Hay en Tierra Santa dos lagos alimentados por el mismo río, situados a unos kilómetros de distancia el uno del otro, pero con características asombrosamente distintas.
Uno es el “Lago de Genesaret” y el otro el llamado “Mar Muerto”. El primero es azul, lleno de vida y de contrastes, de calma y de borrasca. En sus orillas se reflejan delicadamente las flores sencillas amarillas, rosas, de sus bellísimas praderas.
El Mar Muerto, es una laguna salitrosa y densa, donde no hay vida y queda estancada el agua que viene del Río Jordán.
¿Qué es lo que hace tan diferentes a los dos lagos alimentados por el mismo río?
Es sencillamente ésta: El Lago de Genesaret trasmite generosamente lo que recibe. Su agua una vez llegada allí, parte inmediatamente para remediar la sequía de los campos, a saciar la sed de los hombres y de los animales; es un agua altruista.
El agua del Mar Muerto se estanca, se adormece, se salitra, mata. Es agua egoísta, estancada, inútil.
Pasa lo mismo con las personas. Las que viven dando y dándose generosamente a los demás, viven y hacen vivir. Las personas que egoístamente reciben, guardan y no dan, son como agua estancada, que muere y causa la muerte a su alrededor.
Pensamos que cuando repartimos nuestro dinero, tiempo, honor, nos empobrecemos, que los demás se van quedando con lo nuestro y nosotros nos vamos vaciando y empobreciendo cada vez más. Eso nos parece, estamos seguros de que así es, pero ocurre exactamente lo contrario. Cuánto más damos más recibimos. Cuanto menos repartimos de lo nuestro, más pobres nos volvemos. Es una ley espiritual que se cumple puntualmente, es una ley difícil de aceptar, por eso pocos se arriesgan a ponerle en práctica, pero hay un reto muy interesante para el que lo quiere aceptar. El que quiere vivir de acuerdo a esa ley de dar y darse a los demás, se llevará sorpresas muy agradables.
Muchas gentes se parecen al Mar Muerto: sólo reciben, acumulan, no se dan y así se fabrican una vida amarga, desdichada e infeliz.
Hay otros que dan y se dan a sí mismos con generosidad y sin esperar recompensa… Está gente es la más feliz de nuestro mundo.
El que acumula para sí solo, llama a gritos a la infelicidad y ésta llega. Acaparar y ser egoísta cierran la puerta.
El que reparte, abre la puerta a la felicidad.