Yo creo. ¿Y tu?

Un hombre fue a una barbería a cortarse el cabello y la barba, como de costumbre. En esto entabló una amena conversación con la persona que le atendía. Hablaban de tantas cosas y tocaron muchos temas. De pronto, tocaron el tema de Dios.

El barbero dijo: -Fíjese caballero que yo no creo que Dios exista, como usted dice.

-Pero, ¿por qué dice usted eso? pregunta el cliente.

-Pues es muy fácil, basta con salir a la calle para darse cuenta de que Dios no existe. O…dígame, acaso si Dios existiera, ¿habría tantos enfermos? ¿Habría niños abandonados? Si Dios existiera, no habría sufrimiento ni tanto dolor para la humanidad. Yo no puedo pensar que exista un Dios que permita todas estas cosas.

El cliente se quedó pensando un momento, pero no quiso responder para evitar una discusión.

El barbero terminó su trabajo y el cliente salió del negocio. Recién abandonaba la barbería, vio en la calle a un hombre con la barba y el cabello largo; al parecer hacía mucho tiempo que no se lo cortaba y se veía muy desarreglado.

Entonces entró de nuevo a la barbería y le dijo al barbero: – ¿Sabe una cosa? Los barberos no existen.

-¿Cómo que no existen? -pregunta el barbero-. Si aquí estoy yo y soy barbero.

– ¡No! -dijo el cliente-, no existen, porque si existieran, no habría personas con el pelo y la barba tan larga como la de ese hombre que va por la calle.

– Ah, los barberos si existen, lo que pasa es que esas personas no vienen hacia mi.

– ¡Exacto! -dijo el cliente-. Ese es el punto. Dios si existe, lo que pasa es que las personas no van hacia EL y no le buscan, por eso hay tanto dolor y miseria!

Ya Había Cumplido su Sentencia

Miles de millones de personas se hallaban reunidas en una explanada ante el trono de Dios. Algunos grupos que se encontraban en la parte del frente conversaban acaloradamente. No con vergüenza, sino con actitud beligerante.

—¿Cómo puede Dios juzgarnos? —dijo uno.

—¿Qué sabe Él del sufrimiento? —espetó una mujer de pelo castaño mientras se levantaba bruscamente la manga para revelar un número tatuado en un campo de concentración nazi—. ¡Nosotros sufrimos horrores, golpizas, torturas, muerte!

En otro grupo, un negro se bajó el cuello de la camisa.

—¿Y qué les parece esto? —inquirió con aire exigente mientras mostraba la horrorosa quemadura producida por una cuerda—. ¡Me lincharon por el crimen de haber nacido negro! Nos sofocamos en barcos de esclavos, nos arrancaron de los brazos de nuestros seres queridos y nos obligaron a trabajar hasta que la muerte nos libró.

A lo ancho de la planicie se divisaban cientos de grupos similares. Cada uno de ellos tenía una queja que presentar a Dios por la maldad y el sufrimiento que había permitido en el mundo. ¡Qué suerte tenía Dios de vivir en el Cielo, donde no existían el llanto, el temor, el hambre ni la muerte!

En efecto, ¿qué sabía Dios de lo que el hombre había tenido que soportar en el mundo?

—Al fin y al cabo, Dios vive entre algodones —exclamaron.

Cada grupo decidió enviar entonces un representante, para lo cual eligió a la persona de su género que más había sufrido. Fueron seleccionados un judío, un negro, un intocable de la India, un hijo ilegítimo, una víctima de Hiroshima, otra de un gulag siberiano, y así sucesivamente.

En el centro de la llanura celebraron una reunión de consulta. Al fin estuvieron preparados para presentar su causa. Era bastante sencilla: Antes que Dios estuviera en condiciones de juzgarlos, debía sufrir lo que ellos habían sufrido. Su decisión fue que Dios debía ser “sentenciado a vivir en la Tierra como hombre”. Pero dado que era Dios, fijaron ciertas condiciones. Con ello se evitaría que empleara Sus poderes divinos para sortear dificultades. Estas fueron sus exigencias:

Que fuera judío.

Que se pusiera en duda la legitimidad de Su nacimiento, a fin de que nadie supiera quién era Su Padre.

Que defendiera una causa tan justa pero tan radical que le valiera el odio, la condenación y el acoso de las confesiones religiosas tradicionales.

Que tuviera que describir lo que ningún hombre ha visto, sentido, degustado, oído u olido. Que tuviera que comunicar a los hombres cómo es Dios.

Que fuese traicionado por sus amigos más queridos.

Que fuese procesado por cargos falseados, juzgado por un jurado tendencioso y sentenciado por un juez cobarde.

Que tuviese que experimentar lo que es la soledad más terrible y el abandono total por parte de toda criatura viviente.

Que fuese torturado y muerto de la forma más humillante posible, entre delincuentes comunes.

Cada vez que uno de los representantes pronunciaba su parte de la sentencia, surgían de la multitud murmullos de aprobación.

Mas cuando el último terminó de emitir su fallo, se produjo un largo silencio. Nadie volvió a pronunciar palabra. Todos se quedaron inmóviles. Comprendieron que Dios ya había cumplido Su sentencia.

La Voz de Dios en la Oscuridad

El discípulo inquirió a su sabio maestro:

– ¿Por qué muchas veces Dios parece injusto con unos y generoso con otros?

El maestro le contó la siguiente historia:

– Vamos hasta la montaña en la que mora Dios –comentó un caballero a su amigo–. Quiero demostrar que Él sólo sabe exigir, y que no hace nada por aliviar nuestras cargas.

