El tiempo que hace que estoy en Irlanda no había estado en ninguna ordenación. La primera fue ayer, cuando John Walsh, un joven estudiante que está acabando su ciclo teológico en Oxford, recibió el diaconado.
Fue una ceremonia bella con muy poca asistencia de fieles. Presidió uno de los obispos auxiliares de Dublín, Mons. Dermot O’Mahony. El evangelio fue hermosamente proclamado en canto por un diácono inglés, de nombre Dominic.
En su predicación, Mons. Dermot destacó la actitud de los sabios de Oriente, que supieron reconocer en adoración al Mesías que no era de su pueblo; invitó también a seguir el ejemplo de Cristo, que no excluyó a ningún pueblo y que a todos incluyó en su amor. Dijo que tal era el modelo de los ministros de Cristo: nadie debía sentir que estaba afuera del corazón de un diácono o sacerdote.
Este obispo brilla no sólo por su predicación sino por su sencillez y alegría. Al final de la misa comentó que hacía muchos años que no podía presidir una ordenación, porque, como es sabido, padece un cáncer que lo ha postrado muchas veces. Parece que ahora es él quien está venciendo a la enfermedad, y desde su experiencia de marginación y de dolor, es notable cuánto ha crecido su alma y cómo es de ancho su corazón de pastor.
En fin, ha sido un día de gracia, y de él sólo podemos dar gracias.