesús dijo: “Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y sígame” (Mt. 16, 24). Eso quiere decir que el verdadero discípulo no sólo debe morir a sí mismo, sino que la cruz que lleva es signo de que muere al mundo y a todas sus vanidades (Mt. 10, 33-39). Además el discípulo debe aceptar la condición de perseguido, perdonando, incluso, al que quizá le quite la vida (Mt. 23, 34).

Así para el cristiano llevar su cruz y seguir a Jesús es signo de su gloria anticipada: “El que quiere servirme, que me siga, y donde Yo esté, allá estará el que me sirve. Si alguien me sirve, mi Padre le dará honor”(Jn. 12,26).

5. El cristiano lleva una vida de crucificado

La cruz de Cristo, según el apóstol Pablo, viene a ser el corazón del cristiano. Por su fe en el Crucificado, el cristiano ha sido crucificado con Cristo en el bautismo, y además ha muerto a la ley del Antiguo Testamento para vivir para Dios.

“Por mi parte, siguiendo la ley, llegué a ser muerto para la ley a fin de vivir para Dios. Estoy crucificado con Cristo, y ahora no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gál. 2,19-20).

Así el cristiano pone su confianza en la sola fuerza de Cristo, pues de lo contrario se mostraría “enemigo de la cruz”. “Porque muchos viven como enemigos de la cruz de Cristo” (Fil. 3, 18).

6. La Cruz, título de gloria del cristiano

En la vida cotidiana del cristiano,”el hombre viejo es crucificado”(Rom. 6, 6) hasta tal punto, que quede plenamente liberado del pecado. El cristiano diariamente asumirá la sabiduría de la cruz, se convertirá, a ejemplo de Jesús, en humilde y “obediente hasta la muerte y muerte de cruz”.

No debemos temer llevar una cruz en el pecho ni menos colocar un crucifijo en la cabecera de nuestra pieza. Sí debemos temer “la apostasía” o la traición a la verdadera religión que sería lo mismo que crucificar de nuevo al Hijo de Dios (Heb. 6, 6).

El verdadero cristiano con la cruz en la mano debe exclamar: “En cuanto a mí, quiera Dios que me gloríe sólo en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo”» (Gál. 6, 14).

Consideraciones finales

1. En la cruz de Cristo encontramos como un compendio de la verdadera fe cristiana y por eso el pueblo cristiano con profunda fe ha encontrado miles y miles de formas para expresar su amor a Cristo crucificado. Espontáneamente la religión del pueblo ha reproducido por doquier, en pinturas y esculturas, cruces de distintas formas. El creyente ha colocado cruces sobre los cerros, en el techo de sus casas, etc. el cristiano se persigna para proclamar su fe en la gloria de Cristo; el discípulo fiel se coloca la cruz en el pecho para anunciar la fe que lleva en el corazón…

2. Estas expresiones populares no son de ninguna manera idolatría como pretenden algunos hermanos evangélicos. Es realmente una auténtica expresión de fe y de amor a Cristo que murió por nosotros. ¡Qué hermoso cuando uno entra en una familia cristiana y ve cómo la cruz de Cristo tiene un lugar privilegiado en el hogar! ¡Qué profunda fe se expresa cuando un cristiano hace, con sentimientos de reverencia, la señal de la cruz! Es muy fácil y barato burlarse de estas expresiones populares de fe. Pero tales ironías son faltas graves al respeto y al amor al prójimo, tales burlas son simplemente signos de una atrevida ignorancia.

3. Y ¿qué decir de la cruz en el pecho? Si alguien sacerdote, religiosa o laico- lleva una cruz en el pecho con fe y amor, con sentimientos de reverencia, nadie tiene el derecho de reírse de esta persona. ¿Quién eres tú para juzgar y criticar los auténticos sentimientos religiosos del pueblo? Sólo Dios sabe escudriñar lo más íntimo de nuestros corazones.

4. Por último, una palabra acerca del crucifijo. Cuando sobre la cruz se coloca la imagen de Cristo, llamamos al conjunto “crucifijo”. No se adora el madero, sino que el cristiano ve a Cristo muerto en ella. Tener un crucifijo no es ninguna idolatría. Es un signo de amor a Cristo.

Nunca la Iglesia ha enseñado a adorar cruces, sino a adorar a Cristo que en ella murió. Sí, la Iglesia nos invita a venerar estos signos de fe. También nos enseña la Iglesia que nadie debe llevar una cruz en el pecho si no tiene al menos la intención sincera de seguir las huellas de Jesucristo. Menos debemos llevar una cruz como un simple amuleto o como un adorno para lucirse.

El amor al Señor que murió en la cruz hace que frecuentemente se hayan hecho crucifijos de materiales preciosos, pero en nuestros días la Iglesia vuelve a preferir un crucifijo simple y rústico, más realista y expresivo.

Queridos hermanos, éstas son las razones por las que nosotros los católicos veneramos y honramos la santa Cruz con sumo respeto. Y cuando nosotros llevamos una cruz en el pecho, siempre debemos acordarnos de las palabras del apóstol San Juan:

“En cuanto a mí, no quiere Dios que me gloríe sino en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo”. (Gál. 6, 14). “Que nadie, pues, me venga a molestar. Yo, por mi parte, llevo en mi cuerpo las señales de Jesús” (Gál. 6, 17).