– Voy para demostrar mi fe –dijo el otro.

Llegaron por la noche a lo alto del monte y escucharon una voz en la oscuridad.

– ¡Cargad vuestros caballos con las piedras del suelo!

– ¿Ves? –dijo el primer caballero–. Después de subir tanto y estar muy cansados, aún nos hace cargar con más peso. ¡Jamás obedeceré!

En cambio, el segundo caballero hizo lo que le voz decía.

Cuando acabaron de bajar el monte, llegó la aurora y el alba trajo los primeros rayos de sol que iluminaron las piedras que el caballero piadoso había recogido. Eran diamantes puros, de kilates incalculables.

Dice el maestro:

Las decisiones de Dios son misteriosas, pero aunque no lo comprendamos ahora, siempre resultan a nuestro favor.

Mi querido amigo, cuando se te presenten por la vida muchas adversidades, y sientas que Dios te carga aún más en vez de aliviarte, no debes desesperar, ni quejarte por los golpes que recibes. Aun cuando no llegues a entenderlos, no pierdas la esperanza, pues la decisiones de Dios siempre juegan a favor de sus hijos que le aman.

Ya el Apóstol San Pablo nos lo decía:

“Fiel es Dios que nunca nos va a dejar ser probados más allá que nuestras propias fuerzas. Sino que junto con la prueba, nos dará la fortaleza para poder resistir”

Virtudes Choique

Había una vez una escuela en medio de las montañas. Los chicos que iban a aquel lugar a estudiar, llegaban a caballo, en burro, en mula y en patas. Como suele suceder en estas escuelitas perdidas, el lugar tenía una sola maestra­ una solita, que amasaba el pan, trabajaba una quintita, hacía sonar la campana y también hacía la limpieza.

Me olvidaba: la maestra de aquella escuela se llamaba Virtudes Choique. Era una morocha más linda que el 25 de Mayo. Y me olvidaba de otra cosa: Virtudes Choique ordeñaba cuatro cabras, y encima era una maestra llena de inventos, cuentos y expediciones. (Como ven, hay maestras y maestras). Esta del cuento, vivía en la escuela. Al final de la hilera de bancos, tenía un catre y una cocinita. Allí vivía, cantaba con la guitarra, y allí sabía golpear la caja y el bombo.

Y ahora viene la parte de los chicos. Los chicos no se perdían un solo día de clase. Principalmente, porque la señorita Virtudes tenía tiempo para ellos. Además, sabía hacer mimos, y de vez en cuando jugaba al fútbol con ellos. En último lugar estaba el mate cocido de leche de cabra, que Virtudes servía cada mañana. La cuestión es que un día Apolinario Sosa volvió al rancho y dijo a sus padres:

¡Miren, miren … ! ¡Miren lo que me ha puesto la maestra en el cuaderno! El padre y la madre miraron, y vieron una letras coloradas. Como no sabían leer, pidieron al hijo que les dijera; entonces Apolinario leyó:

“Señores padres: les informo que su hijo Apolinario es el mejor alumno”. Los padres de Apolinario abrazaron al hijo, porque si la maestra había escrito aquello, ellos se sentían bendecidos por Dios.

Sin embargo, al día siguiente, otra chica llevó a su casa algo parecido. Esta chica se llamaba Juanita Chuspas, y voló con su mula al rancho para mostrar lo que había escrito la maestra:

“Señores padres: les informo que su hija Juanita es la mejor alumna”.

Y acá no iba a terminar la cosa. Al otro día Melchorcito Guare llegó a su rancho chillando como loco de alegría: ¡Mire mamita,… ! ¡Mire, Tata… ! La maestra me ha puesto una felicitación de color colorado, acá.

Vean: “Señores padres: les informo que su hijo Melchor es el mejor alumno”.

Así a los cincuenta y seis alumnos de la escuela llevaron a sus ranchos una nota que aseguraba: “Su hijo es el mejor alumno”.

Y así hubiera quedado todo, si el hijo del boticario no hubiera llevado su felicitación. Porque, les cuento: el boticario, don Pantaleón Minoguye, apenas se enteró de que su hijo era el mejor alumno, dijo: Vamos a hacer una fiesta. ¡Mi hijo es el mejor de toda la región! Sí. Hay que hacer un asado con baile. El hijo de Pantaleón Minoguye ha honrado a su padre, y por eso lo voy a celebrar como Dios manda.

El boticario escribió una carta a la señorita Virtudes. La carta decía:

“Mi estimadísima, distinguidísima y hermosísima maestra: El sábado que viene voy a dar un asado en honor de mi hijo. Usted es la primera invitada. Le pido que avise a los demás alumnos, para que vengan al asado con sus padres. Muchas gracias. Beso sus pies, Pantaleón Minoguye; boticario”.

Imagínese el revuelo que se armó. Ese día cada chico voló a su casa para avisar del convite. Y como sucede siempre entre la gente sencilla, nadie faltó a la fiesta. Bien sabe el pobre cuánto valor tiene reunirse, festejar, reírse un rato, cantar, saludarse, brindar y comer un asadito de cordero.

Por eso, ese sábado todo el mundo bajó hasta la casa del boticario, que estaba de lo más adornada. Ya estaba el asador, la pava con el mate, varias fuentes con pastelitos, y tres mesas puestas una al lado de la otra. En seguida se armó la fiesta.

Mientras la señorita Virtudes Choique cantaba una baguala, el mate iba de mano en mano, y la carne del cordero se iba dorando. Por fin, don Pantaleón, el boticario, dio unas palmadas y pidió silencio. Todos prestaron atención. Seguramente iba a comunicar una noticia importante, ya que el convite era un festejo.

