3. El Derecho de Arbitramento del Estado sobre la religión
La necesidad de arbitraje entre las religiones no surgió de la nada sino de la Reforma Protestante. Luchas religiosas ha habido probablemente en todas las épocas; lo que no se había dado es que surgiera un árbitro aceptado por las partes en contienda. Usualmente, la persona de fe considera que su punto de vista no puede ser adecuadamente juzgado si no es comprendido “desde dentro.” Una actitud así hoy sería calificada de “fundamentalismo.” Para nosotros es natural hoy pensar que hay derechos y deberes que no dependen de las ideas filosóficas o religiosas de la gente. Pero, ¿cómo llegó a parecer natural que las cosas debían ser de ese modo?
La única explicación que encuentro es que en la Europa de los siglos XVII y XVIII, la Europa en guerra de religión, había el precedente del cristianismo como lingua franca. Al pensar en qué es lo “natural” aquellas gentes estaban en realidad expresando lo que estaba asimilado en su subconsciente gracias a siglos de predicación cristiana.
Uno puede sistematizar, por lo menos parcialmente, los contenidos de eso que se considera como natural y que todavía parece obvio. Se refiere al valor del individuo, de su voluntad y de su capacidad de entender;y se refiere al lenguaje como instrumento de comunicación real entre los individuos y como medio de describir y explicar el mundo.
Estos principios derivan directamente de la fe judeocristiana. El pueblo que sabe que Dios es Creador termina viendo a la Naturaleza como algo que está a su servicio. El pueblo que se sabe elegido por ese Dios sabe que nadie puede ni debe ser dueño de la vida de otra persona.
Insisto: esto suena demasiado obvio a nosotros, pero es obvio porque simplemente expresa los contenidos de una preedicación que hemos oído por diversos canales, hasta sentir que es nuestra atmósfera normal de pensamiento. Esto es tan cierto, que uno tiene que hacer un esfuerzo mental o asomarse a culturas radicalmente distintas para caer en al cuenta de que lo obvio no es obvio siempre.
Una vez que la predicación cristiana creó, o en todo caso ayudó sustancialmente a crear, el ámbito de lo obvio pudo darse el caso de gobiernos que se declararon neutros. Su neutralidad consistía sencillamente en tomar, del conjunto de las enseñanzas cristianas, aquellas que no estaban en disputa inmediata; o sea, cosas como las mencionadas antes sobre el individuo, la naturaleza y la sociedad. Los gobernantes de ese tiempo vieron que afirmar esos valores básicos, es decir, cosas como el respeto o la primacía del estado de derecho, en cierto modo “tenían” que ser aceptadas tanto por católicos como por protestantes. Con un ingrediente adicional: el que se nombra juez siempre tiene más poder que las partes. Los últimos 250 años de Occidente no han sido sino la historia de cómo los gobiernos “neutros” han sabido sacar buen provecho de ese inesperado poder.