La Adoración y la Contemplación

Para comprender y vivir la vocación contemplativa y evangelizadora de la Comunidad Siervos de Cristo Vivo, (y en todo grupo que desee evangelizar) es necesario comprender y vivir la vocación a la transformación en Cristo.

Sólo un corazón contemplativo puede ser un corazón transformado, y sólo un corazón contemplativo y transformado, puede ser un corazón que evangeliza y proclama, en la fuerza del Espíritu, la buena nueva de Cristo Vivo y Resucitado.

Transformación y evangelización sin contemplación son imposibles.

La contemplación es la fuente, el alimento, la garantía de la transformación que evangeliza.

“Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos, tocante al Verbo de Vida, es lo que anunciamos, a fin de que viváis en comunión con nosotros” (1 Juan 1, 1-4).

Por eso, si eres Siervo de Cristo Vivo, necesitas un corazón contemplativo, un corazón que escuche, un corazón que obedezca, un corazón que sea transformado. Necesitas ser un corazón que ora. y la oración está ya dentro de ti, porque el Espíritu Santo habita en ti. Descubre su presencia en tu interior. No apagues el Espíritu. No entristezcas el Espíritu. El viene en ayuda de tu debilidad e inspira la oración en ti.

Ante todo y sobre todo, la oración personal. Tú a solas con Jesús, cortando toda otra comunicación y dando generosamente el tiempo para el encuentro a solas con El. Sentarte a los pies de Jesús como María; caminar con Jesús, camino de Emaús, y dejar que El te explique las Escrituras, y quedarte con El, y reconocerle en la Fracción del Pan; dar tiempo para ir tras Jesús, como Juan y Andrés, ver donde vive Jesús, y quedarte con El desde aquel día, y anunciar luego, lleno de gozo, a todo el mundo: “¡hemos encontrado al Mesías, a Aquel de quien hablaron los profetas en los Salmos y en todas las Escrituras!”

Pero además de la oración personal, la oración comunitaria en sus diversas formas. La vocación a la fe y, por tanto,a la oración, es profundamente personal pero es también profundamente comunitaria. El Señor te llama a ti, por tu nombre, a existir y a existir como hijo de Dios, y sólo tú puedes darle esa respuesta, pero te llama en familia, en comunidad de fe. La fe la vivimos personalmente pero en la comunidad, que es la Iglesia.

Y en la oración comunitaria, tiene el primer lugar la oración litúrgica, que culmina con la celebración de la Eucaristía, fuente y cumbre de toda la vida cristiana y a la cual están ordenados todos los demás sacramentos. Imposible ser un Siervo de Cristo Vivo sin la participación asidua en la Santa Eucaristía. De Ella proviene todo el bien espiritual de la Iglesia, y no hay comunidad posible sin su celebración. Luego, la oración de las Horas, con el rezo diario al menos de los laudes por la mañana, o de vísperas al atardecer.

La Comunidad Siervos de Cristo Vivo no puede “permanecer fiel al misterio de su nacimiento” si no permanece fiel – viviendo por la oración su vocación contemplativa – a los sentimientos del Corazón de Cristo en los que tiene su origen, su fuerza y su vida. Solamente puede proclamar el Evangelio “en el Cenáculo y desde el Cenáculo”, es decir, en la fuerza del Espíritu, si permanece fiel a su vocación primera, la oración y la contemplación. Sólo un corazón contemplativo y transformado puede ser un corazón evangelizador.

5. No Puedes Negar La Realidad Del Infierno

5.1. El pensamiento es la mayor de tus fuerzas. Una palabra es suficiente para cambiar una vida. Todo cuanto existe fue primero y radicalmente es siempre pensamiento divino, porque en ese pensamiento de Dios está la verdad del universo.

5.2. Una vida, entonces, puede ser más o menos verdadera, según que se acerque o se aparte del pensamiento de Dios. Las creaturas racionales como vosotros o nosotros nos acercamos a Dios o nos apartamos de Él de acuerdo con los actos de libre voluntad. La obediencia es la libre aceptación del pensamiento divino, y por ello es la fuente de la verdad y del verdadero ser. Sin ella, la creatura entra en contradicción consigo misma, porque no puede quitarse el ser que no se ha dado pero tampoco alcanza el verdadero ser que quiso para ella Aquel que hizo que existiera.

5.3. Cuando esta contradicción es o se hace definitiva, es decir, en el caso en que la creatura no está sujeta al tiempo, puedes hablar de “infierno”. No puedes negar la realidad del infierno sin negar la realidad de la libre voluntad. Y no puedes negar la libre voluntad sin negar la posibilidad de un conocimiento real de sí mismo, porque las creaturas racionales estamos facultadas para conocer como exteriores y distintos de nosotros los que son nuestros bienes y nuestros males. No es posible conocerse y conocer lo que es realmente bueno para uno y no desearlo, porque la fuerza con que el Creador nos hizo ser hace que deseemos ser en plenitud. Esto vale para los Ángeles y los hombres.
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