Don Pantaleón tomó un banquito, lo puso en medio del patio y se subió. Después hizo ejem, ejem, y sacando un papelito leyó el siguiente discurso:

Señoras, señores, vecinos, niños. ¡Queridos convidados! Los he reunido a comer el asado aquí presente, para festejar una noticia que me llena de orgullo. Mi hijo mi muchachito, acaba de ser nombrado por la maestra, doña Virtudes Choique, el mejor alumno. Así es. Nada más, ni nada menos…

El hijo del boticario se acercó al padre, y le dio un vaso con vino. Entonces el boticario levantó el vaso, y continuó:

Por eso, señoras y señores, los invito a levantar el vaso y brindar por este hijo que ha honrado a su padre, a su apellido, y a su país. He dicho.

Contra lo esperado, nadie levantó el vaso. Nadie aplaudió. Nadie dijo ni mu. Al revés. Padres y madres empezaron a mirarse unos a otros, bastante serios. El primero en protestar fue el papá de Apolinario Sosa: Yo no brindo nada. Acá el único mejor es mi chico, el Apolinario.

Ahí no más se adelantó colorado de rabia el padre de Juanita Chuspas, para retrucar: ¡Qué están diciendo, pues! Acá la única mejorcita de todos es la Juana, mi muchachita.

Pero ya empezaban los gritos de los demás, porque cada cual desmentía al otro diciendo que no, que el mejor alumno era su hijo. Y que se dejaran de andar diciendo mentiras. A punto de que don Sixto Pillén agarrara de las trenzas a doña Dominga Llanos, y todo se fuera para el lado del demonio, cuando pudo oírse la voz firme de la señorita Virtudes Choique.

¡Párense… ! ¡Cuidado con lo que están por hacer … ! ¡Esto es una fiesta!

La gente bajó las manos y se quedó quieta. Todos miraban fiero a la maestra. Por fin, uno dijo: Maestra: usted ha dicho mentira. Usted ha dicho a todos lo mismo. Entonces sucedió algo notable.

Virtudes Choique empezó a reírse loca de contenta. Por fin, dijo: Bueno. Ya veo que ni acá puedo dejar de enseñar. Escuchen bien, y abran las orejas. Pero abran también el corazón. Porque si no entienden, adiós fiesta. Yo seré la primera en marcharme. Todos fueron tomando asiento. Entonces la señorita habló así: ‑ Yo no he mentido. He dicho verdad. Verdad que pocos ven, y por eso no creen. Voy a darles ejemplo de que digo verdad:

Cuando digo que Melchor Guare es el mejor no miento. Melchorcito no sabrá las tablas de multiplicar, pero es el mejor arquero de la escuela, cuando jugamos al fútbol…

Cuando digo que Juanita Chuspas es la mejor no miento. Porque si bien anda floja en Historia, es la más cariñosa de todas…

Y cuando digo que Apolinario Sosa es mi mejor alumno tampoco miento. Y Dios es testigo que aunque es desprolijo, es el más dispuesto para ayudar en lo que sea…

Tampoco miento cuando digo que aquel es el mejor en matemáticas… pero me callo si no es servicial.

Y aquél otro, es el más prolijo. Pero me callo si le cuesta prestar algún útil a sus compañeros.

Y aquélla otra es peleadora, pero escribe unas poesías preciosas.

Y aquél, que es poco hábil jugando a la pelota, es mi mejor alumno en dibujo.

Y aquélla es mi peor alumna en ortografía, ¡pero es la mejor de todos a la hora de trabajo manual!

¿Debo seguir explicando? ¿Acaso no entendieron? Soy la maestra y debo construir el mundo con estos chicos. Pues entonces, ¿con qué levantaré la patria? ¿Con lo mejor o con lo peor?

Todos habían ido bajando la mirada. Los padres estaban más bien serios. Los hijos sonreían contentos. Poco a poco cada cual fue buscando a su chico. Y lo miró con ojos nuevos. Porque siempre habían visto principalmente los defectos, y ahora empezaban a sospechar que cada defecto tiene una virtud que le hace contrapeso. Y que es cuestión de subrayar, estimular y premiar lo mejor. Porque con eso se construye mejor.

Cuenta la historia que el boticario rompió el largo silencio. Dijo: A comer … ! ¡La carne ya está a punto, y el festejo hay que multiplicarlo por cincuenta y seis … !

Comieron más felices que nunca. Brindaron. Jugaron a la taba. Al truco. A la escoba de quince. Y bailaron hasta las cuatro de la tarde.

Vestida de Blanco

Una joven discutía acaloradamente con su padre y defendía sus derechos de asistir a una fiesta popular, un lugar donde se reunían personas de no muy buena reputación. El padre le daba razones contundentes, pero la joven se resistía a aceptarlas.

Inesperadamente, la discusión cambió de giro y el padre la invitó a bajar juntos al sótano donde había mucho polvo y se guardaba carbón, pero que lo hiciera con un vestido blanco. Ante la propuesta de su padre, la joven replicó que si podía bajar, pero no con el traje blanco, pues se le iba a ensuciar.

“Ves hija mía, dijo el padre con voz amorosa, nada impide que puedas bajar al sótano con un traje blanco, pero si hay mucho que impida que puedas subir con el mismo color.

De la misma manera, nada impide que asistas a ese sitio que deseas ir; pero ten por cierto que no regresarás la misma, algo de lo que es tuyo se perderá allí”.

