He descubierto que si las cosas que necesito no existen, no hay otro camino sino hacerlas; hacer que existan, llamarlas: incluso obligarlas a ser.
Y he descubierto que tengo que encontrar el balance entre el pasado, el presente y el futuro.
El pasado tiene su importancia, porque es el fundamento. Hay toneladas de secretos, preguntas, atajos y susurros que me pertenecen porque están en mi pasado. Pero tampoco puedo dejar que todo lo gobierne el ayer. No soy tan culpable ni tan bueno como lo pueden sugerir los días oscuros o luminosos que ya se fueron.
El futuro, para mí, no es lo que empieza mañana. El futuro es lo que va a ser de este planeta cuando yo me haya ido. Sé que eso también me pertenece. Yo no acabo cuando muero. Lo más importante de mí sólo se verá cuando yo me haya ido. Ser justo conmigo, y ser responsable con la vida, implica pensar en eso que quedará de mí para mis hermanos y hermanas, que son la razón de ser de mi vida y de mis esfuerzos. Es verdad que mi tesoro “está en los cielos,” como dijo Jesús, pero eso también significa que se queda “aquí en la tierra” para bien de mi pueblo. Mirar al futuro, entonces, es depositar fondos en ese “banco” hecho de homilías, cantos, conferencias, e-mails, videos, y en fin, todo aquello que aspiro a que tenga un valor permanente y que siga dando vida aquí cuando yo no esté aquí. Eso es el futuro.
El presente, ¿qué es, entonces? Es el terreno de las decisiones. Hay un presente inmediato, que es el “hoy” y que implica las preguntas que se abalanzan contra uno cada mañana. Hay también un presente próximo, que es lo que seguirá sucediendo en las siguientes horas y días, y que cubre hasta la hora de mi muerte. Pertenece a mi presente, entonces, cómo quiero vivir, y mi única respuesta para ello es: quiero tener la mirada lúcida, alta, despejada; quiero un corazón sensato y capaz de ternura y de adoración; quiero sentir siempre que hay caminos y puentes que me unen con cada ser humano, y que es mi falta, si no los encuentro.
Me gusta una vida con la suficiente comodidad para dar lo mejor de mis talentos, con la suficiente soledad para no confundir mi vista con lo visto, y la suficiente compañía para no culpar al mundo de lo que no tengo.
Detesto decirlo, pero es verdad que necesito también contradicciones y obstáculos. Si miro a mi pasado, no puedo negar que cada “no” me hizo crecer.
Pero sobre todo, necesito balance. Tengo que aprender a danzar entre ese pasado, ese presente y ese futuro que nunca acabará. Y mi danza, si lleva el ritmo del Espíritu, será como la danza del lápiz sobre el papel. Cuando lo miras de cerca, no entiendes qué está sucediendo; pero cuando al fin se retira, sólo queda un poema.