4. La Mirada y La Palabra

4.1. Invoqué el Nombre del Señor y puse mi esperanza en Él; y luego escuché.

4.2. ¡Dios nos une! Esta es una sublime verdad que deseo se convierta en tu alegría. Más unidos estamos cuando miramos hacia Él que si pretendiéramos mirar el uno hacia el otro. Por eso hoy te propongo un camino fácil para evitar multitud de pecados: mira primero a Dios y sólo después a tu prójimo.

4.3. Aquí sucede lo mismo que con los mandamientos que Cristo enseñó como fundamento de toda la Ley y los Profetas: primero, amar a Dios sobre todas las cosas, y segundo amar al prójimo como a sí mismo (Mt 22,36-40). Cristo dijo que este segundo mandamiento era “semejante” al primero, pero también lo llamó “segundo”, porque si no está apoyado en el primero, es imposible de cumplir. Pues bien, ya que la mirada sigue al afecto y el afecto a la mirada, lo que Cristo dijo del amor has de aplicarlo a tu modo de ver, y por eso has de mirar primero a Dios y sólo después a las creaturas de Dios.

4.4. En realidad lo perfecto es nunca dejar de amar a Dios, y por eso nunca dejar de mirarlo. Por eso cuando te digo que primero mires a Dios y luego a la creatura, no te estoy invitando a que primero lo mires y luego dejes de mirarlo, sino a que cimientes tu mirada a la creatura en tu mirada al Creador.

4.5. Observa bien y date cuenta de cómo la estrategia de tu Enemigo es siempre la de separar esas dos miradas. En la Sagrada Escritura lees que la mujer “vio que el árbol era bueno para comer, hermoso a la vista y deseable para adquirir sabiduría” (Gén 3,6). Te digo que, aunque no hubiera comido del fruto con su boca, el pecado ya estaba consumado en ese momento, porque había visto sin ver en Dios.

4.6. La verdad es ésta, que la mirada nunca está sola; siempre va acompañada de una palabra. En la Escritura lees que fue Dios quien le “presentó” todas las creaturas al hombre (Gén 2,19), y el hombre dio nombre a las creaturas que podía ver porque Dios se las había “presentado”. En ese momento no pecó Adán; ni tampoco pecó cuando se estremeció de gozo al descubrir a la mujer (Gén 2,23) que Dios le “presentó”. Date cuenta de cómo aquello que Dios “presenta” nunca es causa de pecado, porque va acompañado de su palabra.

4.7. Tú preguntarás que cuáles palabras acompañaban a estos gestos que la Escritura describe diciendo que Dios “presentó” a las creaturas visibles y a la mujer ante el hombre. Te respondo diciendo que ninguna contemplación de la creatura es puro mirar. Tú sabes que cada cosa existe porque “Dios lo dijo, y existió…” (Gén 1,3.6.9.11.14), de donde puedes entender que esa palabra primordial y creadora de Dios está en el fondo de cada ser que existe. Cuando miráis las cosas que existen, vuestra alma recibe el impacto de la palabra con que fueron creadas. Y así entiendes que todo “mirar” conlleva un “escuchar”.

4.8. Es ésta la razón por la que el diablo “habló” a la mujer (Gén 3,1), porque quería, y quiere, suplantar con su palabra de mentira y de muerte a la palabra verdadera, vivificadora, creadora y santa de Dios. Por esto lo primero que hizo al hablarle a la mujer fue calumniar a Dios, porque dijo que Dios había dicho algo que no había dicho. Primero insultó a la Palabra para luego lanzarse a vestir con su propia palabra mentirosa las creaturas que él no había hecho. No cae en este engaño el que tiene su mirada fija en Dios y su oído abierto para Dios.

4.9. La artimaña diabólica está denunciada en la Sagrada Escritura. Con aquella expresión, propia de la rebeldía infernal, “seréis como Dios…” (Gén 3,5), consiguió lo que quería, aunque sólo en parte. En efecto, la mujer dio fe a las palabras del Ángel caído y retiró su mirada y su afecto de Dios, en donde los había tenido.

4.10. No quiero que ignores una enseñanza muy útil que está en el texto que vengo comentándote. Observa cómo aquello que Dios presentó al hombre fue la creación visible. En aquel primer momento no sabía él, ni supo luego su mujer, de la creación invisible, esto es, de nosotros los Ángeles. En parte esto explica lo sucedido a la mujer. No pienses que las palabras del diablo eran voces o expresiones de un animal como es la serpiente. Sus palabras iban precedidas por un hondo conocimiento del ser humano e iban acompañadas de una suavidad persuasiva y lógica que os resulta difícil de percibir en un principio.