Valorar el Saber

Algunas veces es un error juzgar el valor de una actividad simplemente por el tiempo que toma realizarla. Un buen ejemplo es el caso del experto que fue llamado a arreglar una computadora muy grande y extremadamente compleja… una computadora que valía 12 millones de dólares.

Sentado frente a la pantalla, oprimió unas cuantas teclas, asintió con la cabeza, murmuró algo para sí mismo y apagó el aparato.

Procedió a sacar un pequeño destornillador de su bolsillo y dió vuelta y media a un minúsculo tornillo.

Entonces encendió de nuevo la computadora y comprobó que estaba trabajando perfectamente.

El presidente de la compañía se mostró encantado y se ofreció a pagar la cuenta en el acto.

-¿Cuánto le debo? -preguntó.

-Son mil dólares, si me hace el favor.

-¿Mil dólares? ¿Mil dólares por unos momentos de trabajo? ¿Mil dólares por apretar un simple tornillito? ¡Ya sé que mi

computadora cuesta 12 millones de dólares, pero mil dólares es una cantidad disparatada! La pagaré sólo si me manda una factura perfectamente detallada que la justifique.

El experto asintió con la cabeza y se fue. A la mañana siguiente, el presidente recibió la factura, la leyó con cuidado, sacudió la cabeza y procedió a pagarla en el acto, sin chistar.

La factura decía: Servicios prestados: Apretar un tornillo: 1 dólar; Saber qué tornillo apretar… 999 dólares !!!

El Valor de los Tiempos de Oscuridad

James Creelman describe en una de sus cartas su viaje a través de los estados balcánicos en busca de Natalia, la reina desterrada de Serbia:

“En aquel viaje memorable”, dice, “aprendí por vez primera que el abastecimiento de la esencia del perfume de rosas con el que el mundo se surte, proviene de la montaña de los Balcanes.

Y, lo que más me llamó la atención, continua diciendo, “es que recogen las rosas en las horas de mayor oscuridad. Los recogedores empiezan a la una y termina de recogerlas a las dos”.

“Al principio yo creí que hacían esto a dicha hora por superstición, pero empecé a investigar sobre este pintoresco misterio y hallé que en experimentos científicos, recientemente realizados, se ha demostrado que el cuarenta por ciento de la fragancia de las rosas desaparece con la luz del día”.

Fue durante la noche cuando se oyó la canción de los ángeles. La luz sale de las tinieblas y la mañana nace de la noche.

Una Roca en el Camino

Hace mucho tiempo, un rey colocó una gran roca obstaculizando un camino. Luego se escondió para ver si alguien quitaba la tremenda roca.

Algunos de los comerciantes más adinerados del reino y varios cortesanos pasaron por el camino y simplemente le dieron una vuelta; muchos culparon al rey ruidosamente de no mantener los caminos despejados, pero ninguno hizo algo para sacar la piedra grande del camino.

Entonces llegó un campesino que llevaba una carga de verduras. Al aproximarse a la roca, puso su carga en el piso y trató de mover la roca a un lado del camino. Después de empujar y fatigarse mucho, pudo lograrlo.

Mientras recogía su carga de vegetales, notó una cartera en el piso, justo donde había estado la roca. La cartera contenía muchas monedas de oro y una nota del mismo rey indicando que el oro era para la persona que removiera la piedra del camino.

El campesino sabía lo que los otros nunca entendieron: “Cada obstáculo presenta una oportunidad para mejorar tu condición”.

Una Mesa para Dos

El está sentado en una mesa para dos. El mesero se le acerca y le pregunta “Quiere ordenar algo, señor?” El hombre ha estado esperando desde las 7, casi por media hora. “No gracias”, dice sonriendo “voy a esperarla un poco más. Tráigame más café, por favor”. “Sí, señor”. Responde el mesero.

Sus ojos azules se fijan en el florero del centro, sus manos juguetean con los cubiertos de plata mientras la suave música ambiental acaricia su mente. Está vestido con sencillez pero con elegancia, con el fin de que su compañera se encuentre cómoda en su compañía. Sin embargo, se encuentra solo.

El mesero regresa, le sirve el café y le pregunta: Algo más, señor? No, gracias. El mesero no se retira. Su curiosidad puede más que el temor de perder de pronto su propina por entrometido. Con voz entrecortada dice: No quiero ser imprudente, señor, pero…Sí, dime, le insiste el caballero invitándolo a que le diga con confianza lo que desea. El mesero continúa: porqué insiste Ud. en esperarla?

El mesero ha estado observando que ya van varias noches que este señor pacientemente ha estado esperando solo. El caballero contesta con voz tranquila: porque ella me necesita. Está ud. seguro? Sí. Bien, señor, sin querer ofenderlo, suponiendo que ella lo necesita, ciertamente su comportamiento no lo indica así, pues lo ha dejado plantado ya por tres veces esta semana. Sí, lo sé. Entonces porqué sigue viniendo aquí y la espera? Adelaida dijo que vendría. Seguramente le dijo lo mismo las otras veces, replicó el mesero, y no le cumplió. Porqué tiene que cumplirle usted? Entonces el hombre sonrió y mirando al mesero le dijo sencillamente: Porque la amo. El mesero se retiró caviloso sin comprender como es posible que el amor llegue hasta el punto de aguantarse desplantes de esa naturaleza tres veces por semana. Ese hombre debe estar loco, pensó el mesero.

