Las dificultades del invierno son básicamente tres: que hay poca luz solar, que muchos días son encapotados, y que el frío tiende a encerrarlo a uno mismo y a los demás en las respectivas “guaridas,” aumentando la sensación de aislamiento.
No siempre es tan grave ni todos los días son dramáticos. Los especialistas de salud consideran incluso normal que uno tenga días “down” que en inglés se suelen llamar “winter blues” (qué tiene que ver eso con el color azul, no tengo ni idea). El metabolismo se hace más lento, la falta de vitamina D (que se procesa mejor cuando el sol da en la piel) lo hace a uno más sensible o melancólico, y la soledad puede llevarlo a uno a ensimismarse en recuerdos nostálgicos, deseos imposibles o simplemente pensamientos sombríos.
Ahora bien, esa clase de situaciones las viven las personas en muchas circunstancias. Irlanda no es el invierno más crudo del mundo, ni muchísimo menos. Poco a poco un va a aprendiendo a usar e tiempo de otro modo, o a aprovechar la soledad y la tendencia reflexiva de un modo más creativo. ¿No pasa acaso que uno vive quejándose de que no tiene tiempo para hacer ciertas cosas? Es como si Dios dijera: “Pues ahora tienes TODO el tiempo que quieras…” Además, aquí, lo mismo que en todas partes, uno va saliendo fortalecido de las dificultades cuando son superadas. El carácter se templa un poco, las resoluciones se afianzan, uno mismo se vuelve más capaz de entender las dificultades de otros.
Hay un punto en que sentir que uno le va “ganando” al invierno produce una alegría muy peculiar. Usualmente hacia el final de Enero o comienzos de Febrero uno empieza a sentir que “sobrevivió” y el hecho de que ya sea evidente que los días tienen más luz reconstituye mucho, incluso si el frío azota de cuándo en cuándo.
Aunque, por supuesto, la verdadera luz tiene que nacer adentro, y quizá sea esa la lección más importante de los meses fríos y de penumbra.