4.11. Por decírtelo de otro modo: eran palabras de un Ángel, y tú vas conociendo por experiencia cuánta fuerza y coherencia tienen nuestras palabras. En efecto, nuestro entendimiento es intuitivo, y por eso, cuando se expresa o revela, llega a vuestra inteligencia, que es discursiva, con el poder que sólo tiene una conclusión irrebatible e incontestable.

4.12. Este advenimiento de la palabra angélica a la mente humana tiene por ello la forma de un “poseer”, porque, así como un matemático queda colmado de certeza cuando concluye una demostración rigurosa, y en este sentido no puede desprenderse de la sensación de haber sido alcanzado por la verdad, así nuestras palabras angélicas, cuando rozan el entendimiento, atraen toda su capacidad produciendo un modo de certeza que no deja al alma pensar en otra cosa. Por esto te digo que son vigorosas nuestras palabras y que pueden provocar una especie de “posesión” del alma humana, sujeta como está al tiempo y al discurso.

4.13. Así puedes entender mejor lo sucedido en aquel pecado primero, que además es como un modelo de todos los pecados humanos. El diablo habló con la fuerza inmensa de su palabra angélica a una creatura que no tenía claridad sobre la existencia del mundo de los Ángeles; esta palabra en cierto sentido se adueñó del entendimiento de la mujer y del hombre, y les condujo a desobediencia.

4.14. Tal vez te preguntes por qué Dios permitió que en aquel momento de la obra de la creación, y en medio de tantas cosas bellas como tenía ese jardín, según os lo describe la Escritura, estuviera el demonio. A esto te respondo que entre todas aquellas cosas bellas faltaba una más hermosa que todas: el acto libre de obediencia a Dios. El diablo no había entrado a ese jardín de delicias por su propia y sola decisión: Dios había querido que allí estuviera, para que fuera instrumento que llevara hacia el más hermoso fruto de aquel jardín, esto es, para que a través de la tentación, que Dios sabía que se iba a presentar, el hombre prefiriera a Dios y así aquel jardín quedara completo, ya no sólo con las cosas visibles y agradables a los sentidos, sino también con el acto invisible y maravilloso de la creatura racional visible. Este acto, invisible en sí mismo, hubiera sido la puerta para que aquel ser humano, recién creado, conociera por la puerta de la obediencia en dónde está el verdadero jardín, que no es el que se ve con los ojos del cuerpo, sino el que se descubre cuando el entendimiento está sujeto al querer divino.

4.15. Así entiendes mejor por qué Dios no nos presentó a los Ángeles cuando presentó la creación visible ante el hombre. Nosotros somos el Jardín donde Dios no “se pasea” (Gén 3,8) sino que vive y mora. Aquel paraíso visible poco era y poco es en comparación con el Jardín que es la Asamblea de los Ángeles de Dios. Y Dios deseaba que vosotros llegarais a este nuestro Jardín Angélico, que es su Paraíso, pero quería que vuestro paso estuviese marcado por aquello mismo que a nosotros nos abrió las puertas de este Jardín Celeste, es decir, por la obediencia. Y obediencia fue lo que faltó a aquella mujer. Si ella y su esposo hubiesen obedecido, el mundo del entendimiento se hubiese abierto ante sus mentes y te digo que en ese instante Dios les hubiera dejado ver, es decir, les hubiera presentado la creación invisible, que somos nosotros sus Ángeles.

4.16. Pero la desobediencia deshizo ese plan original y bellísimo de Dios, y entonces Él en su sabiduría quiso para vosotros un nuevo plan, aún más bello y más sabio que el primero.

4.17. Por eso interesa tanto la obediencia, sin la cual no hay vida espiritual alguna. Aquella mujer ha debido defenderse de aquella voz seductora y hubiera podido hacerlo, si tan sólo hubiera creído más en el amor de Dios; con esto sólo hubiera pensado que esa serpiente parlante no se la había presentado Dios, y entonces hubiera llamado a Dios y Dios la hubiera auxiliado. Pero se fió de sí y prefirió hablar por su cuenta. ¡Triste caso! Pero no tan triste que no pudiese ser remediado por la misericordia y la sabiduría inagotables de nuestro Dios.

4.18. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.

4.19. “¡Gracias, Dios mío!”, ha exclamado mi alma.