Entretanto, el hombre sigue pensando en ella. Tiene tantas cosas para decirle a su Adelaida….pero más que todo, desea oír la voz de ella. Desea que ella le cuente sobre cómo ha pasado el día, cuáles han sido sus triunfos y sus derrotas… cualquier cosa, realmente. El ha tratado de que ella le manifieste que también se preocupa de él. Bebe despaciosamente su café. Sabe que Adelaida está retrasada, pero aún guarda la esperanza de que aparezca.

El reloj marca las nueve y media cuando el mesero regresa y le pregunta: Desea algo más, señor?

Mirando la silla vacía de su amada que no llegó, el caballero responde. No, gracias, creo que eso es todo por hoy. Tráigame la cuenta, por favor.

Cuando le trajeron la cuenta, sacó su billetera. Tenía dinero más que suficiente para haberle dado a Adelaida toda una fiesta. Pero solamente pagó su café y le dio al mesero una buena propina.

Porqué me haces esto, Adelaida, dijo para sus adentros llorando internamente.

Muchas gracias por sus servicios, le dijo al mesero. Que pases buena noche. Y se retiró de la mesa, pero antes de salir, fue a la recepción y reservó una mesa para dos para el día siguiente a la misma hora.

Mientras el hombre vuelve a casa, Adelaida se está acostando. Está cansada después de haberla pasado con sus amigos. Cuando alarga su mano para poner el despertador, ve sobre su mesa de noche una nota que ella misma se había escrito y que dice: A las 7, dedicar unos minutos a la oración.

Vaya !, se dice a si misma. Se me olvidó otra vez. Siente algo de remordimiento, pero enseguida se le pasa y piensa que ella necesitaba pasar ese rato con sus amigos. Ahora está cansada y necesita dormir. Mañana por la noche puedo rezar. Jesús me perdonará. A lo mejor, a El no le haya preocupado mucho mi falta de oración. Y apagó la luz.

Un Nudo de Amor

En una junta de padres de familia de cierta escuela, la directora resaltaba el apoyo que los padres deben darle a los hijos. También pedía que se hicieran presentes el máximo de tiempo posible. Ella entendía que, aunque la mayoría de los padres y madres de aquella comunidad fueran trabajadores, deberían encontrar un poco de tiempo para dedicar y entender a los niños.

Sin embargo, la directora se sorprendió cuando uno de los padres se levantó y explicó, en forma humilde, que él no tenia tiempo de hablar con su hijo durante la semana. Cuando salía para trabajar era muy temprano y su hijo todavía estaba durmiendo. Cuando regresaba del trabajo era muy tarde y el niño ya no estaba despierto. Explicó, además, que tenía que trabajar de esa forma para proveer el sustento de la familia.

Dijo también que el no tener tiempo para su hijo lo angustiaba mucho e intentaba redimirse acercandose a besarlo todas las noches cuando llegaba a su casa y, para que su hijo supiera de su presencia, él hacía un nudo en la punta de la sabana que lo cubría. Eso sucedía religiosamente todas las noches cuando iba a besarlo.

Cuando el hijo despertaba y veía el nudo, sabía, a través de él, que su papá había estado allí y lo había besado. El nudo era el medio de comunicación entre ellos.

La directora se emocionó con aquella singular historia y se sorprendió aún más cuando constató que el hijo de ese padre era uno de los mejores alumnos de la escuela.

El hecho nos hace reflexionar sobre las muchas formas en que las personas pueden hacerse presentes y comunicarse entre sí.

Aquel padre encontró su forma, que era simple pero eficiente. Y lo más importante es que su hijo percibía, a través del nudo afectivo, lo que su papá le estaba diciendo.

Algunas veces nos preocupamos tanto con la forma de decir las cosas que nos olvidamos de lo principal, que es la comunicación a través del sentimiento.

Simples detalles como un beso y un nudo en la punta de una sábana, significaban, para aquel hijo, muchísimo más que regalos o disculpas vacías. Es válido que nos preocupemos por las personas, pero es más importante que ellas lo sepan, que puedan sentirlo.

Para que exista la comunicación es necesario que las personas “escuchen” el lenguaje de nuestro corazón, pues, en materia de afecto, los sentimientos siempre hablan más alto que las palabras. Es por ese motivo que un beso, revestido del más puro afecto, cura el dolor de cabeza, el raspón en la rodilla, el miedo a la oscuridad.

Las personas tal vez no entiendan el significado de muchas palabras, pero saben registrar un gesto de amor. Aunque ese gesto sea solamente un nudo: Un nudo lleno de afecto y cariño…

Un Hombre Triste, muy Triste

Había una vez un muchacho que vivía en una casa grande sobre una colina. Amaba a los perros y a los caballos, los autos deportivos y la música. Trepaba a los árboles e iba a nadar, jugaba al fútbol y admiraba a las chicas guapas. De no ser porque debía limpiar y ordenar su habitación, su vida era agradable.

Un día el joven le dijo a Dios:

– He estado pensando y ya sé qué quiero para mí cuando sea mayor.

– ¿Qué es lo que deseas? – le pregunto Dios.

– Quiero vivir en una mansión con un gran porche y un jardín en la parte de atrás, y tener dos perros San Bernardo. Deseo casarme con una mujer alta, muy hermosa y buena, que tenga una larga cabellera negra y ojos azules, que toque la guitarra y cante con voz alta y clara. Quiero tres hijos varones, fuertes, para jugar con ellos al fútbol. Cuando crezcan, uno será un gran científico, otro será político y el menor será un atleta profesional. Quiero ser un aventurero que surque los vastos océanos, que escale altas montañas y que rescate personas. Y quiero conducir un Ferrari rojo, y nunca tener que limpiar y ordenar mi casa.

– Es un sueño agradable – dijo Dios-. Quiero que seas feliz.

