2.1. Desde luego, no me he sentido digno de imaginar siquiera una amistad tan estrecha con un ser tan santo como es un Ángel. He dudado, y en medio de mis dudas me ha sorprendido la voz discreta, firme y fluida de él.
2.2. No imagines que mi presencia en tu vida es respuesta a tus méritos. Más bien puedes decir que soy una señal de cuánto conoce Dios tus necesidades. Pero no estoy así cerca de ti en razón de ti. Tu vocación hace que Dios te haya injertado profundamente en el Corazón de su Divino Hijo. Así como los ojos de Cristo son la mirada de Dios para el mundo y luceros de bendición sobre todo cuanto contemplan, así tus ojos, unidos por la gracia indestructible del sacramento del Orden a los ojos de Cristo, quieren ser transformados con la fuerza de la bendición que brota de Dios Padre. Te amo, pues, no sólo pensando en ti y en tu salvación eterna, que ya es motivo más que suficiente, sino pensando en las gracias y dones que a través de tu humanidad ungida Dios otorgará al mundo por los méritos de su Único y Divino Hijo.
2.3. Soy, pues, una expresión de la gracia de Dios por los méritos infinitos de Cristo Crucificado. Y así debes recibirme: como un regalo que no se te debía.
2.4. Mi voz es un llamado que te atrae hacia el centro de tu ser: allí donde la imaginación falla, donde los sentidos no pueden tomar la palabra, donde el amor alcanza sus expresiones más íntimas y roza la eternidad. Precisamente en el horizonte que te une con la eternidad palpitan estas palabras, que se desgranan luego hacia tu entendimiento y tu voluntad.
2.5. Todo lo que Dios te ha dado y todo lo que te dará, todo es por amor a ti. Y después de la Cruz de Cristo te puedo decir que nada te da mi Dios sin primero mirar a su Hijo. ¡Si pudieras verlo! Para que tengas una imagen, deja que te lo describa así: el Padre Celestial antes de mirarte, antes de escucharte, antes de reprenderte o de consolarte, primero mira con amor inenarrable a la Sangre de su propio Hijo. Él primero escucha el clamor de esa Sangre y luego sí vuelve sus ojos de Padre hacia ti. Por eso te ve siempre revestido de esa Sangre, y por eso te digo que, en cierto sentido, todo cuanto te da tu Padre y mi Padre del Cielo, todo es en razón de la Cruz de Cristo.
2.6. Mas tú ya sabes que de la Cruz sólo brota gracia, y por eso te manifiesto que todo el trato de Dios contigo es trato de amigo. Si hubiera números en la eternidad, te digo que ninguno de ellos podría describir el tamaño de la misericordia con la que Dios os contempla en razón de la Sangre de su Divino Hijo, Nuestro Señor Jesucristo.
2.7. Podrás entender entonces que mi presencia en tu vida, que es una expresión más de la gracia, se la debes también a la Sangre del Altísimo y Hermosísimo Señor Jesucristo. Nada envía Dios a tu vida sin acompañarlo de su gracia. Es ella la que hace que tus bienes sean bienes y que tus males sean para tu bien. Es ella la que custodia la acogida, el uso, el contenido, la intención y la finalidad de todo lo que te rodea. ¡Nunca un pez estuvo rodeado de tanta agua como tú estás rodeado de la gracia sobreabundante que Dios te da en razón de la plegaria de Cristo! Esto debes saberlo, debes meditarlo, debes agradecerlo y debes anunciarlo. Desde luego, no es necesario que digas que yo te lo dije; aún más: en multitud de ocasiones será preferible que no me menciones, pero lo que yo te digo, y la manera como quiero imprimirlo en tu alma sí debes conservarlo, y procurar ser tú un Ángel para tus hermanos los hombres.
2.8. Todas son gracias y gracias, pero no has de pensar que por llamarse todas así son todas iguales. Hay tal diversidad en los modos de la gracia, que son como modos del Amor Divino, que puedes creerme si te digo que la multitud de los Ejércitos Celestiales es como un puñado de arena frente a las playas de semejante Amor.
2.9. Dios me ha otorgado una gracia particular contigo, y hoy es bueno que la sepas. Dios me ha concedido ser tu guía y tutor hacia el centro de tu alma, donde se halla la Alcoba del Rey. Yo no voy a forzarte, pero, si tú me recibes como tutor y guía, pronto descubrirás que el universo que tienes dentro de ti por la gracia supera en todo sentido a cuanto pueden ver tus ojos y a cuanto puedes entender o deducir del mundo que se abre afuera de ti.
2.10. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.
2.11. Ahora vete a hacer tus oraciones.
2.12. Después de la oración escuché estas palabras:
2.13. El mundo exige pruebas y evidencias; pide claridad y sin embargo confunde. Si les dijeras que te habla un Ángel, tal vez te pedirían mil demostraciones incontestables. Algo de bueno hay en ese espíritu de implacable crítica. Así como es mala y mortífera la incredulidad, y sus hijos que son el ateísmo, el escepticismo y el agnosticismo, así también es dañina la credulidad y sus hijos que son la ingenuidad, la curiosidad y el sincretismo. Tú ya sabes que es distinto ser creyente y ser crédulo, y por eso te digo que no es malo buscar la verdad en lo que no es claro ante los ojos, siempre que el alma no pretenda convertirse en instancia última de juicio. ¡Ningún entendimiento creado puede hallar las razones últimas del amor providente de Dios Padre!
2.14. Por eso entiendo que tu mente lógica pretenda alguna evidencia de esta presencia para ti tan nueva de la Providencia Divina. Y así como hizo Gabriel, cuando anunció la Encarnación Bendita del Verbo en las entrañas de María, así también solemos hacer los Ángeles, otorgando, según la disposición divina, discretas pero suficientes señales que, sin obligar a creer, sí permiten creer.
2.15. Dos señales voy a darte, y te las digo antes de que sucedan; una es exterior y otra interior. La señal exterior has de buscarla por el camino de la obediencia. No enseñes este escrito a nadie antes de presentarlo a tu Ordinario, tu Prior Provincial. Pídele que lo lea y, según su prudencia, lo haga leer de quienes él estime conveniente. Hazle caso en lo que te diga.
2.16. La señal interior la descubrirás, o si digo mejor, la estás descubriendo a medida que mis palabras descienden y empapan tu alma. Notarás que mi voz está acompañada de la gracia divina porque cosas que antes no podías ahora sí las vas a poder. No sólo victoria sobre antiguos o repetidos o desconocidos pecados y tentaciones, sino ardor nuevo en la oración y eficacia nueva en el ministerio de la predicación que tanto amas. Tus ojos verán la obra de una gracia nueva y tu alma será suavemente persuadida de que tales frutos de salud sólo pueden tener su fuente en el Dador de todo bien, nuestro adorable Dios.
2.17. Te has extrañado porque ya por dos veces te he enviado a orar después de hablarte, y te has preguntado si no estábamos ya orando. Amado, mientras te hablo mi mirada no se aparta ni puede apartarse de Dios. Tú no eres una distracción para mí porque está ante mis ojos la Luz Plena. En cambio, la belleza, santidad y gloria con que Dios nos ha vestido a los Ángeles, ello sí puede ser una distracción para tu corazón enfermo y vacilante. Por eso una y otra vez debo enviarte a orar porque no quiero apartarte sino unirte al Amor mío, a mi Dios y Señor.
2.18. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.