Un día, cuando jugaba al fútbol, el chico se lastimó una rodilla. Después de eso ya no pudo escalar altas montanas, grandes, y mucho menos surcar los vastos océanos. Y como no podía ni siquiera trepar árboles, estudió mercadotecnia y puso un negocio de artículos médicos. Se casó con una muchacha que era muy hermosa y buena, y que tenía una larga cabellera negra. Pero era de corta estatura, no alta, y tenía ojos castaños, no azules. No sabía tocar la guitarra, ni cantar. Pero preparaba deliciosas comidas chinas, y pintaba magníficos cuadros de aves sazonadas con exóticas especias.

A causa de su negocio, el hombre vivía en la ciudad, en un apartamento situado en lo alto de un elevado edificio, desde el que se dominaba el océano azul y las centelleantes luces de la urbe. No contaba espacio para dos San Bernardo, pero era el dueño de un gato esponjado.

Tenía tres hijas, todas muy hermosas. La más joven, que debía usar silla de ruedas, era la más agraciada. Las tres querían mucho a su padre. No jugaban al fútbol con el, pero a veces iban al parque y correteaban lanzando un disco de plástico… Excepto la pequeña, que se sentaba bajo un árbol y rasgueaba su guitarra, entonando canciones encantadoras e inolvidables.

Nuestro personaje ganaba suficiente dinero para vivir con comodidad, pero no conducía un Ferrari rojo. En ocasiones tenía que recoger cosas, incluso cosas que no eran suyas, y ponerlas en su lugar. Después de todo, tenía tres hijas.

Y entonces el hombre se despertó una mañana y recordó su viejo sueño.

– Estoy muy triste – le confió a su mejor amigo.

– ¿Por qué? – quiso saber este.

– Porque una vez soñé que me casaría con una mujer alta, de cabello negro y ojos azules, que sabría tocar la guitarra y cantar. Mi esposa no toca ni canta, tiene los ojos castaños y no es muy alta.

– Tu esposa es muy hermosa y buena – respondió su amigo-. Hace cuadros maravillosos y sabe cocinar delicias. (Pero el hombre no lo escuchaba).

– Estoy muy triste – le confesó a su esposa un día.

– ¿Por qué? – inquirió su mujer.

– Porque una vez soñé que viviría en una mansión con porche y un jardín en la parte de atrás, y que tendría dos San Bernardo. En lugar de eso, vivo en un apartamento en el piso 47.

– Nuestro apartamento es cómodo y podemos ver el océano desde el sillón de la sala – repuso ella. Tenemos amor, pinturas de aves y un gato esponjado… por no mencionar a nuestras tres hermosas hijas. (Pero el hombre no la escuchaba).

– Estoy muy triste – le dijo en otra ocasión a su psicoterapeuta.

– ¿Por que razón? – pregunto el especialista.

– Porque una vez soñé que era un gran aventurero. En vez de ello, soy un empresario calvo, con la rodilla lesionada.

– Los artículos médicos que usted vende han salvado muchas vidas – le hizo notar el analista. (Pero el hombre no lo escuchaba).

Así que el terapeuta le cobro 110 dólares y lo mandó a casa.

– Estoy muy triste – le dijo a su contador.

– ¿Por qué? – indagó este.

– Porque una vez soñé que conduciría un Ferrari rojo y que nunca tendría que ordenar mis cosas. En vez de ello, utilizo el transporte público, y a veces tengo que ocuparme de los quehaceres.

– Usted viste trajes de calidad, come en buenos restaurantes y ha viajado por todo Europa – señaló el contador. (Pero el hombre no le escuchaba).

El profesional le cobró 100 dólares de todos modos. Soñaba con un Ferrari rojo para sí mismo.

– Estoy muy triste – le comunico a su párroco.

– ¿Por qué? – le pregunto, compasivo, el religioso.

– Porque una vez soñé que tendría tres hijos varones: un gran científico, un político y un atleta profesional. Ahora tengo tres hijas y la menor ni siquiera puede caminar.

– Pero todas son hermosas e inteligentes – afirmo el ministro. Te quieren mucho y además, han sabido aprovechar la vida: una es enfermera, otra es pintora, y la mas joven da clases de música a los niños. (Pero el hombre no escuchaba).

Se puso tan melancólico que enfermó de gravedad. Yacía postrado en una blanca habitación del hospital, rodeado de enfermeras con albos uniformes. Varios cables y mangueras conectaban su cuerpo a maquinas parpadeantes que alguna vez é mismo le había vendido al hospital.

Estaba triste, muy triste. Su familia, sus amigos y su párroco se reunían alrededor de su cama. Ellos también estaban profundamente afligidos. Solo su terapeuta y su contador seguían felices.

Y sucedió que una noche, cuando todos se habían ido a casa, salvo las enfermeras, el hombre le dijo a Dios:

– ¿Recuerdas cuando era joven y te hablé de las cosas que deseaba?

– Si. Fue un sueño maravilloso – asintió Dios.

– ¿Por qué no me otorgaste todo eso? – inquirió el hombre.

– Pude haberlo hecho – respondió Dios-. Pero quise sorprenderte con cosas que no habías soñado. Supongo que has reparado en lo que te he concedido: una esposa hermosa y buena, un buen negocio, un lugar agradable para vivir, tres adorables hijas. Es uno de los mejores paquetes que he preparado…

– Si – lo interrumpió el hombre- pero yo creí que me darías lo que realmente deseaba.

– Y yo pensé que tu me darías lo que yo quería – repuso Dios.

– ¿Y qué es lo que tu deseabas? – quiso saber el hombre. Nunca se le había ocurrido que Dios necesitara algo.

– Quería que fueras feliz con lo que te había dado – explicó Dios.

El hombre se quedó despierto toda la noche, pensando. Por fin decidió soñar un sueno nuevo, un sueño que deseaba haber tenido años atrás. Decidió soñar que lo que más anhelaba era precisamente lo que ya tenía.

Y el hombre se alivió y vivió feliz en el piso 47, disfrutando de las hermosas voces de sus hijas, de los profundos ojos castaños de su esposa y de las bellísimas pinturas de aves de esta. Y por las noches contemplaba el océano y miraba con satisfacción las centelleantes luces de la ciudad, una a una.

Tu Rostro Habla

Se dice que hace tiempo, en un pequeño y lejano pueblo, había una casa abandonada. Cierto día, un perrito buscando refugio del sol, logró meterse por un agujero de una de las puertas de dicha casa. El perrito subió lentamente las viejas escaleras de madera.

Al terminar de subirlas se encontró con una puerta se encontró con una puerta semiabierta, lentamente se adentró al cuarto. Para su sorpresa se dio cuenta que dentro de ese cuarto había mil perritos más, observándolo tan fijamente como él los observaba a ellos.

El perrito comenzó a mover la cola y a levantar sus orejas poco a poco. Los mil perritos hicieron lo mismo. Posteriormente sonrió y ladró alegremente a uno de ellos. El perrito se quedó sorprendido al ver que los mil perritos también le sonreían y ladraban alegremente con él.

Cuando el perrito salió del cuarto se quedó pensando para sí mismo: !que lugar tan agradable . Voy a venir más seguido a visitarlo.

Tiempo después otro perrito callejero entró al mismo sitio y entró al mismo cuarto. Pero este perrito al ver a los otros mil perritos del cuarto, se sintió amenazado, ya que lo estaban mirando de una manera agresiva.

Posteriormente empezó a gruñir, obviamente vió como los mil perritos le gruñían a él. Comenzó a ladrarles ferozmente y los otros mil perritos le ladraron también a él.

Cuando este perrito salió del cuarto pensó: !que lugar tan horrible es este. Nunca más volveré a entrar aquí¡

En el frente de dicha casa se encontraba un viejo letrero que decía: La casa de los mil espejos.

Todos los rostros del mundo son espejos.. Decide cual rostro llevarás por dentro y ese será el que mostrarás.

El reflejo de tus gestos y acciones es el que proyectas ante los demás.

En el Tiempo y Lugar Correctos

Estaba caminando por una calle poco iluminada una noche ya tarde, cuando escuché unos gritos que trataban de ser silenciados y que venían de atrás de un grupo de arbustos.

Alarmado, disminuí mi velocidad para escuchar y me aterroricé cuando me dí cuenta de que lo que estaba escuchando eran los inconfundibles sonidos de una lucha: fuertes gruñidos, pelea desesperada y tela rasgándose. A sólo unos metros de donde yo estaba parado, una mujer estaba siendo atacada.

¿Me debería involucrar? Yo estaba asustado por mi propia seguridad y me maldije a mí mismo por tener que decidir repentinamente el tomar una nueva ruta a casa esa noche. ¿Y si me convertía en otra estadística? ¿No debería tan solo correr al teléfono más cercano y llamar a la policía? Aunque me pareció una eternidad, las deliberaciones en mi cabeza habían tomado solo segundos, y los chillidos ya habían aumentado poco a poco.

Yo sabía que tenía que actuar rápido. ¿Cómo podría alejarme de esto?. No, finalmente me decidí. No podría darle la espalda a esta mujer, aún si esto significaba arriesgar mi propia vida. No soy un hombre valiente, ni soy atlético. No sé donde encontré el coraje moral y la fuerza física, pero una vez que había decidido finalmente ayudar a la chica, me volví extrañamente transformado. Corrí detrás de los arbustos y halé al asaltante lejos de la mujer.

Forcejeando, caímos al piso, donde luchamos durante unos minutos, hasta que el atacante se puso en pie de un salto y escapó.

Jadeando fuertemente, me levanté con dificultad, y me acerqué a la chica, que estaba en cuclillas detrás de un árbol, sollozando. En la oscuridad, apenas pude ver su silueta, pero ciertamente pude percibirla temblando y en shock. No queriendo asustarla de nuevo, primero le hablé a distancia.

“Está bien”, dije en tono tranquilizador, “El ladrón huyó, estás a salvo ahora”.

Hubo una prolongada pausa, y entonces oí las palabras, pronunciadas maravillosa, sorprendentemente: -¿Papi, eres tú?

Y entonces de atrás del árbol, salió caminando mi hija más joven, Katherine.

Dios tiene la manera de permitirnos estar en el lugar adecuado en el momento indicado.

El Tazón de Madera

El viejo se fué a vivir con su hijo, su nuera y su nieto de 4 años. Se mudó de su casa porque estaba solo y deseaba compartir en familia, sus últimos días. Los años pasan haciendo estragos y ya las manos le temblaban, la vista era torpe y los pasos no eran tan fuertes como hacía unos años. Toda la familia comía junta en la mesa. Pero las manos temblorosas y la vista enferma del abuelito, hacían del alimimentarse un asunto difícil.Los guisantes caían de su cuchara al suelo y cuando intentaba tomar el vaso, no era difícil que se derramara la leche sobre el mantel.El hijo y su esposa se cansaron de la situación: “Tenemos que hacer algo con el abuelo”, dijo el hijo.-“Ya he tenido suficiente y estoy muy harto de la situación. Derrama la leche, hace ruido al comer y tira la comida al suelo” -Así fué como el matrimonio decidió poner una pequeña mesa en una esquina del comedor; pasaban los dias y el abuelo comía sólo mientras el resto de la familia, disfrutaba a la hora de comer.omo ya había roto varios platos, su comida era servida en un tazón de madera. De vez en cuando miraban hacia donde estaba el abuelo y podían ver una lágrima en sus ojos, mientras estaba ahí sentado solo.Sin embargo, las únicas palabras que la pareja le dirigía, eran fríos llamados de atención cada vez que dejaba caer el tenedor o la comida.

El niño de 4 años observaba todo en silencio. Y una tarde, antes de la cena, el papá observó que su hijo estaba jugando con trozos de madera en el suelo.Le preguntó suavemente: “¿Qué estás haciendo?” y con la misma dulzura el niño le contestó: “Ahh estoy haciendo un tazón para Tí y otro para mami, para que cuando yo crezca, Ustedes coman en ellos.” Sonrió y siguió con su tarea de fabricar tazones de madera.Las palabras del pequeño golpearon a sus padres de tal forma que quedaron sin habla; las lágrimas abundantes corrían por sus mejillas y, aunque ninguna palabra se dijo nada al respecto, ambos sabían lo que tenían que hacer.

Esa tarde el esposo tomó gentilmente la mano del abuelo y lo guió de vuelta a la mesa de la familia.Por el resto de sus días ocupó un lugar en la mesa con ellos y por alguna razón, ni el esposo ni la esposa parecían molestarse más cada vez que el tenedor se caía, la leche se derramaba o se ensuciaba el mantel.

La Lógica de la Voluntad de Dios

Cuentan que un día Jesús se le apareció a un hombre que tenía problemas en su columna vertebral, y le dijo: “Necesito que vayas hacia aquella gran roca de la montaña, y te pido que la empujes 5 horas diarias durante 1 año”. El hombre quedó perplejo cuando escuchó esas palabras, porque se imaginaba que Jesús iba a curarlo y no a ordenarle que hiciera nada, pero obedeció y se dirigió hacia la enorme roca de varias toneladas que Jesús le mostró.

Empezó a empujarla con todas sus fuerzas, día tras día, pero no conseguía moverla ni un milímetro. A las pocas semanas llegó el diablo y le puso pensamientos en su cabeza: “¿Por qué sigues obedeciendo a Jesús? Yo no seguiría a alguien que me hace trabajar tanto y sin ningún sentido. Debes dejar esto, ya que es estúpido que sigas empujando esa roca. Nunca la vas a mover.”

El hombre trataba de pedirle a Jesús que le ayudara para no dudar de su voluntad, y aunque no entendía, se mantuvo en pie con su decisión de empujar.

Pasaban los meses y aquel hombre empujaba todos los días la enorme roca sin poder moverla. Cuando se cumplió el tiempo, el hombre elevó una oración a Jesús y le dijo: “Ya he hecho lo que me pediste, pero he fracasado, no pude mover la piedra ni un centímetro”.

Y se sentó a llorar amargamente pensando en su evidente fracaso.

Jesús se apareció en ese momento y le dijo: “¿Por qué lloras?, Yo te pedí que empujaras la roca, yo nunca te pedí que la movieras; en cambio mírate, tu problema físico ha desaparecido. NO has fracasado, yo he conseguido mi meta, y tú fuiste parte de mi plan.”

Muchas veces al igual que este hombre, vemos como ilógicas las situaciones, problemas y adversidades de la vida, y empezamos a buscarle lógica, nuestra lógica a la voluntad de Dios y viene el enemigo y nos dice que no servimos, que somos inútiles o que no podemos seguir.

El día de hoy es un llamado a “empujar” sin importar qué tantos pensamientos de duda ponga el enemigo en nuestras mentes, pongamos todo en las manos de Dios. Él nunca nos hará perder el tiempo; más bien, ¡nos hará ser más fuertes! Así que ¡Ánimo! Sigamos empujando aunque a veces nos parezca inútil.

Las Siete Maravillas del Mundo

El maestro pide a los alumnos que compongan una lista de las 7 Maravillas del mundo. Mas tarde pide que lean su lista. A pesar de algunos desacuerdos, la mayoría votó por lo siguiente:

1. Las Pirámides de Egipto

2. El Taj Mahal

3. El Canal de Panamá

4. El Empire State

5. La Basílica de San Pedro

6. La Muralla China

El maestro buscaba consenso para la séptima maravilla cuando notó que una estudiante permanecía callada y no había entregado aún su lista, así que le preguntó si tenía problemas para hacer su lección.

La muchacha tímidamente respondió: “Si, un poco” no podía decidirme, pues son tantas las maravillas…..

El maestro le dijo: “Dinos lo que has escrito, tal vez podamos ayudarte”. La muchacha, titubeó un poco y finalmente leyó:

Creo que las siete maravillas del Mundo son:

1. Poder pensar

2. Poder hablar

3. Poder actuar

4. Poder escuchar

5. Poder servir

6. Poder orar

7. Y la mas importante de todas….. Poder amar

Después de leído esto, el salón quedó en absoluto silencio….

Es muy sencillo para nosotros poder ver las obras del hombre y referirnos a ellas como maravillas, cuando a veces pasan desapercibidas las maravillas que Dios hace en nosotros con su Gracia y que cada uno debe desarrollar.

Fuiste creado por Dios para ser una maravilla!!

“Apunta hacia la luna, si fallas, aterrizarás en las estrellas”